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Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie):“LI. El Campamento”. Por Luis Enrique Homes.

Campamento en la frontera

LI. El Campamento

Pues sí, la verdad es que esa agrupación desordenada de carpas improvisadas, sin baños, sin espacios para cocinar, sin camas más que cartones tirados en el piso y sin luz, es básicamente lo que es: Un campamento de gente que huye desesperadamente de sus países de origen y de los males que le aquejan: Persecución política de monstruos tiranos y sus esbirros con manos manchadas de sangre inocente, abusos de pandillas a niñas y jóvenes que apenas se inician en la pubertad y en el mundo de la feminidad, procesos judiciales amañados para encarcelar a profesionales que descubren gigantescos palacios de corrupción en empresas del Estado, o estructuras de negocios para articular el grandioso imperio de las drogas.
De todo eso se hablaba diariamente en el campamento de Matamoros. Y no solo eran palabras e historias que se contaban entre el silencio y el murmuro. Quedaban allí tambien marcadas en las cicatrices inocultables en las piernas, brazos, cabezas, vientres y cuellos de los emigrantes perseguidos de El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Cuba, Venezuela y Ecuador, los más representativos del campamento.
Allí llegaron Andrea, Julian y el niño Jesús a esa realidad que nunca ellos habían imaginado, porque cada uno piensa que su tragedia es la más grande. Pero allí la realidad se magnificaba también, producto de la propia persecución interna, dentro de México. Tenía razón una consejera del camino: Matamoros es el centro de los carteles de la droga y ellos controlan todo.
El peligro en el campamento era inminente. Hombres armados imponían el silencio en las noches dentro del campamento y cada uno de los refugiados pensaba que era un agente encubierto proveniente de su país, encargados de secuestrarlos, torturarlos o matarlos. Tambien se escuchaba y era aceptado que los gobiernos dictatoriales tenian intimas conexiones con los carteles de la droga en Mexico y pues hacian sus encargos especiales para la persecución sin límites de los perseguidos.
Dentro de ese contexto,llegar a la frontera mexica de los Estados Unidos y estar a un paso de la libertad, era como el purgatorio: Un lugar de tránsito donde se sufre intensamente, se expían las culpas antes de llegar a la tierra prometida. Pero mientras tanto, era solo eso: Una promesa, una vaga ilusión, una quimera. Nadie sabía cuánto tiempo iba a durar ese purgatorio, que podría convertirse en una verdadera pasión, muerte, pero sin resurrección.
Del tránsito del puente al campamento, en apenas 10 minutos de caminatas, el licenciado se encargo de hacer llegar intensos mensajes de texto que aterrorizaron a Andrea y a Julian: “ Se que huiste y te llevaste a mi hijo, ese chamaco no te pertenece, es mío. Se donde estas. En el campamento rodeado de delincuentes y allí no te vas a salvar de mis garras. No voy a descansar hasta verte podrida y ahogada en el río, de manera que puedes contar tus días con los dedos de tus manos a menos que te entregue a quien yo te diga. Sabes que soy un hombre de poder y todo el poder caerá sobre ti hasta que me devuelvas a Omarcito.”
Andrea se horrorizó al leer este mensaje y muchos más de similar contenido . Tomo de la mano a Julian lo arrastró como otro niño más y empezo a recorrer el campamento desesperadamente como una madre a que protege a dos preciosas criaturas. Cuando reconoció el acento de una pareja de refugiados de su país en el frente de una carpa grande, se metió desesperadamente sin permiso y se arrodillo ante ellos pidiéndoles que les dejara pasar la noche, que era una mujer de bien, que les prometía que no era ninguna delincuente y que por lo mas quisieran en la vida, le dejaran pasar la noche.
La joven pareja de nicaraguenses reconocieron el temor y la angustia de Andrea y le permitieron quedarse a los tres. La carpa era grande y había suficiente espacio para todos. Andrea le pidió a Julian que por favor buscara o comprara más cobijas dentro del campamento porque ella se iba a acostar y llenarse de cobijas, arropada con Jesús de manera que nadie viera ni sintiera nada, más que un cerro de cobijas.
Esa noche, solo se vio en la carpa la pareja en su colchón matrimonial y un cerro de cobijas que tapaba completamente los cuerpos temblorosos y angustiados de Andres, Julian y el niño, ante lo que parecía el final de la travesía.

Luis Enrique Homes

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