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Serie Cuaresma. Capítulo VI: «Jesús Azotado y con la Corona de Espinas». Por Luis Homes

Jesús Azotado

Jesús Azotado y con la Corona de Espinas

Las horas siguientes a la condena de Jesús por parte del Sanedrín, fueron horas de mucha confusión, dolor, incertidumbre y miedo para los seguidores de Jesús de manera especial para  los auténticos discípulos que habían vivido con él: estaban con la permanente duda de huir por completo y salvar su pellejo;  o seguir apoyando al maestro entre sombras y luces, pero básicamente negando su amistad y permanecer escondidos para sobrevivir.  

Allí estaba Jesús, íngrimo y solo con una condena a muerte a cuestas y sin discípulos o seguidores. Y además, sin intenciones propias de defenderse. La encrucijada perfecta para el abuso,  la tortura y el desenfreno por parte de los soldados del regimen, sedientos de venganza.  

– Camina maldito – le dijo un soldado mientras le tiraba con fuerza una patada por la espalda.  

– Tu que te dices hijos de Dios, ni siquiera eres capaz de salvarte a ti mismo, animal – le decía otro lugarteniente mientras le daba un par de bofetadas y se reía a carcajadas.

El pueblo, con un sadismo colectivo gritaba:  

– Que muera crucificado, por blasfemo.  

– Mátenlo, pero que sufra antes.  

– Sii, Siiiii, todo el castigo para el. Ese es un blasfemo, payaso, traidor.

Yo me retiré en un profundo silencio. Mientras caminaba con Rosaura en mis brazos  en medio de la multitud sádica que seguía condenando a gritos a un inocente, sentía un poco de vergüenza.  Yo no sabía si huía como uno más de sus discípulos o sentía miedo de lo que iba a pasar.  Tuve un fuerte dolor de cabeza y hombros y volteé la mirada a donde estaba Jesús.  El cuadro era dantesco. Dos hombres le quitaron con violencia la ropa a Jesús, dejándolo completamente desnudo. Cuando la multitud se reía a carcajadas de él, otro soldado le paso una sábana vieja, para que se cubriera. Él la tomó en silencio.  

De seguida vinieron dos hombres más con una cruz hecha de madera. La traían arrastrada entre los dos. Uno de ellos le dijo  

– Acá cumplirás tu condena y morirás. Agárrala y camina

Jesús se acercó como si fuera a agarrar un ramillete de flores y puso el hombro para que los hombres le ayudaran la cruz. Pero antes, el otro soldado le colocó en la cabeza una corona de espinas.  

– La cruz no va sola hombre, mereces esta corona de espinas porque tu te dices el rey de los judíos. Y eres rey, pues acá tienes tu corona. La vas a lucir y disfrutar antes de morir.  

Y con unos guantes le bajo la corona de espinas hasta el medio de la frente. Las espinas rasgaron la cabeza de Jesús. La sangre empezó a empapar su rostro y a mezclarse con el sudor del mediodía. Pilatos hizo su última aparición y pidió que pusieran en la parte superior de la cruz un letrero que decía “Rey de los Judíos”. Algunos se opusieron, pero el dijo: “Lo escrito, escrito está”  

Como un hombre serenamente obediente y lleno de paz, Jesús comenzó a caminar con su cruz a cuestas y la corona de espinas dibujando surcos en su frente. La sangre comenzó a derramarse en camino al Gólgota, un lugar que nuestro idioma significa “La Calavera”  

Yo conmovido y cobarde, veía todo de lejos. Sentí vergüenza de lo que estaba pasando. Tomé a Rosaura en mis brazos, la apreté muy fuerte y lloré desconsoladamente sobre su cuerpo.  Me di cuenta que ella temblaba de nervios y hacia gemidos de tristezas. Esto era solo el comienzo.

Luis Homes