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¡Serie Amores de Refugio: “Esa Boquita tan Linda… Yo la Beso”. Capítulo XIII: “Liberación”. Por Luis Homes Jiménez

“Carmelo, levántese que se va…»

Liberación


Desde este Centro de Detención estuve haciendo gestiones para localizar a Isabel, directamente en el refugio donde estuvimos. Fue para mí imposible porque cuando llamé por teléfono no me quisieron dar ninguna información y hasta me regañaron por intentar eso. Ni siquiera sabía si seguía allí o no. Pero un amigo venezolano que está acá detenido conmigo, y además es actor profesional de teatro, tiene el mismo apellido que nuestra amiga Angelica y pues hicimos toda una estrategia para localizarla, haciéndose pasar por un tío de ella. Yo le di a mi amigo Antonio la información del número de teléfono del refugio, con quien debería hablar y lo demás quedó a cargo y responsabilidad de él.

¡Qué bien lo hizo Antonio! Cuando lo escuché hablando con la trabajadora del caso de Angelica, cambió la voz como una persona mayor. Le comentó todo lo que la familia había vivido en Venezuela, se identificó con su nombre real. Dió todos los detalles de él, incluyendo su fecha de nacimiento, su número A y todos los datos que le preguntaron. La trabajadora le dijo que lo llamaría después para darle la información. ¡Y allí estalló una crisis emocional y súplicas, hasta que se puso a llorar! Le decía que ese teléfono lo necesitaba urgente, porque estaban en peligro todos en la familia de Estados y en Venezuela, con la información que debía darle a su sobrina Isabel, ese mismo día. La mujer quedó conmovida por el llanto de Antonio y en cinco minutos tenía el teléfono de Angélica. “Aquí tienes el teléfono chamo… Y esa boquita linda, la vas a besar” Y me dió un abrazo emocionado y se fue a nuestro pabellón.

Yo llamé a Angélica ese mismo día. Fue una conversación breve pero intensa. Isabel está con ella en una finca de caballos en Ocala, Florida. Le pedí que por favor, por ahora, no le dijera nada a Isabel para no crearle falsas expectativas de vernos en poco tiempo. Pero que la iba a seguir llamando para ponernos al día. Al final me dijo “Yo creo que aquí hay trabajo para ti, que no le tienes miedo a nada. Esta pareja encargada son unos ángeles y han ayudado a muchos inmigrantes. A nosotros nos tratan como unas reinas” Esa conversación me lleno de esperanza y de ilusiones. Ya las tenía localizadas y además, hasta la opción aparente de un trabajo. Mi mama en Honduras, parece que tenía razón cuando decía “Dios no olvida nunca a sus hijos” Y yo, ¡que me escondía de ella los Domingos para no acompañarla a misa! Parece que estaba equivocado.

A los dos días y muy temprano, se acercó a las puertas del pabellón, un oficial de Deportación. “Carmelo, levántese que se va. Le vamos a hacer la prueba del COVID ahora mismo. Si sale negativa se va hoy mismo”. Yo me levanté inmediatamente para preguntarle para dónde me iba. Pero ya el oficial no estaba. Me arregle, me bañe y espere angustiado. Allí mis compañeros todos se contentaron, te vas te vas Carmelo. Si pero para dónde voy? ¿Me irán a deportar? ¿Tengo que regresar a mi país y perder todo lo que hemos invertido? Uno de los más experimentados, me explicó que a los que iban a deportar, no les hacían la prueba del COVID, al menos allí en el Centro de Detención. Me llené de alegría, pero también de incertidumbre.

Me vino a buscar otro oficial y le pregunté para dónde me iría. Solo me dijo que él no era el encargado de mi caso. Que le preguntara eso a mí oficial. Me hicieron la prueba del COVID y salió negativa. Cuando le pregunté a mi oficial, entre súplicas y casi llorando, se río, me dio una palmadita en la espalda y me dijo “Para casa de tu tío. Él hizo todos los trámites por ti. Ya tienes pasaje comprado y te vas ahora en la tarde. Alista tus cosas y en una hora paso por ti”.

Entré al pabellón y allí, al verme tan feliz, me abrazaron. Me alzaron en peso. Yo lloraba de emoción y alegría. Les dije en detalles todo lo que me había pasado y de los planes que tenía. Les deje un mensaje de aliento. Que confiaran en que algo milagroso y extraño pasaba en estos centros. La gente sufre, se desalienta, pero la gente buena, trabajadora, siempre sale y puede rehacer su vida.

Me despedí de ellos nuevamente. Me dió un abrazo conmovedor mi amigo Antonio. “Esa boquita tan linda, la vas a besar” En la noche estaba mi tío esperándome en el aeropuerto. Lo abracé fuerte, le dije “Tío, nunca voy a olvidar lo que tú has hecho por mí. Y yo nunca te voy a defraudar”. Me llevó a comer comida típica de Honduras, llegamos a su casa y me dijo, bueno descansa. Ya tendremos tiempo para conversar. Entre el cansancio y la emoción de estar libre, casi no pude dormir hasta en la madrugada.

Luis Homes Jiménez

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