Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XLIV – Revancha”. Por Luis Enrique Homes
XLIV- REVANCHA
Rosa llegó de regreso a su casa de Río Blanco en una tarde de lluvia lenta. El cielo se teñía de colores naranja y azul y el ambiente era de una tristeza de muerte. De pronto se dio cuenta que estaba sola en el pueblo. Su hija, su nieto y la entrañable amiga Jacinta cercana de la familia, habían quedado dispersas en un mapa de salida del país, sin saber a dónde ni cuándo llegarian.
Ella, luego de una huida fugaz, estaba retornando a la tierra de sus orígenes en medio de una sensación de nada, un vacío hueco y profundo se apoderó de su alma. Antes de abrir la puerta, pensó: “Me quiero morir”. Y luego pensó que la muerte podría ser un espacio habitado por nadie, solo con la presencia de quien muere sin nadie alrededor que fuera una compañía. Allí pensó que era mejor estar viva y decidió abrir la puerta, con la convicción de que retomaría su vida, sola, en su casa de siempre.
Abrió la puerta con seguridad y en medio de la sala vio a su difunta madre Elena sentada en la mecedora. Se mecía con lentitud imperceptible. Tenía un vestido largo y color blanco hueso, como esos que ella usaba para ir a misa los sábados. Elena miró a Rosa con esa mirada de las personas que están esperando a alguien. Rosa quiso acercarse a mecedora con ganas de darle un abrazo a su madre difunta, pero ella se fue volviendo lentamente como rafagas de humo. Aun asi, Rosa alcanzó a abrazar esa neblina sin forma, y a medida que la abrazaba, iba desapareciendo mas y mas. Pero ella sintió que al menos había abrazado a su madre, que no lo había podido hacer por la premura del licenciado de acelerar el velatorio, con la excusa de que su cuerpo se estaba descomponiendo. Solo había visto a Dona Elena por breves momento en una precipitada ceremonia que solo ahora entendía las razones y motivos.
Estando embelesada en ese recuerdo y en ese abrazo de las tinieblas, sintió un ruido en la puerta, como alguien entrado en la casa y pensó que era su madre que estaba saliendo. Rosa se dio media vuelta y vio al licenciado erigido en silencio, con una mirada amenazante. Dijo con solemnidad y con su voz gruesas, como si estuviera en un acto protocolar.
- Buenas tardes Doña Rosa. Veo que regresó a su terruño.
Rosa no dejó que avanzara un paso en medio de la sala. Agarro un florero de vidrio muy pesado que estaba en el centro de la mesa de la sala, lo levantó con sus dos brazos y lo tiró con una fuerza que nunca pensó que pudiera desplegar. El florero dio dos vueltas en el aire y reventó en la frente del licenciado, tumbandole el sombrero. El florero cayó al piso intacto. La frente del licenciado comenzó a brotar sangre y a mancharle la camisa blanca.
- Vieja desgraciada como se le ocurre hacer eso.
- Viejo asesino y desgraciado sera usted licenciado
– Dijo Rosa avanzando hacia el licenciado, e inclinándose a tomar el florero nuevamente.
El licenciado sorprendido por la reacciones inesperada de Rosa, alcanzó a darle una patada al florero para que Rosa no lo tomara. Ella quiso acercarse a golpearlo, pero el licenciado asustado por la abundante sangre que le estaba saliendo, puso sus manos en la frente y sin conseguir como detenerla. Se quitó la chaqueta oscura y se la puso en la frente y logró detener un poco la sangre, pero su cara estaba pálida por la sorpresa. Dio una media vuelta y se fue presuroso de la casa. Rosa se acercó a la puerta con el florero en la mano, intentando agredir nuevamente. Pero el licenciado ya había acelerado el paso. Alcanzó a gritarle a Rosa mientras se retiraba .
- Dígale a su hija que no se va a salir con las suyas con el secuestro de Omarcito. Que no voy a descansar hasta que ella regrese con mi hijo. Como se le ocurre semejante disparate, seguro aconsejado por usted vieja inmunda.
Rosa, con la fuerza contenida y reprimida que aún tenía contra su verdugo, se asomó a la calle y gritó a todo pulmón, colocando sus dos manos en la boca y fingiendo, un alto parlante.
- “El secuestrador de mi hija Andrea, de mi nieto y de todo este pueblo es usted desgraciado licenciado.”
Y agarrando más fuerza, le volvió a gritar:
- Pero ya no volverá a ver nunca más en su puta vida ni a mi hija ni a mi nieto. Y la próxima vez que usted se acerque por aca esta mi casa, lo mato mire. Le juro que yo lo mato.
Rosa dio la espalda y dejó que el grito envolviera al Licenciado que huyó presuroso como si fuera un tigre recién salido de una jaula. Al cerrar la puerta, Rosa sintió un profundo alivio con su inesperada descarga emocional. Sintió que todo el viaje había valido la pena, por esa revancha y desahogo con el licenciado. En ese momento, era como una pluma volando por los aire de un territorio liberado.
Dirigió su mirada a la mecedora y volvió a ver a su anciana madre sentada, con una sonrisa de retrato. Se acercó a ella, se arrodillo y la beso. Esta vez su rostro no se diluyo. Elena dejó que su hija se acercara en una lenta ceremonia, la besara en su mejilla tibia con la ternura de una despedida que nunca se produjo, cerró los ojos y se fue.
Luis Enrique Homes