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Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XXXV -Despedida”. Por Luis Enrique Homes

Despedida

XXXV.- Despedida

El trabajo para Jacinta se había convertido en una persecución porque era forzada a llevar cada vez más dinero a los bancos o a esconderlo en las bodegas. Y le pedían que lo hiciera a tempranas horas de la madrugada o a altas horas de la noche. Cuando llegaba a su casa a intentar descansar no podía comunicarse con Andrea o Rosa. Las comunicaciones eran terribles, siempre interrumpidas o se volvían inaccesible. Los servicios públicos de su casa como agua, electricidad, internet, estaban frecuentemente interrumpidos sin causa aparente. En varias ocasiones encontró mensajes escritos bajo la puerta que le invitaban a permanecer en silencio sobre el secuestro y no hacer ninguna denuncia. Otros sobre que no se acercara a Andrea y algunos otros mensajes sobre la necesidad de permanecer en el trabajo sin hacer preguntas o investigaciones inconvenientes.
Jacinta siempre era perseguida por vehículos o camionetas sin placas que la seguían al salir de su casa y le enviaban mensajes de texto para que se quedara tranquila. Así que decidió seguir los consejos de su hermano y huir a Rio Blanco y al cabo de un mes, estaba en la ciudad de Matamoros, Estado de Tamaulipas, México en la frontera del Sur de Texas, en los Estados Unidos con el propósito de buscar asilo.
Jacinta no tuvo otra alternativa que disponer de parte del dinero que manejaba de su trabajo. El valor del viaje hasta México se tasaba en el mercado entre 8 y 12 mil dólares y se pagaba por cuotas a medida que iban avanzando en el viaje. En dos oportunidades fue estafada por coyotes diferentes con la cuota inicial de tres mil dólares, hasta que alguien, en ese mundo de contactos siniestros y oscuros que tuvo que conocer, le sugirió un tercer coyote de nombre Ramiro que era” totalmente seguro” porque transportaba a la gente en vehículos o camiones y les garantizada casa, comida y seguridad hasta llegar a los Estados Unidos.
Luego de varias llamadas interrumpidas con Rodrigo, le dijo que se presentará en una casa en las afueras de Río Blanco, un Domingo en la mañana y solamente con una maleta pequeña de mano y una cartera o un morral. No podría llevar más nada, además del dinero y sus documentos personales. Jacinta sacó las últimas pacas de billetes de 100 que tenía en su casa, tomó la maleta y el morral que había arreglado el día anterior, y salió en taxi hasta la casa indicada. Le habían dicho que por fuera, parecía una casa normal de campo. Después de cerrar la puerta de su casa, Jacinta se devolvió por instinto para asegurarse que todo quedaba en casa como si ella fuera a salir a trabajar en un día normal. Agarró una imagen de cerámica de San Antonio de Padua que estaba en la mesa de noche de su cuarto, la arropo en una toalla pequeña y como pudo, la metió en el morral.
Cuando llegó a la casa indicada en las afueras de la ciudad, le abrió una señora y le ofreció café. Había en la sala 8 personas más. Una familia de una pareja y un hijo varón y hembra como de 14 y 15 años; También había dos mujeres cada una con un hijo y una hija pequeños, como de 4 o 5 años. Ella era la única que estaba sola. Sintió alivio de no hacer esta travesía sola.
Al traer el café la señora le dijo usted es la última que faltaba. Tómese el café tranquila que dentro de poco vamos a salir. Tienen que entregar los celulares. Así que tienen que escribirle a alguien, háganlo ahora porque ya no pueden usar el teléfono. Pero eso sí, solo pueden enviar mensajes de texto, no pueden hacer llamadas.


Jacinta tomo el teléfono y le escribió a Andrea:
Me voy de Río Blanco. No aguanto más estar acá. Mi casa queda sola y ya sabes como entrar por si la necesitas tu y Rosa. No le digas nada a nadie. Yo te escribo cuando esté segura. Se que nos vamos a ver pronto. Cuidate mucho” Jacinta apagó inmediatamente el teléfono. Lo apretó como si fuera un niño entre sus pechos y le salieron un par de lágrimas al despedirse de manera tan distante de sus entrañables amigas.


Al cabo de un momento apareció la señora. Les pidió los teléfonos celulares y dijo firmemente, “Ahora sí, tienen que entregar todos los teléfonos celulares. Si les aparece un teléfono que tengan escondido en el camino, tenemos que dejarlos inmediatamente. Esas son las reglas. La segunda regla es que no pueden hablar nada en el camion. Solo tienen que responder en clave y allá afuera en el patio les van a explicar. Si necesitan ir al baño, vayan ahora, porque el camión no va a pararse en el camino.”


Al salir al patio había un camión que Jacinta reconoció inmediatamente como uno de los camiones que se apostaban en el patio trasero del Edificio de Andrea. Se aterrorizó que fuera a caer en manos del licenciado y de su gente. Se le congeló todo el cuerpo. A esta hora y a punto de embarcar, Ramiro tampoco se había presentado allí al sitio ni le había llamado. Quedó inmovilizada sin saber que hacer, hasta que un hombre moreno de contextura atlética levantó la voz desde el camión:

  • Yo soy Ramiro, vengan para aca a montarse. Primero los que tengan niños. Después los demás.


Así fueron caminando todos hasta la puerta trasera del embarque del camión cava. Ramiro chequeaba en una lista el nombre de las personas y a cada una le colocaba una pulsera de papel resistente con un número en un marcador. A Jacinta le tocó el 164, escrito en números rojos. Antes de montarse a la unidad, a cada una de las personas le tomaba una foto con su celular.
El camión estaba equipado para transportar personas y mercancía. Había unos bancos de aluminios pegados al piso en que las personas podrían sentarse, siempre corriendo el peligro de caerse porque no tenían espaldar. Pero había unas tiras de plástico grueso desde el techo desde donde las personas podrían sujetarse o sencillamente hacer la travesía de pie. Las personas se miraban desconcertadas, los niños comenzaron a llorar ante el inminente encierro.
Ramiro subió al camión y les dijo:

  • Vamos a viajar como dos horas, dos horas y media. En ese trayecto no nos vamos a parar hasta que llegamos a otro lado. No pueden hablar, hay que controlar a los niños Acá en el termo hay unos jugos para ellos que le dan un poquito de sueño y los pueden tener dormido. Si ven que nos paramos, nada de hablar, ni responder preguntas como si tienen hambre o si tienen sed. Esto no debería pasar porque toda la guardia y la patrulla está controlada, pero no se sabe de imprevistos que nos puedan pasar. Todo lo que Ustedes necesitan, están en esas cavas de anime y pueden coger lo que necesitan o quieran

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