Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XXV. Cita Odontológica.”. Por Luis Enrique Homes
XXV. Cita Odontológica
Jacinta llegó con Andrea al consultorio del odontólogo. Esta vez sin previo aviso ni cita, pero respetando las instrucciones del Dr. Ignacio de presentarse a última hora, como si fuera una paciente cualquiera. Al tocar la puerta, le abrió la secretaria, quien se disponía a retirarse. Jacinta le dijo apresuradamente, en tono de angustia, sin saludarte:
- Vengo en una emergencia, no aguanto el dolor de muelas del último tratamiento que me hicieron y solo quiero hablar con el Dr. Ignacio un momento.
La joven se dio la vuelta, le avisó al doctor y saliendo les dijo:
- Siéntense allí, yo me tengo que ir, pero ya el Dr. viene. Espero que mejore.
Cuando el doctor se presentó a la recepción, Andrea se arrodillo a sus pies con el niño en los brazos y le dijo:
- Ay doctorcito Ignacio, por lo que usted más quiera en este mundo, ayudeme por favor. Me está persiguiendo el licenciado Ignacio Lara, el es el papá de mi hijo, pero si me agarra o me consigue no sé lo que sea capaz de hacer.
- Calmese joven, lo siento mucho. Que puedo hacer por usted.?
- Mire lo que sea – intervino Jacinta, mientras ayudaba a pararse del suelo a Andrea – El licenciado armó un escándalo anoche porque nosotros estábamos paseando en la plaza, empujo a Andrea, ella anda con el brazo fracturado o muy adolorido. En la madrugada salimos de la casa. Pero ya la están buscando. El licenciado la fue a buscar a casa de su mama y en mi casa. El anda con varios guardias y policías del gobierno y un grupo de gente de esas que él consigue por ahí para sus fechorías.
- Mire yo lo que quiero es que me ayude a esconderme por unos dias mientras yo decido qué hacer o a donde irme con mi hijo.
- Ay doctor que pena con usted, yo sé lo que le estamos pidiendo en bien delicado. Pero es que no contamos con más nadie. Agregó Andrea.
- Calmense un momento. Venga un momento jovencita y le examinó el brazo, yo no soy médico, pero para ver que le paso alli.
Apenas el Dr. le tocó derecho el hombro, Andrea gritoo
- Eso puede ser una fractura o un dislocamiento. Habría que hacerle unas placas
- Yo no me voy a hacer ninguna placas porque allí mismo le reportan a Omar de que yo estoy en el hospital.
- Mire, tomese este analgesico, dejeme hacer unas llamadas. Tomen agua de la neverita esa que está allí. y le voy a traer hielo para evitar que se le siga inflamando el brazo.
El Dr. se metió al consultorio. Se escuchaba su voz que hablaba por teléfono. El niño comenzó a llorar, entre hambre y cansancio de todos. Andrea se abrió la blusa y para calmarlo, le puso el pecho en la boca. El niño comenzó a amamantar sentado en las piernas y se calmó.
Al cabo de unos minutos salió el Dr. del consultorio.
- Mire, yo las puedo llevar a una casa de campo de un familiar que queda como a media hora de aca. Se pueden quedar a dormir allí. Es un sitio seguro y retirado. Aunque debe estar un poco sucio y descuidado tiene varios meses cerrado. En el camino compramos algo para que pueda comer. Tienen que irse acostadas en la parte de atrás de mi camioneta blazer, al menos mientras salimos del pueblo.
Así lo hicieron. Esperaron que hubiera poca gente en la calle. El Dr. acomodo su camioneta en retroceso, reclino los asientos traseros y Andrea, el niño y Jacinta se metieron en la parte de atrás y se acostaron para evitar ser vistos por medio de las las ventanas. Recorrieron 25 o 30 minutos en una zona montañosa, el camino tierra era irregular y Adrea se seguía lastimando el brazo. Cuando llegaron a la casa de montana, encendieron las luces, bajaron algún mercado que el Dr. había hecho para su casa. El Dr. se aseguró que en la casa hubiera agua, les indico donde estaban las toallas, las sábanas, les mostró el cuarto de huéspedes. Antes de salir, les dijo:
- Esto es seguro. Aca no les pasa nada. Solamente no salgan. Vean TV, banense, calmese, coman y nos vemos en dos días y volvemos a hablar. Por favor no me escriban ni me llamen si no es una emergencia de verdad. Lo que vayan a hacer tenemos que pensarlo bien. Particularmente ustedes. No estamos jugando con enemigos pequeños.
Andrea y Jacinta lograron comer algo, cada una tomó un baño por separado. El niño se durmió profundamente en un sofá de la sala.
Andrea encendió el teléfono y tenía varias llamadas perdidas de su mamá. La llamó por teléfono y le explicó con detenimiento lo que habían hecho. No sabían donde estaba, pero se sentía segura. También vio que había muchísimas llamadas perdidas del licenciado. Luego se puso a leer los mensajes de texto de su pareja. Exhausta, se recostó en la primera cama y se quedó profundamente dormida, rezando en silencio la coronilla de la Divina Misericordia.
Al día siguiente se levantaron, comieron, vieron TV y dejaron que el niño corriera por toda la casa. Pasaron uno, dos días, tres días y el encierro ya estaba haciendo mella en ellas. No sabían qué hacer ni qué rumbo tomar. Incomunicadas con sus familiares por temor a que los teléfonos fueran interceptados, solo lo prendían por escasos momentos para textear a Rosa y hacerles saber que estaban bien.