«El Vice». Julyrma Jiménez
El Vice
En aquellos días laboraba en una institución que requería de recursos, traté de hacer contacto con el propio Ministro en varias ocasiones, pero no logré pasar del tercer anillo de seguridad para llegar hasta él, así que cuando escuché que vendria a la ciudad uno de sus Viceministros pensé que quizás ese sería el puente para conseguir el apoyo que necesitábamos.
El Viceministro era un hombre de rostro afable y buen trato, seguramente eso se debía a su procedencia andina, aunque en todo sitio hay sus excepciones. Había mucha gente necesitada de tantas cosas, en situaciones tan deprimentes … Todos pidiendo alguna clase de ayuda. Aunque provenía de una institución y hablaba por varios, yo solo era una más del montón con otro problema, sin embargo, no desmayé en mi empeño y logré apenas identificarme e intercambiar dos frases con el Vice, como empezamos a llamarle todos, abreviando la extensión de la palabra. Terminé tomando nota de las necesidades de buena parte de los presentes, que luego entregué en un sobre al Vice, allí también iban las de la institución donde ejercía mi trabajo.
Por supuesto que estábamos esperanzados, sentimos que éramos tomados en cuenta, escuchados…
Pasados un par de días, al final de la tarde, hubo una gran concentración en otra ciudad, hasta allá fuimos con la alegría del que espera una buena noticia. Todo parecía estar bien, pero mi percepción me decía otra cosa… Consulté a otros compañeros de viaje y estos me dijeron que yo era extraña, que estaba equivocada, que todo marchaba perfectamente.
Transcurría el acto y logré ver al Vice en la distancia tras bastidores, de pie, casi inmóvil, en silencio, con un aire de meditacion y tristeza a la vez, por lo que supuse que el desenlace de todo esto no era para nada alentador, al menos, para quienes esperábamos respuesta a nuestras solicitudes.
Culminado el acto con vítores, aplausos y algarabías, salimos del lugar. Mientras caminábamos, vimos al Vice en las afueras de un alto edificio, sentado en la acera en completa soledad. La gente pasaba, incluso permanecía cerca y no logré saber si lo ignoraban o no lo reconocían. Nos acercamos, me senté a su lado y ambos estuvimos un rato en silencio, entonces me dijo:
_ Me botaron.
_ Con razón me resultó tan fácil encontrarlo y hablar con usted sin interrupciones-le respondí.
El hizo un esbozo de sonrisa y expresó:
_ Yo quería ayudarlos.
_ Querer no siempre es «poder», Vice- contesté.
Entonces, puse mi mano sobre su hombro y allí estuvimos sentados largo rato, acompañando nuestros silencios, viendo el cielo nocturno y cómo las estrellas miraban el brillo de este par de pendejos.
Nunca más supe de él.
Julyrma Jiménez