ANOCHE. Por Delfos

ANOCHE

Anoche volví a encontrarme con el mar (pero esta vez fue mientras dormía). En una especie de arrobamiento de vientos y frío, observé al imponente azul venir hacia mi con ímpetu de tempestades, reclamando, tal vez, alguna promesa de adolescente, invocando primitivos espíritus y pronunciando olvidados conjuros. Anoche, una turba de sensaciones desordenadas, gritó mi nombre con desespero, desordenó las ideas, manchó con noche mis cuadernos.

Parecía una típica noche de lunes: el carro en el garaje a las cinco y media, la cena a las siete, la infaltable busqueda de radio emisoras en inextricables bandas, la oración implorando gracia y perdón al Dios de mi inocencia. Todo parecía tan cotidiano, hasta que llegó el sueño, con el mismo sigilo y humildad de cada noche, sin mas pretensión que relajar al músculo y poner orden a la mente. Sin embargo, en no sé qué compartimento arcano, se reservaba una sorpresa para mi.   Al principio fue el desasosiego, después el sudor agobiante, el balbuceo incoherente, la frase inarticulable, el miedo ínter dimensional, para dar paso al mar, a ese imponente e inesperado mar que todo lo ocupó.  

Emilio había despertado unas tres veces, Inés lo había obligado a callar, los perros de Chaneco hacían un coro desesperante de aullidos y ladridos, mientras que Oto los acompañaba con su acostumbrado falsete. Los ratones hurgaban desesperados la bolsa con la basura de la cocina y un enjambre de zancudos se apilaba en las paredes ateridos por el frío. Tal vez era media noche y el conticinio reclamaba espacios, pero el ruido de una ciudad desgastada en insanias, se oponía, vanamente, a los designios del Altísimo. Lo cierto es que estaba yo frente a aquel pedazo de azul, índigo o aplomado, no sé, pero oscuro y misterioso, acusador y desafiante.

…Y  la noche transcurriendo en migajas.

Delfos