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Serie Cuaresma. Capítulo IX: «Las mujeres de Jerusalén». Por Luis Homes

Las mujeres de Jerusalén

Las mujeres de Jerusalén

Yo pude continuar con un poco de fuerzas cuando ese hombre, Simón de Cierene,  me ayudó con la cruz. El se arriesgó a ser detenido, preso y torturado con ese gesto tan hermoso. No solo se trató de una ayuda física y de aliviar este terrible dolor en mi espalda y en mis piernas. Sus palabras de solidaridad de las que recuerdo “yo estoy contigo, tu nos representas a todos, yo si creo en ti,  que tu eres el hijo de Dios, el mesías” me hicieron pensar que si al menos uno, uno solo de los hombres de todo el mundo entendía este sacrificio, todo habría valido la pena.  

Solamente mi padre tiene un plan para la salvación de toda la humanidad y espero que muchas más personas, puedan ayudar al prójimo sufriente. Gracias Padre porque en tu infinita bondad y misericordia, y aun con un destino tan doloroso como el que me espera, me enviaste a este consuelo de Simón de Cirinea.  

Yo no podía ver el camino al calvario. Una mezcla incómoda y pegajosa de sudor, sangre y lágrimas inundaba mi rostro, pero de manera especial hacía como una cortina en mis ojos. Yo no podía ver más que una nube de colores confusos. Y de pronto aparece Verónica con su velo a limpiarme el rostro. ¡Qué frescura! ¡Qué alivio!. Ese manto con olor a primavera vino a limpiar mi cara y a refrescarme como las olas de un océano refrescan la orilla. Gracias padre por estos alivios.  

Pude caminar y estoy caminando con la cruz a cuestas.  Voy hacia donde está marcado mi destino. Estos alivios que agradezco infinitamente,  ya sabes son temporales mi padre amado.  Nuevamente la cruz pesa mucho y acepto nuevamente tu santa voluntad. Camino hasta donde puedo pero caigo por segunda vez y esta vez mi caída es más aparatosa. La cruz aprisiona mi cabeza con el camino lleno de piedras, me muerdo los labios y sale sangre un estallido de mi boca. La cabeza está a punto de explotarme. A la distancia, reconozco la voz de Simón y Verónica que insultan a los soldados. Como puedo, volteo la cara y veo que quieren venir a mi nuevamente, pero un grupo de forajidos los detienen.  

Recuerdo el velo de Verónica, las palabras de Simón y como puedo,  me levanto. La cruz se me hace mas pesada, pero agarro mas fuerzas y sigo mi camino. A pocos pasos de mí, están las mujeres de Jerusalén. Reconozco a muchas. La que ayuda a mi madre con el cuidado de los animales. La que vende maíz entero  cerca de mi casa.   La esposa del cobrador de impuestos. Las que ayudaron a mis padres a conseguirme cuando me perdí en el templo. Las que escuchan mi palabra en las orillas del río. Mujeres benditas de Jerusalén! Algunas lloran a mi paso. Otras de lejos me saludan con sus brazos y yo desde acá, sufriente, les comparto una sonrisa, como puedo. Ella piensan que acá,  en este camino del calvario,  termina todo. Su llanto y su dolor las delatan.  

No tengo fuerzas para gritar. Pero desde el fondo de mi corazón, les digo:  

Confiad, confiad,  mujeres de Jerusalén porque es acá donde comienza todo  

Luis Homes

4 Comentarios

  • Martha Aguirre

    Nunca se me hubiera ocurrido imaginar un relato de la pasión de cristo desde una perspectiva distinta a la clásica
    Muy creativo y bien llevado
    He leído los nueve capítulos y los he promocionado entre mis allegados. Que tengan un feliz y bendecido Domingo de Ramos

    • Luis Homes

      Muchas Gracias Martha y Monica por sus comentarios, que me animan a seguir en este camino de las letras, la espiritualidad y la filosofia como herramientas del crecimiento personal y de la humanidad. Muchas Bendiciones y ue tengan una semana santa de mucha reflexion y paz.