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Serie Cuaresma. Capítulo XI: «María, Madre Dolorosa». Por Luis Homes

María, Madre Dolorosa

María, Madre Dolorosa

La verdad no entiendo nada Señor. Dios de mis días y de mis noches. Lo que tú has dispuesto con esta tragedia de la crucifixión de mi hijo amado, Jesús,  que se cumpla sin condiciones padre amado. Así yo no lo entienda.  

Y no entiendo nada porque hace unos treinta y tres años,  el ángel Gabriel se me apareció y me dijo que yo daría a luz un hijo que, engendrado por obra y gracia del espíritu santo, sería el hijo de Dios. Tu hijo y mi hijo. Y hoy recibo en mis brazos a este mismo hombre, mi hijo amado Jesús, convertido en harapos de piel descuartizada, sangre, sudor y lágrimas.  

No se que hacer con el. No se a donde llevarlo. Mira estas manos partidas en dos por la violencia de los clavos. Mira estas rodillas y estos pies descuartizados. Mira lo que queda de espalda. Un amasijo de huesos bañados en sangre es lo que me han entregado. ¿Por qué señor?  ¿Por qué has permitido tanta crueldad para con este mi hijo y tu hijo? Por que el ángel Gabriel no me dijo que me esperaba este dolor, este sumo y máximo dolor de toda madre que es la de ver  morir a su hijo? Y una muerte tan cruel y despiadada como esta!  

Lo único que comprendo en este momento son las palabras del anciano Simeón, desconocido para mí, cuando fui a presentarte en el templo  a mi niño de cuarenta días de nacido.  Ese hombre, levantando en alto a mi niño, lo reconoció como el mesías y a mi a me sentenció:  

“Y a ti, mujer, una espada te traspasará el corazón”.

Pues mira que se quedó corto. No es una espada. Es un ejército de espadas sin soldados las que han descuartizado mi corazón, mis entrañas, mi alma  y todo mi ser al contemplar y vivir esa crueldad sin límites de la condena, pasión y muerte de este mi hijo amado. ¿Era esto lo que tu querías de mi? ¿Era este espectáculo bochornoso lo que tú tenías destinado para él luego de haber propagado tu mensaje? ¿Es esta la recompensa por tanta bondad, por tanta entrega, por tanta oración?

De antemano te pido perdón por no entender esto que ha pasado y por cuestionar tu voluntad. Una parte de mi quiere decir que Si a todo esto que has permitido. Y una parte de mi quiere reclamarte por este grotesco espectáculo sin sentido.  Fueron estos tres  años de predicación del anuncio de tu reino en vano? Donde están los hombres que llamaban discípulos en este momento?  Al pie de la cruz solo está Juan, tu discípulo amado, un muchacho  adolescente al que has encomendado mi cuidado hasta final de final de mis días.  

¿Dónde están los demás discípulos?. Uno, Judas, te entrego por un puñado de monedas. Otro, Pedro, te negó tres veces. Los demás han debido salir corriendo para cuidar sus pellejos. Con razón te reclamó mi hijo en medio de su ultima agonía, “Padre, porque me has abandonado? Yo hago suya sus palabras y también te digo y te reclamo desde lo que queda del pozo profundo de  mi alma moribunda y a punto de morir de dolor:  

“Padre,  ¿por qué nos has abandonado?”.

Luis Homes

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