«En el Museo Británico». Enmanuel
En el Museo Británico
Todo comenzó en los pasillos del Museo Británico.
Una sutil energía, olor milenario, vibración de compases perfectos, lo ocupaba todo: La impactante Piedra Rosetta como bienvenida a la maravilla; toros alados androcéfalos, de la antigua Sumeria, custodiando galerías; serpientes bicéfalas, que sabe Dios que representaban; Moais de miradas extraviadas en su imaginada lontananza y miles de otros objetos que se perdían en el polvoriento silencio del pasado.
Todo comenzó allí, justo cuando un pequeño ser de cuerpo esmirriado, de largos y delgados brazos, de piel aguamarina y ojos amarillos refulgentes, salió de la biblioteca del museo con un maltratado pergamino pendiendo de los únicos tres dedos de una de sus manos.
Nadie lo vió aparte de mí y él tampoco reparó en alguien, pues presto y en particular huida, caminó jorobado por las paredes y se colgó cuál murciélago, en las vigas metálicas que sostenían los vidrios opacos del techo.
No le dije nada a nadie sobre el portento de mi visión, solo me quedé absorto y enajenado, al observar a aquel extraño ser meterse dentro del manuscrito que pendía de su mano, desapareciendo ambos, en una repentina e instantánea bruma que surgió de la nada.
Enmanuel