Letras

«RINCONES». Olimpio Galicia Gómez.

«Cada rincón se considera especial, y muy orondos se exhiben a las ocasionales visitas…»

RINCONES

En los rincones de mi casa abundan objetos que a veces adquieren vida propia y siento que me reclaman por la decidia y la indiferencia con las que, últimamente, las he tratado. Se dejan caer a propósito, se elevan con el viento y pretenden hurgar en el horizonte; otros se hacen los desentendidos y se sacuden el polvo acumulado y las escarchas de la última navidad.


Cada rincón se considera especial, y muy orondos se exhiben a las ocasionales visitas y buscan lucirse, pero las personas que llegan son, en su mayoría, más insensibles y apáticas.


El gramófono, situado en el rincón azul del patio, trata de hacer girar al disco de acetato de 78 RPM para que suene aquella pieza musical de la década del 1920, estira su brazo metálico con su aguja en el extremo, inútilmente suspira profundo, mas el aliento no le llega y no emite ningún sonido por su bocina. A su lado hay una lámpara contenida en un globo terráqueo que se parece al de Mafalda, y es un prototipo del deterioro que hoy presenta nuestro planeta.
Otro rincón emblemático está custodiado por dos telas pintadas en acrílico con un Colibrí, uno, y con unas flores y monte, el otro. Allí conviven insitandose uno al otro, mientras los colores insisten con su gracia y su cadencia simple.


El sillón de madera que cuida al rincón del amanecer, ha ido perdiendo gallardía, y ahora el perro es el que lo ha asumido como su lecho.


Las esculturas en piedra de Cumarebo, elaboradas por las manos creadoras de Jorge Rivero, tienen su rinconcito especial, al lado de unas estatuillas en ébano talladas por artesanos de La Habana, allí reposan pálidas y frías arrulladas por el croar de una ranita platanera que a veces llega a un matero cercano donde se yergue la planta de la «prosperidad». Tanto la rana como la mata han aprendido a ignorarme y sólo, a la hora del riego, son capaces de aplaudir.


En el rincón de los ignorados se han ido a vivir galones de pintura vacíos, láminas de plástico y de metal, vigas y viguetas, tablas de diversos tamaños, tubos, restos de brochas, mástiles de pinceles, potes de acrílico seco, bastidores choretos y otros anónimos a los que no los quiere ni el chatarrero.


Los hierros tienen su rincón conquistado a la fuerza, allí establecieron su cuartel general mis herramientas. Ellas han aprendido a sudar conmigo.


En el de los cachivaches se prolonga una pesadez de ánimas en pena desde una secadora, impresoras, un aparato de sonido, ventiladores, aspiradora, una bicicleta, revistas, libros, periódicos y un lote de discos de acetato y de vinil que guardan una memoria musical atormentada y rayada.


En la cocina está el rincón del sabor, el sitio más pulcro de la casa, donde ollas, pailas, sartenes, platos, cubiertos, tazas y pocillos se unen a mi entusiasmo en cada jornada para lograr las comidas más gustosas impregnadas del mejor amor creativo.


En el de la música se siente la vibracion que se propaga por toda la casa, allí confluyen: aparatos de sonido, computadoras, instrumentos de cuerda y de viento con una actividad febril por unas cuantas horas al día.


Por el rincón de la sabiduría se encuentran apilados libros, revistas, discos, folletos, cajas llenas de papeles con mis borradores originales, unas cámaras fotográficas, mis cuadernos de notas. Todos ellos protestan a diario porque vivo molestándolos.


En este inventario acerca de los rincones que habitan mi casa está el de la bienvenida donde esperan estoicas, dos poltronas añorantes, nostálgicas y a veces se ponen melancólicas por la carencia de visitas importantes y clamorosas.


En la acerita del frente existe un pedacito de rincón post siesta, a donde llego a diario con mi cafecito negro y vespertino para cavilar en torno a la inmortalidad del cangrejo y otras profundas teorías filosóficas de igual trascendencia.


Y en el último rincón está el reposo en donde mi cuerpo encuentra la paz y el descanso a sus diarios martirios, así como el sosiego de la sangre y el alma para que los sueños se multipliquen y la vida vuelva a tener la energía suficiente para seguir enfrentando los días sucesivos.


Lo demás de esta casa son paredes abrazadas por el arte y un latir de corazones que la mantienen abierta para todo aquel que llegue florecido en una sonrisa.

Olimpio Galicia Gómez

AHORA. Fabiola José