MI CASA. Por Olimpio Galicia Gómez
MI CASA
Mi casa no son cuatro, ni ocho, ni veinte paredes y un techo. No, es apenas una pared que conoce muy bien su condición divisoria y se prolonga desde el umbral hasta el patio, cruza en el último rincón y regresa su andar como queriendo escapar calle abajo, pero vuelve a doblar la esquina y penetra por la puerta de la sala y se arremolina en la cocina, allí permanece inerte como piedra.
Mi casa me habita y yo la habito a ella, así que, en franca comunión, nos despedimos a diario y nos damos la bienvenida al regreso de los caminos. A mi casa le gusta el arte, por eso siempre anda inmaculada y coqueta vistiéndose de hermosuras y derrocha encantos por las ventanas y entiende que la roca de Cumarebo tiene vida en las manos de Jorge Rivero, y que es fácil sembrar una selva en la sala y en los cuartos a fuerza de acrílicos y lápices de colores; por eso a veces parece que estuviera embrujada de tanto color en movimiento.
En esta casa anda reinando la música con una corte de guitarras y clarinetes que no dan cabida a los silencios de la tarde, ni le dejan espacio a la modorra de mi siesta, ni permite ausentar alegrías.
Esta, mi casa, es de verano porque vive arropada en el ardor calcinante de las tejas, porque, cuando llueve en vendaval, se le mojan hasta los secretos que atesora en el viejo baúl de los recuerdos.
Mi casa es averiguadora de la vida ajena y fisgonea por las rendijas de las puertas y de las ventanas para enterarse de cómo andan vestidas, qué dicen y para dónde salen las casas vecinas. Esto le ha traído algunos inconvenientes porque ha descubierto intimidades que comprometen. A veces siente nostalgia, porque desde antes quiso ser como las casonas coloniales de la zona patrimonial de esta ciudad, pero rápido se le pasan las querellas y vuelve al alboroto de los nietos que columpian travesuras y sueños desde su corazón. Ella posee libros que andan a su antojo leyéndose unos a otros, contándose sus cuentos, recitándose sus mejores versos y haciendo llorar a los que todavía jipían con las novelas de Isabel Allende. De ellos se escapan, en temerarias fugas, poemas que nadie ha leído antes, y se van por la calle con su virginidad a cuestas esperando encontrar un refugio nuevo que les permita mayores libertades.
Mi casa, esta casa, anda volando de rama en rama con los Chuchubes y, al mediodía abajo, se eleva como nube azul y se escapa muy lejos en el espacio. Seguro de su regreso yo me siento a la puerta de entrada a esperarla para tomar con ella un cafecito caliente a eso de las cinco pinceladas del crepúsculo.
Olimpio Galicia Gómez
Un comentario
Pedro Duarte
Importante: «Ella me habita y Yo la habito a ella»
Abrazos