¡La infidelidad femenina, la herencia de un estigma para la Mujer, hecho por una sociedad fundamentalmente patriarcal, amoral y prejuiciosamente religiosa!. Por Miguel Alberto Zurita Sánchez
En este artículo hago intentos de mostrar, desde la igualdad de géneros, que la infidelidad femenina es uno de los resultados estigmatizantes para la mujer, creado desde tiempos ancestrales, por los “hombres” que rigieron al mundo desde su creación, para establecer la hegemonía de su género o “el sexo fuerte”.
Esto abarcando los aspectos religiosos, morales y éticos, impuestos por los patriarcas de las tribus o clanes, incluyendo las ciencias y tecnologías.
Relato
Mónica llevaba 5 años en pareja con Juan y 2 años viviendo con él, cuando una noche, ella no volvió a la casa. Estaba con otro hombre.
«No fue algo planificado. Pasó», cuenta sobre aquel romance. «Me di cuenta de que estaba enamorada de él (Juan), pero que no me daba lo que necesitaba».
A los días ella terminaría confesándole el engaño a su pareja y durante un tiempo intentarían recomponer la relación. Pero finalmente se separaron.
Recién con la terapia, Mónica logró aceptar que la relación con Juan le hacía daño, porque él no la quería ni valoraba tal como ella lo hacía.
«Me estaba humillando al seguir con él», reconoce. Por eso, agrega, nunca se sintió culpable de haberlo engañado.
En realidad, ella no se llama Mónica y él no es Juan. La dama argentina de 37 años, pidió a BBC Mundo el anonimato para contar un amorío, que describe como «la única forma de sobrevivir» que encontró.
La infidelidad es «un tabú universal y aun así es universalmente practicado», afirma la psicoterapeuta Esther Perel en su libro The state of affairs: rethinking infidelity («La situación de los amoríos: repensando la infidelidad»).
No en vano, escribe, la infidelidad es el único pecado mencionado en dos mandamientos de la Biblia: uno que prohíbe hacerlo y otro que prohíbe siquiera pensarlo.
«La conversación actual sobre los romances tiende a ser divisoria, moralista y corta de vista», dice Perel en su libro, que se publicó en octubre y se convirtió en «un best seller inmediato», según el diario estadounidense The New York Times.
La experta, considerada una referente actual en temas de relaciones amorosas modernas, asegura que esta «nube de culpa y secretismo» se cierne en particular sobre las mujeres, tanto cuando engañan como cuando son engañadas.
¿Qué es ser infiel?
«La definición de engaño varía de persona a persona», le dice a BBC Mundo la socióloga Alicia Walker, autora del libro The secret life of the cheating wife: power, pragmatism, and pleasure («La vida secreta de la esposa infiel: poder, pragmatismo y placer»)
Todos vamos por el mundo asumiendo que existe un concepto universal de lo que es engañar, pero la realidad es, que dos personas pueden estar en la misma pareja y tener diferentes definiciones de lo que significa», agrega.
La docente de la Universidad Estatal de Misuri, Estados Unidos, explica, que para algunas personas la infidelidad implica relaciones sexuales, mientras que para otras la intimidad emocional ya constituye una traición.
¿Y qué hay de pagar por sexo, mirar pornografía, enviar mensajes con contenido erótico o estar en contacto con una expareja? La línea no siempre se traza en el mismo lugar.
Ese es el principal motivo por el cual distintos estudios en EE.UU. afirman que la infidelidad femenina oscila entre el 26 y 70%, y que la masculina va del 33 a 75%, indica Perel en su libro.
A lo que agrega: «Sean cuales sean los números exactos, todos están de acuerdo en que están subiendo. Y muchos dedos señalan a las mujeres como las responsables del aumento».
La psicoterapeuta belga señala, que en comparación con 1990, las mujeres engañan 40% más, mientras que los números entre varones se han mantenido.
Incluso, «cuando la definición de infidelidad incluye no solo relaciones sexuales sino también involucramiento romántico, besos y otros contactos sexuales, las estudiantes universitarias engañan significativamente más que sus contrapartes masculinas», escribe.
En palabras de Perel, ellas rápidamente han cerrado la llamada «brecha de la infidelidad de género».
Cuando ellas engañan
«Solíamos pensar que los hombres engañan por sexo y las mujeres por razones emocionales, porque están enamoradas o porque quieren un nuevo marido», dice Walker.
Sin embargo, tanto Walker como Perel afirman que, en base a sus estudios, los motivos para engañar varían según la persona y no por el género.
De hecho, la mayoría de las más de 40 mujeres que entrevistó Walker para su libro engañaron a sus parejas tras «pasar años o décadas sin sexo o sin que se cumplieran sus necesidades sexuales».
«En un momento llegaron a la conclusión de que o bien mantenían romances para satisfacer sus necesidades, o bien debían terminar con sus matrimonios. Así que básicamente engañan para quedarse», dice a BBC Mundo.
Perel también destaca que existe una noción muy estereotípica de la infidelidad, particularmente de la femenina.
En su experiencia, plasmada en el libro, en base a décadas de sesiones terapéuticas, conversaciones informales y cientos de comentarios recibidos a través de internet y en charlas que brinda a lo largo del mundo, la mayoría de los amoríos surgen tras años de fidelidad, Incluso en matrimonios felices.
«Son situaciones difíciles porque (estas mujeres) se encuentran en relaciones de amor y cuidado mutuo», explicó al programa de radio de la BBC Woman’s Hour.
«No quieren en verdad dejar esas relaciones, pero quieren dejar de ser la persona en la que se convirtieron. Quieren vivir una versión distinta de ellas mismas», dijo.
Y continuó: «El gran dilema es: ‘O te pierdo a ti o a una parte de mí’. Por eso es tan doloroso, porque en ambos casos se pierde».
Pero también están las mujeres que engañan luego de años de sufrir menosprecio, soledad, abusos. Es recién en este estado de extremo sufrimiento, en el cual cometen la que muchos consideran «la máxima traición».
Para Perel, esto se debe al muy alto precio que paga la mujer al ser infiel.
El estigma de perdonar
La esposa que engaña y la amante que «rompe» con una familia sufren el castigo moral de la sociedad. Lo nuevo es que, tras la normalización del divorcio, también es juzgada, la que perdona al marido infiel.
Walker atribuye esto a «la adoración por la monogamia como el único modelo de relación».
«Operamos bajo este paradigma, en que la monogamia equivale a amor y cuidado, y la no monogamia significa, que la persona no se preocupa por ti», afirma.
Según la socióloga, «cuando funcionamos bajo esta ideología, la única respuesta razonable a la infidelidad es divorciarse. Entonces creemos que la persona que se está quedando no se respeta a sí misma o que se está conformando».
Debido a este estigma, agrega, «muchas personas mantienen la infidelidad de su pareja como un secreto para evitar ser juzgadas por decidir quedarse con él y eso puede derivar en aislamiento».
En este sentido, uno de los textos más famosos de Perel es justamente sobre la estigmatización que sufrió la política Hillary Clinton por no divorciarse del entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, tras el mediático romance que tuvo con la becaria Monica Lewinsky en 1998.
«Algunos romances rompen las relaciones y a veces las relaciones ya estaba muriendo» al momento del engaño, dijo a Woman’s Hour.
«Otros romances sacan a las personas de los estados de autocomplacencia y pereza en los que habían caído, convirtiéndose en un poderoso sistema de alerta, que hace que las personas se den cuenta que no quieren perder al otro».
A veces la persona decide que todavía vale la pena pelear por la pareja o que la persona pierde más (en vínculos familiares, sociales y económicos) al separarse que quedándose.
Perel suele decir que, cuando se encuentra frente a audiencias femeninas, es en este punto de la charla cuando más aplausos recibe.
En definitiva, explica, el 80% de las personas se han visto afectadas por una infidelidad, ya sea como víctima o perpetrador, como amante o confidente, como hijo, familiar o amigo.
Como escribe la experta: «El amor es complicado; la infidelidad aún más».
¿Cuáles son las razones que llevan a las mujeres —no a todas— a ser infieles al menos una vez en la vida?
- Por venganza: Nada justifica una infidelidad. Sin embargo, se ha comprobado que ellos son infieles porque buscan mejor satisfacción en la cama, quieren sentir la adrenalina de lo prohibido, perciben que su amante siempre está arreglada y de buen humor y hasta porque creen tener derecho. Por eso, cuando una mujer decide serle infiel a su pareja, podría ser para tomar venganza por haber incumplido su compromiso de no faltarle nunca.
- Para “inyectarle” emoción a su vida: Quizás su vida se ha convertido en una rutina de despertarse de madrugada para preparar el desayuno, las meriendas de sus hijos. Sale de la casa a la oficina y pasadas las 6 p. m. regresa para asumir de nuevo el rol de madre. Y peor aún si su pareja no representa un apoyo o una persona que la consienta.
- Por sentirse deseada: De un tiempo para acá, su vida ha cambiado de forma considerable. Su pareja dio por sentado que ella sabe que la ama y dejó de ser detallista, su vida íntima ha decaído en calidad y cantidad, lo que la hace creer que ya a su pareja no le es atractiva.
- Para quedarse en su matrimonio: Tal y como lo comprobó Walker al ver que las mujeres que entrevistó necesitaron ser infieles para satisfacer sus necesidades íntimas y así no poner punto final a sus matrimonios.
“No quieren en verdad dejar sus relaciones, pero quieren dejar de ser la persona en la que se convirtieron. Quieren vivir una versión distinta de ellas mismas”, explicó la psicoterapeuta Esther Perel durante el programa de radio de la BBC Woman’s Hour. - Por soledad: La falta de comunicación con sus parejas crea distancias insalvables, por lo que las hace buscar un tipo de aventura que las haga sentir vivas.
Es más, una encuesta del sitio web de citas, para personas casadas, Ashley Madison destaca lo siguiente: “No solo los hombres toman la iniciativa a la hora de un affaire, sino que las mujeres están empoderadas y son capaces de buscar encuentros fuera del matrimonio”. - Por monotonía sexual: La monotonía también llega a la cama. La falta de creatividad, el famoso “me duele la cabeza”, la fatiga, el estrés del trabajo y los problemas financieros afectan la vida íntima de la pareja. La frustración es tal, que llega a acumularse hasta el punto de querer probar algo nuevo con otro que esté dispuesto a no decir que “no”.
- Por tentación: ¡Nunca digas de esta agua no beberé! La tentación está en todas partes. En un viaje de negocios, en el supermercado del barrio, dentro de la oficina o hasta de visita en casa. Súmale a ello el auge de la tecnología.
Y tú, ¿qué otra razón agregarías a esta lista del por qué algunas mujeres son infieles?
Por qué la infidelidad castiga más a las mujeres que a los hombres
Las sociedades occidentales han avanzado en muchos aspectos en cuanto a derechos e igualdad de la mujer, pero hay un asunto donde el estigma de la desigualdad pervive y donde la ola de empoderamiento femenino no parece alcanzar: la infidelidad femenina. El de la mujer infiel parece ser el último tabú generalizado de nuestros tiempos, según revela el Observatorio Europeo de la Infidelidad, un estudio realizado por el instituto de estudios de opinión Ifop para la web de encuentros extraconyugales Gleeden, que confirma que queda mucho para desestigmatizar las relaciones extraconyugales de las mujeres.
¿Por qué, a pesar de movimientos como el #metoo y la equiparación de géneros en tantos ámbitos, aún las sociedades occidentales piensan que el hombre infiel es un tipo envidiado, y la mujer infiel poco menos que “una cualquiera”? Esto es lo que el estudio de Gleeden –web especializada precisamente en público femenino– ha tratado de desvelar a partir de las opiniones de mujeres de los cinco principales países de Europa, incluyendo una muestra de 1.021 españolas mayores de 18 años.
El cliché según el cual el hombre infiel es un tipo envidiado y la mujer infiel ‘una cualquiera’ sigue arraigado en la sociedad.
Las encuestadas no dejan lugar a dudas: el 77% opina que todavía hoy en día la infidelidad femenina está peor vista socialmente que la masculina. Y, lo más sorprendente, es que esta percepción la comparten en muchos casos las propias mujeres. A nivel europeo, cuatro de cada diez consultadas admite que a ella misma le parece más grave que una mujer tenga relaciones al margen de su pareja, que si lo hace un hombre. En el caso de España, “solo” un 30% de las féminas consultadas opina así.
Y hay situaciones y circunstancias concretas en las que la percepción negativa sobre la infidelidad femenina se dispara aún más: un 70% la ve más grave que la masculina cuando la pareja espera un bebé, un 63% cuando la pareja parece feliz, un 61% en casos en que la pareja ya te ha sido infiel, y la mitad de las consultadas cuando el otro miembro de la pareja ha engordado mucho o incluso no quiere tener relaciones sexuales.
La percepción, que la infidelidad femenina es más grave la comparten, cuatro de cada diez mujeres
El estigma sobre la mujer infiel está tan arraigado, que la infidelidad femenina constituye un verdadero tabú. Un 41% de las mujeres asegura que no contarían una infidelidad jamás, ni siquiera a su mejor amiga. No obstante, el freno a hablar del tema parece tener que ver con la edad, puesto que el 79% de las menores de 30 años sí serían capaces de contárselo a su mejor amiga.
Para la mitad de las mujeres es más difícil hablar de una infidelidad que de problemas sexuales con su pareja, y tres de cada diez hablarían antes de sus problemas financieros o de salud que de una relación extraconyugal.
Pero ¿qué consideran las mujeres realmente una infidelidad? En el caso de España que, según el Observatorio Europeo de Infidelidad, es uno de los países más avanzados de Europa en la aceptación y práctica de nuevas formas de relación, el 87% de las mujeres etiquetan como infidelidad el sexo oral y las relaciones sexuales completas, y siete de cada diez de ellas lo considera motivo de ruptura. Pero también hay un tercio de españolas para quienes flirtear en redes sociales o en mensajes también es infidelidad y motivo de ruptura. Y la mitad de las consultadas piensa que hacer el amor pensando en otra persona es ser infiel, y el 20% dice que dejaría la relación ante una de estas infidelidades psíquicas.
Un tercio de las españolas encuestadas considera que flirtear en redes sociales también es infidelidad.
Las motivaciones
En cuanto a las razones para ser infiel, el estudio presentado por Gleeden asegura que la mayoría de las mujeres lo son por atracción física o sexual por otra persona, más que por volver a encontrar la magia de los primeros momentos o alimentar su ego. Pero hay diferencias por países, y para las italianas, comprobar que sigue siendo atractiva es uno de los principales motivos para ser infiel.
El cuándo y el dónde
Entre las mujeres que reconocen haber sido infieles, un 32% declara que lo fueron entre el primer y el tercer año de relación; apenas un 8% en torno a los 7-10 años, y un 28% después de más de una década con su pareja.
Y para la mayoría el flirteo que dio lugar a la infidelidad surgió en el trabajo, ya sea en la propia oficina o en una actividad relacionada, como viajes, ferias… Otro foco de “amantes” son los lugares de fiesta, mientras que un 6% recurrió a webs de encuentros.
De todos modos, la mayoría de infidelidades que confiesan las españolas son psíquicas y virtuales, y sólo un 38% declara haber tenido encuentros sexuales. No obstante, el 46% admite haberse sentido atraída por otra persona después de estar emparejada, y el 22% confiesa haber flirteado con otra persona.
La mayoría de infidelidades femeninas tienen su origen en el entorno profesional
El sentimiento de culpa
Aunque España es uno de países más tolerantes – un 26% de las mujeres admite haber tenido relaciones sexuales con varias parejas sin ocultarlo, frente al 16% de media europea –, también se detecta un arraigado sentimiento de culpa ante la infidelidad, lo que liga con el tabú que persiste sobre las relaciones sexuales femeninas. El 39% de las mujeres se arrepiente de haber sido infiel en algún momento, y el porcentaje ha crecido diez puntos en los últimos cinco años. Y curiosamente, este sentimiento de culpabilidad está más acentuado entre las personas de izquierdas, que inicialmente son más abiertas a hablar de la infidelidad. Cuando los investigadores han revisado las ideologías políticas de las encuestadas han encontrado que un 52% de las mujeres de extrema izquierda se sienten culpables después de la última infidelidad, frente a un 33% de las personas de centro y un 28% de las de centro-derecha.
Y aunque el estigma de la infidelidad femenina es muy transversal, lo cierto es que ser infiel parece pesar menos y tener menos connotaciones negativas entre las mujeres con mayores ingresos, entre aquellas que ganan más de 3.000 euros al mes.
La infidelidad parece tener menos connotaciones negativas entre las mujeres con ingresos altos.
¿Qué tan trascendente puede ser, ser feminista y, al mismo tiempo, ser “la otra” de la relación?
(La autora de este texto ha pedido mantener su identidad como anónima).
Soy feminista. No es una agenda que trato solo a veces, no es una opinión. No para mí. Es una parte inherente de quien soy. Para mí significa vivir como feminista. Ya sea dudando del lenguaje que uso, los actos que realizo, e incluso cuestionando mis pensamientos. Vivimos en una sociedad donde las normas y suposiciones se implementan en nuestros seres desde una edad temprana. Y como feminista, es una lucha diaria contra una gran parte de esas normas y “valores”, que enfrento.
El concepto de la “otra mujer” o la amante es uno que la sociedad no aprueba. Es una norma social. La “otra” siempre es percibida como malvada, ruin, egoísta e incluso una “puta” en el sentido social de la palabra. Ella no puede tener el perdón, socialmente; mientras el hombre que engaña es perdonable, si demuestra suficiente arrepentimiento.
Todas podemos ser “la otra” en la relación
Para la sociedad, la “otra”, como concepto, es Eva; o mejor dicho, todas somos Eva, pero no todas actuamos sobre esta capacidad de “seducción” inherente en nosotras; pero la “otra mujer” sí. Y al igual que Eva es la responsable del destierro del cielo y “la destrucción de la humanidad”, casi casi; Adán no tiene ninguna responsabilidad por haber mordido la manzana. Adán es el “pobre” hombre seducido por una mujer manipuladora. Él no tiene parte en la responsabilidad de sus actos.
Podemos verlo en la forma en que la sociedad trata a las “otras mujeres”. Ya sea en Hollywood; cuando Brad Pitt y Angelina Jolie se divorciaron, los medios inmediatamente miraron a Jolie como la “otra” con titulares como “Cómo Angelina robó a Brad”. Como si Brad Pitt fuera un objeto para robar, sin libre albedrío o noción de lo correcto y lo incorrecto.
Incluso podemos verlo en series de televisión como mi favorita, Grey’s Anatomy, donde aunque todos amamos a Meredith Gray, en el episodio en el que conoce a la esposa de MCdreamy, la paciente que escucha su historia asume de inmediato que es una zorra resbalosa. De hecho, se convierte en una broma en la que ella se refiere a sí misma como la “slutty intern” (algo así como aprendiz de puta).
¿Y qué tiene que ver el feminismo?
Relacionando este concepto a mi agenda feminista, me pregunto: ¿ser feminista significa solidaridad femenina entre todas las mujeres? ¿Significa que no nos hacemos daños unas a las otras? ¿Significa que yo misma no puedo ser feminista si soy o he sido “la otra”?
Siempre me he considerado una buena persona, alguien amable. Cuando era pequeña nunca mentí, mi conciencia no me permitía no decir la verdad. Luego crecí y aprendí que el mundo no es blanco y negro. Por Dios, el área gris es tan grande que quizá el blanco y el negro no existen en absoluto.
Odio las mentiras. No puedo ver a hombres o mujeres siendo infieles en las películas, me lastima. Y aun así tuve un amorío. Dos, de hecho, mientras estuve casada, con dos hombres distintos, ambos casados. ¿Acaso los casados se buscan unos a otros? ¿Es una forma de reducir el riesgo?
Sorprendentemente, no solo pude vivir tranquila conmigo misma, sino que disfruté mis relaciones, incluso me enamoré.
Descubriendo las áreas grises…
La primera aventura fue con un amigo muy querido, y al sentir la necesidad (porque como sabemos, la vida no es una película de Audrey Hepburn y no siempre “tendremos París”), los sentimientos surgieron. Yo conocía a su esposa, es más, adoraba a su esposa. Y fue difícil, porque ella también me quería, por ser la mejor amiga de su esposo. Pero incluso así no terminamos el amorío, no podíamos hacerlo, hasta que yo me fui y decidí cortar todos los lazos.
En ese entonces me dije a mí misma que eso no podía volver a pasar jamás, que no sucedería otra vez, ya que solo había pasado porque mi pareja había estado lejos durante un año. Pero, suficiente tiempo después, sucedió de nuevo, otro hombre casado del que me enamoré. Fue entonces que tuve mayor claridad sobre mi propio matrimonio y tomé acciones al respecto; pero en esta ocasión ser “la otra” fue diferente. En mi cabeza ignoraba por complete la existencia de su mujer. Yo me preocupaba por mi pareja (obviamente no lo suficiente) y solo asumía responsabilidad por mi propio matrimonio.
No la conocí a ella. Mi amante y yo hablábamos sobre “un futuro juntos”. Estaba enamorada como si tuviera 16 años. Pudo haber sido por la emoción, pudo haber sido por mi propia necesidad, pero no sentí que fuera incorrecto. Como dice One Republic, “Se siente tan bien haciendo algo tan malo”.
El estereotipo de la amante
Nunca me he sentido como una destruye hogares, ni siquiera cuando mi amante y yo hablábamos de un futuro compartido. Pero aun así tenía miedo de que se supiera en nuestro círculo cercano, aunque privado. No por mi pareja o la suya, sino porque no quería ser vista como una rompe hogares. Y porque, muy dentro de mí, me preguntaba, y todavía me pregunto, ¿cómo puedo ser feminista – definitivamente no una persona malvada, no más egoísta que la otra persona, tal vez tampoco demasiado buena persona – pero un ser humano amoroso, que se preocupa por su entorno y aun así no demostrar solidaridad femenina? ¿Cómo puede mi fuerte imagen feminista fusionarse con el concepto social de la “otra mujer”?
Digo a modo de chiste, que yo no soy el tipo de mujer que es la amante, pero ¿cuál es ese tipo? Una vez más me encuentro luchando contra las normas sociales y las palabras y conceptos que representan.
No existe un ‘tipo’ para ser “la otra mujer”. Todos somos individuos; todos tenemos el bien y el mal. Todos podemos ser buenas personas, haciendo una cosa socialmente construida como “mala”; y si hay que emitir un juicio, que sea sobre eso.
Sororidad e Infidelidad: Reflexiones desde una perspectiva feminista.
Buscando pensar desde una Psicología Feminista, con respecto al texto anterior, donde se muestra, sin mencionarse, el tema de la sororidad y menos en relación con las infidelidades en los vínculos.
Entendemos la Sororidad como “la relación de hermandad y solidaridad entre las mujeres, para crear redes de apoyo que empujen cambios sociales, para lograr la igualdad”. Cabe aclarar que, el tema de la sororidad en relación a las infidelidades, es de gran complejidad, encontrándose en permanente construcción y deconstrucción.
Es interesante pensar que se trata de un tema que nos interpela a todas y todos como sociedad, que la infidelidad no es para nada algo nuevo, pero sí lo es el hecho de estar cuestionándonos estos lugares en las relaciones y en las prácticas sexoafectivas, desde el feminismo, razón por la cual las estructuras conocidas, tradicionales y dominantes bailan entre múltiples signos de preguntas.
Es muy importante hacer hincapié en no perder de vista a la persona que está “engañando”, es decir, rompiendo los pactos, en este caso, de exclusividad sexual dentro de una relación monógama. Es interesante que cada quien pueda preguntarse, a la hora de establecer pactos con su pareja, si está dispuesta o dispuesto a cumplirlos, ya que de lo contrario nos encontramos con la vieja y conocida cara de la monogamia tramposa que incluye la mentira, el engaño y el daño a las personas implicadas. Esto es fundamental para que los vínculos sean sanos, no sólo las relaciones de pareja monógamas, sino en cualquier tipo de vínculo: consentimiento, honestidad, respeto, comunicación.
Por otro lado, pero no menos importante, es fundamental que no caigamos en posturas moralistas que señalan y juzgan a la mujer en cuestión, como una “destroza familias”, “que se mete con un tipo casado”, siendo la responsabilidad afectiva de los miembros de la pareja, encontrándose aquí el foco de la responsabilidad. Esta desviación del foco, que apunta con su dedo señalador a la mujer, tiene todas las nefastas consecuencias patriarcales de tildar de “puta”, “zorra” a la mujer en lugar de “amante”.
También se puede pensar, como machista, que la “amante” hace lo que hace, pensando en dañar a la otra mujer, ya que aquí se resalta una falsa rivalidad entre mujeres, la competitividad permanentemente incitada por el sistema patriarcal, que borra por completo de la escena, a la responsabilidad afectiva del varón, que es quien rompe el pacto, y haciendo ver toda la cuestión, como un problema entre mujeres, compitiendo por ser objeto de deseo de un varón.
Es importante no caer en una postura moralizante, con cuestiones ligadas a la culpa que recaen nuevamente sobre la mujer, quedando el varón, en este caso, en un lugar de total impunidad. Interesa resaltar cómo las mujeres, en el intento de romper con la culpa judeocristiana internalizada, se adhieren a principios feministas, y en este tipo de situaciones quedan totalmente señaladas, juzgadas y culpabilizadas por no ser sororas, y la responsabilidad de los varones nuevamente queda invisibilizada ante la sociedad, reforzándose así la opresión de las mujeres, cuando el feminismo es un movimiento que lucha contra todo tipo de opresión.
Entonces, por un lado está la posibilidad de plantearnos desde la sororidad el lugar de empatía con la mujer-novia y poder evaluar la situación, sin hacer juicio, teniendo la información disponible, para saber si se trata de un engaño o no, y considerar que quizás estamos facilitando, que el varón satisfaga un placer que no le permite o le prohíbe a su pareja, colaborando así con el estereotipo social de que, el varón es un ganador en este tipo de situaciones, y las mujeres quedan colocadas en el lugar de “mala persona”, o de “víctima engañada”. Es interesante esta postura de poder decir “no, no somos cosas que puedes usar”, como un mensaje directo al patriarcado, y poder aportar a una red de sororidad compuesta por decisiones y actos que involucran a otras y otros, y que beneficia y une a las mujeres.
Pero por otro lado, no se tiene por qué pensar en los varones como seres acéfalos, sin responsabilidad, como si las mujeres fuesen una especie de “red de madres” que los educan para que “no metan la pata” o cuiden sus vínculos, ya que si partimos de la equidad entre los géneros, todas y todos somos adultas y adultos responsables.
Las mujeres no tienen por qué ponerse, constantemente, en un lugar de operadoras de la ley, en un lugar moralista, ya que la gran mayoría de las personas, sin importar el género, no está exenta de haber mirado para otro lado, en este tipo de situaciones, sin plantearse un posible lugar de complicidad, la reproducción de estas estructuras, siendo esta una pregunta en debate social actual y en constante construcción y deconstrucción.
Es importante recalcar, que todas las personas tenemos un juicio propio para razonar, y que caer las mujeres en el lugar de la culpa, exigiéndose pureza e inmacularidad de acción constante, las vulnerabiliza nuevamente y deja en un lugar de padecimiento de las consecuencias patriarcales de nuestra sociedad, invisibilizando la responsabilidad de los varones, que realizaron los acuerdos relacionales en cuestión con sus parejas.
Por último, cabe siempre la pregunta acerca de qué implica la fidelidad para cada pareja, sin olvidar que el concepto de propiedad privada, se encuentra íntimamente ligado a modos monógamos de relacionarse, con las contracaras de infidelidad como típica y tradicional transgresión a los mismos. Es interesante poder considerar, que este, no es el único modo posible de vincularse y poder preguntarnos realmente cómo queremos relacionarnos con nosotras o nosotros mismas o mismos y con las o los demás, evaluando alternativas posibles, estableciendo comunicaciones sinceras, claras con los vínculos, respetando los acuerdos, y animándonos a crear vínculos sanos, que nos potencien en un marco de amor y respeto. Dentro del gran y diverso abanico de modos posibles de relacionarse, sean estos monógamos o no (no hay un modo mejor que otro), es importante construir las propias reglas, códigos y matices, que generen una mejor calidad de vida e interacciones saludables entre las personas implicadas.
Mi opinión
Casi que, es normal entre nosotros, hacer juicios a priori, inclusive sin ver o tomar en cuenta, las consecuencias que estos generan, más cuando se trata de la infidelidad y, mucho más aún, cuando es sobre la infidelidad femenina, entiendo, más no justifico, el hecho de que coexistamos en una sociedad absolutamente patriarcal y con una sobrecarga de “moral” y religiosidad judeocristiana, lo que casi nos “faculta” para convertirnos en jueces, cuando se trata de este tema: tan es así, que en ese momento, los géneros se ponen a un lado y con ellos, todo lo que se ha logrado, en años, en cuanto a igualdad de derechos.
Cuando se trata de la infidelidad femenina, es algo parecido al frenesí alimentario, es un ataque desmedido, encarnizado, cual ataque de sanguijuelas hematófagas, dispuestos a extraer toda la sangre posible, de la pecadora e impía Mujer.
Es muy frecuente escuchar, por parte de la engañada, expresiones como “barrí el suelo con esa desgraciada”, es en ese momento, donde “la otra”, se lleva todos los premios del sorteo, que hace la engañada y donde el “hombre” pasa agachado, como dicen en el argot del dominó, la descarga llega a tal extremo, que teniendo a “la otra” y al que está engañando como perpetradores, en el juicio, inmediatamente el “hombre” pasa de victimario a víctima, siendo considerado un pobre incauto, que cayó en las garras de ese animal, destruye hogares.
La Mujer llega a ser desestimada y desvalorizada por su propia congénere, sin la menor muestra de sentimiento y, peor aún, los “hombres” aprovechan, cual hienas, quitándole la cacería a un leopardo, convirtiendo a “la otra”, en poco menos que una vagabunda de vida fácil, come rancho y meretriz, pasándola a ser la comidilla y tema de “conversación”, por largo tiempo, en cualquier tertulia, reunión, sala de juegos o sitios de ocio.
¡Todo esto es simplemente, la muestra de lo que somos como aldea!, a propósito cito un comentario, que hizo el Sr Torcuato Dalucatena, en un artículo que fue publicado esta semana denominado “¡Entre fábulas y realidad, coexiste lo malsano!”, el comentario dice “…Ojalá fuésemos bonobos”, en otrora conocidos como chimpancés pigmeos.
…….“En efecto, al contrario del cliché siempre esperado, la sociedad de los bonobos se ha revelado, ante los sorprendidos ojos de los observadores, nítidamente organizada en torno a las hembras con los machos limitados a ocupar un lugar secundario. Frans de Waal, hoy considerado el mayor conocedor de estos simios, afirmaba asombrado en 1995: «El comportamiento de este pariente cercano del ser humano pone en tela de juicio las teorías sobre la supremacía masculina en la evolución de nuestra especie». Y más adelante conjeturaba, que si los primatólogos hubieran conocido antes a estos simios, «con toda seguridad, ahora se creería que los primeros homínidos vivían en sociedades centradas en las hembras».
No menos inteligentes que los chimpancés, los bonobos gozan de un temperamento mucho más sensible, son muy imaginativos a la hora de divertirse e inventar diversos juegos, que practican con gran concentración y dedicación. Pero lo realmente significativo de esta peculiar especie radica en el inesperado repertorio de comportamientos relacionados con el papel prioritario que ocupan las hembras en sus sociedades”.
Con eso se puede confirmar, que todo es un aparato social construido, por las posiciones machistas, de los estudiosos de hace tiempo, donde no cabe duda la influencia que tuvo la moral y ética religiosa, de tiempos ancestrales, mejor dicho desde la creación de la raza humana, según los patriarcas.
¿Qué debemos hacer? Aprender, entender, dejar a un lado la mediocridad, derrumbar las bases de esa estructura dañina y perversa, para construir, en conjunto una sociedad equitativa, de iguales valores y derechos.
¡¿Falta?!… ¡Si, por eso hay que continuar, con más ahínco!.
Me despido con una frase de Gabrielle Chanel, conocida en el mundo como Coco Chanel, quien fue una diseñadora de alta costura francesa, fundadora de la marca Chanel. Es la única diseñadora de moda que figura en la lista de las cien personas más influyentes del siglo XX de la revista Time.
Miguel Alberto Zurita Sánchez. ¡No Más MGF´S! ¡Por derechos iguales! Coro 20 / 03 / 2.020.
Un comentario
Pinto Salinas
A mundo zurita ni en juego