Serie Cuaresma. Capítulo XII: «El Sepulcro». Por Luis Homes
El sepulcro
Ese viernes de la pasión, martirio y muerte de Jesús, ha sido el día mas triste de toda la humanidad. El valle de la calavera, sitio de la crucifixión, se oscureció y un manto invisible color gris plomo inundó toda la atmósfera, todo el ambiente del cielo a la tierra. Todo eran sombras y las personas parecían siluetas sin líneas, casi fantasmas sin rostros.
Yo, que estaba perplejo por la crueldad que había presenciado, solo veía sombras vagas y no podía distinguir a nada ni nadie. ¿Era neblina? No. ¿Era humedad? Tampoco! ¿Había perdido la vista? Mucho menos. Solo se apreciaba con meridiana claridad María, Jesús muerto en sus brazos y Juan, tratando de limpiar como podía, ese amasijo de huesos rotos, piel colgante y sangre maloliente en que se había convertido el hombre condenado por considerarse hijo de Dios y rey de los Judíos.
Poco a poco, lentamente los árboles se encorvaban imitando la figura de Jesús, como una “S” asimétrica y desfigurada. Las ramas se fueron inclinando todas hacia abajo hasta caerse todas las hojas en la tierra. La atmósfera hacia un ruido como de trueno lento, intermitente, hasta que se fue escuchando un gemido, un llanto eterno que brotaba de todos los rincones. La misma tierra lloraba a Jesus!. Las personas que pocas horas antes se burlaron de él y se vanagloriaban con su condena, comenzaron a lamentarse de su muerte. Muchas de ellas lloraban, se tapaban la cara de vergüenza y comenzaban a marcharse con la cabeza baja. Muchos murmuraban:
- · Parece que si era el hijo de Dios
- · Bien decía que era el rey de nosotros los Judíos
- · Hemos condenado a un inocente
Un hombre se acercó caminando a donde estaba María y ella lo reconoció. Era José de Arimatea, un hombre adinerado que había seguido a Jesús en secreto durante sus recorridos por Galilea y lo admiraba en sus predicaciones en la sinagoga. José era un hombre influyente y conocía a Pilatos. Abrazo fuertemente a Maria y a Juan. Cuando vio el cadáver de Jesús, se impresionó, volteo la cara y dio unos pasos atrás. Luego les dijo:
- · He podido hablar con Pilatos y me ha dicho que podemos darle sepultura a Jesús.
- · Es que no tenemos sepulcro, tampoco dinero – dijo María en voz baja.
- · Yo me encargaré de todo. Tengo un sepulcro grande y seguro donde podrá descansar su alma en paz.
María asintió y con profundo agradecimiento le beso la mano a José de Arimatea.
José y Juan tomaron el cuerpo de Jesús. Pudieron ayuda a otros hombres para cargar el cadáver con cuidado y que no se desprendieran las piernas y brazos. Estuvieron varias horas limpiando la cara, el cuerpo, la barba del hombre sin vida. Luego llegaron unas mujeres con aceite perfumado. Cuando el cuerpo de Jesús estaba limpio, se acercó Nicodemo con una cantidad impresionante de bolsas que contenían mirra y áloe y con cuidado y reverencia, lo untaron en todo el cuerpo. Finalmente envolvieron a Jesús en un lienzo, como acostumbraban los judíos.
A la caída de la tarde de ese viernes de dolores, María, Juan, José de Arimatea, Nicodemo y un grupo muy reducido de mujeres llegaron al lugar destinado a la sepultura: Una cueva de rocas grande estaba abierta y adentro un inmenso mesón de madera muy fina. Sobre él, pusieron el cuerpo de Jesús y oraron en silencio.
Comenzaba a oscurecer y debían retirarse. María dio un beso en la frente a Jesús y sus últimas lágrimas cayeron sobre el rostro de su hijo amado. El resto observaba en silencio. Al salir todos del sepulcro, los hombres lo sellaron con una gigantesca piedra que fungía de puerta de seguridad. Una docena de soldados de Pilatos se encargaron de custodiar el sitio, porque temían que el cuerpo de Jesús fuera a ser robado.
Luis Homes
2 Comentarios
Pedro Duarte
Saludos
De verdad que extraordinario relato con un toque de imaginación muy fino y que nos introduce con más fuerza en ese terrible momento.
Felicitaciones
Clara Montenegro
Sin comentarios ¡Grandioso!