Serie Cuaresma. Capítulo X: «Crucifixión y Muerte». Por Luis Homes
Crucifixión y Muerte
Jamás se ha documentado en la historia de la humanidad, una crueldad más grande e inhumana como la crucifixión de Jesús de Nazaret. Los soldados y la muchedumbre del pueblo que horas antes pidieron su crucifixión, llegaban como sádicos en jauría al lugar destinado a la ejecución. Los soldados ejecutores desprendieron a Jesús de sus vestiduras, humillándolo aun mas. Pedazos de piel sudorosa, sangrienta, se desprendían del cuerpo de Jesús. Él trataba de guardar silencio, pero estalló en gritos de desesperación por el dolor de la piel desprendida.
Cuatro soldados agarraron la cruz por los extremos y la tiraron sobre tierra. Jesús cayó desmayado sobre ella. Con una cuerda ataron cada una de sus manos y sus pies a la cruz. Y luego, con fuerza, clavaron con clavos de acero su mano izquierda, su mano derecha y sus pies colocados uno sobre el otro. La sangre salía en cantidades y Jesús gritaba desesperado. Se desmayaba y volvía en si. A pocos metros, los ejecutores reían y el pueblo festejaba. Otro grupo de soldados hacia lo mismo con otros dos hombres condenado a muertes
Levantaron las cruces con gruesos mecates. Jesús quedó en el centro de los tres condenado. A lo alto se leía: Este es el rey de los judíos. Su cuerpo se retorcía de dolor. Tenía dificultades para respirar. Con la cabeza baja, miraba de un lado a otro como buscando a alguien, hasta que vio a su madre suficiente que estaba junto a su discípulo amado, Juan. Dijo algo que pocos entendieron, porque ya casi no podía hablar. Dirigiéndose a la angustiada madre, le dijo:
– Madre, allí tienes a tu hijo
Como pudo, tomó aire, y en susurro de muerte le dijo a Juan:
– Hijo, allí tienes a tu madre
Jesús trató de mirar a lo alto, sus ojos se cerraban. Con sus últimas fuerzas dijo:
– “Eloi, Eloi, lamá sabactani”
Eso se traduce: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Jesús bajó la cabeza. Su cuerpo se relajó y por un brevísimo momento pareciera reflexionar y orar en silencio. Una paz interior lo calmó. De pronto su cuerpo quiso levantarse de la cruz, grito muy fuerte y murió. Eran las tres de la tarde.
El sol que antes era una manada de fuego ardiente, se opacó por completo. Un ruido espantoso se escuchó debajo de la tierra. Los que antes celebraban quedaron en un silencio de asombro absoluto. Sus rostros, sus cuerpos, se volvieron de un color gris plomo. A medida que el ruido de la tierra se hacia mas fuerte, todo la gente que hacia de circo, comenzaron a huir en estampida, pensando que se trataba de un terremoto. Un soldado tiró una lanza al cuerpo de Jesús y acertó en el lado izquierdo y salió la poca sangre y agua que le quedaba.
– Ya está muerto. – Sentenció el jefe de los soldados.
– Entonces no hay necesidad de partirle las piernas, como nos ordena la sentencia – dijo otro.
María se acercó al pie de la cruz. Con sus manos levantadas quiso tocar el cuerpo de su hijo muerto, pero no alcanzó. Juan, el discípulo amado, se acercó a ella, la abrazó y la retiró para tratar de consolarla bajo un árbol. Sus vestimentas quedaron llenas de la sangre y agua derramadas por Jesús.
La misma sangre y agua con la que después, se redimiría el mundo.
Luis Homes
Un comentario
Pedro Duarte
Simplemente inclino la cabeza