LA DESPEDIDA. Por Maria Concepción Mendoza Torres
LA DESPEDIDA
No logró conciliar el sueño rápidamente una y otra vez le daba vueltas a la cabeza, ¿Qué habría pasado para que Silvia le dijera adiós si todo iba tan bien?
Se conocieron hace poco, es verdad, pero, se habían compenetrado tanto, llevaban ya dos meses saliendo y todo marchaba bien… todo esto era ilógico., ¿Qué pasaría en ese fin de semana que ella estuvo con su familia de viaje al pueblo, visitando a sus abuelos?
-No, yo, no puedo seguir así, con esta incertidumbre, mañana temprano la buscare y le pediré una explicación- se dijo para así Alfonso.
Silvia, esperaba que Alfonso no la buscase ni le preguntase que estaba sucediendo, que dejara todo así, no quería saber de él… bueno eso no era verdad, pero era lo que debía ser. Ella le temía a su hermano, y éste, al enterarse que ella tenía un pretendiente, la amenazó con golpearlo para alejarlo. Pancho era un hombre un poco callado y muy celoso, sobre todo con su hermana,” su muñequita” como le decía, ella era la menor de los tres hermanos de la señora Isabel y su difunto esposo, después de haber muerto, Pancho era el hijo mayor, se había dedicado a sacar adelante a su madre y su hermana, su hermano se había radicado en otra ciudad con su esposa e hijas, se veían en vacaciones pues él estaba encargado de una constructora. Por eso Silvia sentía que le debía mucho a su hermano Pancho, pero esta vez sentía que estaba yendo muy lejos.
-Dios mío¡¡¡ ¿cómo le hago entender a Pancho que Alfonso es un buen muchacho? sé que él me quiere bien, y Pancho debe entender que ya no soy una niña, que él es mi hermano mayor y no mi dueño… con esos pensamientos se quedó dormida.
Julián llegó a la tienda, y, notó que había un ambiente un tanto triste, todo estaba cambiado, era diferente a como lo había dejado hace años, cuando decidió estudiar arquitectura en otra ciudad, pues allí no daban esa carrera, pasaron 8 largos años, desde esa ida, se había graduado, especializado, casado y radicado en otro País pues le habían ofertado un buen empleo por sus excelentes proyectos presentados. Todo iba muy bien, pero la partida de su padre le obligó a regresar y encargarse de la tienda, esa venta de antigüedades, que era muy conocida y muy bien posicionada en la zona. Entró a la oficina que fue de su padre y los recuerdos le asaltaron, cuando él de niño y de adolescente venía a acompañar a su padre para ayudarle y aprender del oficio de restaurador, todos le querían porque a todos les ayudaba, era como cualquiera de los empleados. Sumido en sus recuerdos, en su dolor no se dió cuenta que alguien se le acercaba y le tocó el hombro, el volteó y vio a don Pepe a su lado.
-Buenos días Julián, es grato verte por aquí – le dijo don Pepe, quien era para él como un segundo padre, era la mano derecha de su padre, estuvo con él desde que se inició el negocio.
-Don Pepe, ¿cómo está usted? le dio un abrazo y prosiguió, ¿cómo está su familia?
-todos bien, gracias a Dios, le respondió – don Pepe y le preguntó- ¿Cuándo regresaste?
Julián le contó, que hacía apenas dos semanas que había regresado, pero que no había tenido ánimos de ver a nadie. No había podido estar en la partida de su padre, él estaba muy lejos y con el dinero que recibía de sus trabajos era que costeaba la quimio de su padre y los gastos de su madre en la casa. Lloró en el hombro de don Pepe, parecía un niño pequeño, don Pepe lo dejó que se desahogara, él sabía que él amaba a su padre y que no fue fácil no estar allí.
-Don Pepe, gracias por escucharme, por permitirme sacar un poco de mi dolor.
-de nada hijo- le respondió don Pepe y dándole una palmadita como para darle ánimo, prosiguió: todos sabemos cuánto amaste a tu padre y lo orgulloso que estaba el de ti, por ser como eres y porque a pesar de no estar físicamente apoyaste a tu madre en todo momento.
-Gracias don Pepe, volvió a decir Julián, no sabe cuánto bien me hace escucharle y le volvió a dar otro abrazo. En ese abrazo sintió como si abrazase a su padre.
Pancho iba ensimismado en sus pensamientos que ni cuenta se dio al entrar a la pequeña tienda, que allí había un revuelo por el nuevo jefe, como decía Inés , la secretaria, una chica de uso veinte años que además de tomar las ordenes de los pedidos, era también ayudante en la caja registradora.
Pancho debía entrar a la oficina a retirar las órdenes de compra y los pedidos para ser llevados a despachar y otros colocarlos a la venta. Se sorprendió cuando al abrir la puerta se encontró con Julián su viejo amigo de la infancia, se saludaron efusivamente, recordaron algunas anécdotas y ya también se enteraba que desde ese momento él tomaría las riendas de la tienda.
-Pancho te invito esta noche a ti y a tu familia a una cena en casa de mi madre, seguiremos charlando de nuestras travesuras y además para ponerme al día con algunas cosas de la tienda.
-Claro que si ¡cuenta con eso ¡le respondió Pepe- allí estaremos le terminó de afirmar.
Silvia recibió una llamada muy temprano, era Alfonso, quería invitarle a cenar en su casa y así conociese a sus padres, .Ella quedo sorprendida, es decir que Alfonso ¿no tomo en serio lo que ella le dijo de poner fin a su relación?
-Alfonso, -le contesto Silvia, no puedo aceptar tu invitación, ¿acaso no recuerdas que te dije que no quería saber más de ti, que habíamos terminado? eso lo dijo ella con un dejo de tristeza
-No, yo no acepto que nuestra relación termine así, sin saber el por qué y además, Yo te amo –le respondió Alfonso.
-Yo también te amo Alfonso,- dijo Silvia- pero, lo nuestro no puede ser, al menos por ahora no debe ser. Y le colgó la llamada.
Alfonso quedó muy triste y pensativo ¿Que estaría pasando en realidad con Silvia? estando en esos pensamientos entró doña Graciela, su madre, que al verlo triste, le preguntó:
–hijo- ¿Qué tienes? extrañas a tus amigos de la universidad?,
– no madre- tranquila- no es nada en particular. me, ¿necesitas que te ayude en algo? ,
-no hijo- respondió doña Graciela, quiero es avisarte que esta noche tenemos cita en casa de los jefes de tu papá.
Alfonso era el hijo menor de don Pepe, estaba recién graduado en artes, y toda su adolescencia e infancia había transcurrido en la capital con sus abuelos, allí había hecho sus estudios y al culminar la carrera había decidido regresar con sus padres. Sus abuelos habían decidido viajar a Europa, donde la hija menor quien acaba de dar a luz y necesitaba de su apoyo. Don Pepe cuando lo vio regresar no cabía de la emoción, su hijo, su pequeño había regresado para acompañarles en casa y de paso ayudarle un poco en su tarea de restaurador de imágenes, oficio que había aprendido muy bien con su padre. El, don Pepe lo necesitaba, pues don Alonso el dueño de la tienda había sido diagnosticado con un cáncer avanzado y había pedido de la colaboración de él, mientras salía de su quimio. Hacía tres meses que había regresado a su ciudad natal y era como si la estuviese conociendo ahora.
-Julián, hijo, ¿Cómo te fue?- pregunto doña Eugenia, madre de Julián
-Bien madre- claro todos un poco triste por lo de mi padre, pero de resto todo marchando bien, se ve que don Pepe les ayudo a ustedes en todo. Se alegraron de verme y de saber que regresé a trabajar con ellos.- seguía contando Julián- Madre los invite a cenar aquí, bueno, no a todos, serán Pancho y su familia y don Pepe , su esposa y el hijo menor que me contó, hace tres meses regresó a la ciudad.
-Está bien hijo- respondió doña Eugenia- ya me pongo a ver que se prepara.
Julián salió de la cocina y se dirigió a su dormitorio, allí estaban, su esposa Rebeca y su pequeña hija Amanda, quienes al verlo entrar se alegraron, él abrazo y beso a su esposa y a la pequeña la cargo en brazos.
-Hola beca- ¿qué tal tu día en casa? – Bien todo bien, Amanda se ha portado excelentemente bien, pude ayudar a tu madre, en algunas cosas. – Ya que lo mencionas – le dijo Julián, ¿podrías por favor darle una mano a mi madre, en la preparación de la cena? tenemos invitados, son unas personas muy especiales para nosotros, que se portaron muy bien con mis padres, y quiero que tú las conozcas.
–Está bien- encárgate de Amanda, ya bajaré a ayudar a tu madre.
Tenían apenas una semana que habían llegado a la ciudad, y no habían salido para nada de casa, aún estaba instalándose en casa de sus padres, y ahora que estaba sola doña Eugenia, él y su familia serian su apoyo. Estuvo jugando con la niña, hasta que ésta del cansancio se durmió, lo que él aprovecho para organizar algunas cosas del trabajo e ir armando su plan de trabajo para los cambios, pequeños, pero cambios que haría en la tienda para agrandar los espacios y fuese más cómoda al cliente.
Pepe, su madre, doña Isabel y Silvia iban rumbo a la casa de Julián, él quería llegar temprano para poder contarle a su amigo de la infancia tantas cosas y pedirle consejo en otras. El sentía que Julián había llegado en un buen momento.
En tanto que Alfonso no tenía ganas de ir a esa dichosa cena, pero por hacer sentir mal a sus padres ni hacerle un desaire a los jefes de su papa, se arregló y de mala gana se montó el vehículo
Don Pepe y su familia llegaron a la casa de Julián, doña Graciela le abrazo efusivamente y luego se dirigió a la cocina donde estaba doña Eugenia terminando de hacer los preparativos de la cena, ella se dispuso a ayudarle. Don Pepe le presento a su hijo Alfonso y los tres hombres se dirigieron a una salita más pequeña cerca del jardín, para conversar con más tranquilidad.
Pancho y su familia llegaron unos minutos después que don Pepe , Rebeca la esposa de Julián fue quien se encargó de darles la bienvenida, acompaño a doña Isabel y a Silvia a la cocina, pero luego le pidió a Silvia que la acompañara a terminar de arreglar a la pequeña Amanda. Le toco a Pancho buscar a su amigo donde se imaginó pudiese estar. Julián al verlo que se acercaba le saludo con un apretón de manos y le dijo: te ganó como siempre la puntualidad de don Pepe hermano, a lo que Pancho respondió jocosamente:- don Pepe es un reloj de arena, yo uno digital, todos sonrieron del chiste. Ven Panchito únete a nosotros, te presentaré por fin a mi querido hijo.
Pancho sintió como si le hubiesen echado un balde agua fría, no podía creer, quien era el hijo menor de don Pepe…. el pretendiente de su hermana., No sabía qué hacer, ni que decir. –Vamos Pancho, saluda, no te pongas celoso, tu seguirás siendo mi amigo, le decía Julián sin imaginar la lucha interna que tenía su amigo. Pancho se controló, sonrió y le dio la mano a Alfonso, este le correspondió, pero también se hacía una pregunta internamente, ¿Qué hacia ese tipo ahí? ¿Que tenía que ver el con Silvia? cuando se iba a disponer a hacerle la pregunta llegó Rebeca buscándoles para que fuesen a cenar. Todo estaba listo.
Entraron al comedor, Julián se había adelantado para saludar a doña Isabel y Silvia, les quería mucho como si fuesen parte de la familia. Ellas al verle le saludaron con un fuerte abrazo cada una, él se alegró de verlas, les dijo, gracias por todo lo que hicieron por mi madre.
-No tienes nada que agradecer Julián, te queremos como uno más de la familia. Respondió doña Isabel.
-Vamos, vamos, a cenar que si no se enfría y luego dejan todo en la mesa. Les dijo doña Eugenia, en ese mismo instante están entrando los demás invitados, don Pepe, Pancho, y Alfonso. Silvia casi se desmaya de la impresión, ¿qué hacía Alfonso allí?, ¿cómo conocía el a Julián?
Alfonso cambió su rostro al ver a Silvia, no entendía nada, pero se alegraba de verla allí.
Julián tomó la palabra y les dijo: mi madre y yo decidimos invitarles a esta cena familiar para agradecerles ese apoyo que nos brindaron en los momentos que más le necesitamos , ustedes no nos abandonaron y hoy los vemos como parte de nuestra familia, de igual forma invitarles a que nos acompañen a despedir a mi padre, es verdad que hace un mes que partió, pero mi madre decidió esperar a que yo pudiese regresar para enterrar sus cenizas, y mi familia y yo sentimos que ya es el momento. Les reitero mi agradecimiento y bueno a cenar, todos se sentaron con sus respectivas familias y allí fue donde Silvia conoció al hijo menor de don Pepe y Alfonso a la hermana de Pancho.
Llegó el día de la despedida a don Alonso, fue un día nublado, pero al mismo tiempo lleno de paz, el grupo estaba muy nostálgico por ese hombre que a cada uno le enseñó algo, cada uno elevó una oración a Dios por su alma y al mismo tiempo le agradecieron por lo que el representó en sus vidas.
Doña Eugenia dijo las últimas palabras: Despedirse no significa olvidar, solo significa decir adiós por un tiempo, recordar y aprender de lo vivido honrando así su memoria.
Maria Concepción Mendoza Torres
Un comentario
Claudia Lopez
Triste historia