«Genaro, el Señor de la Esquina en Iramar». Luis Homes

Genaro, el Señor de la Esquina en Iramar
En Iramar pasamos los mejores momentos de nuestra niñez. Es una playa del Caribe, en la punta occidental del Estado Falcón, Venezuela. Cercana al pueblo natal de nuestros padres. Se llegaba por una carretera muy angosta, donde salían espantos después de las 9 de la noche. Por eso siempre llegábamos allí antes de las 6 de la tarde. No es muy bonita, la verdad. Su agua es turbia y marrón, como salpicada y vestida de barro recién hecho. Sus olas son fuertes y traicioneras, siempre dispuestas a darte de sorpresa por la espalda y tumbarte en sus brazos. Y después se ríen de ti las brumas, hasta que llegas casi ahogado a la orilla.

Con frecuencia la playa cambiaba de color, de un día para otro. Sin anuncio. Sin motivo aparente. Y entonces era una excusa ir a la orilla a ver de que color amanecía la playa: Mas clara, sin palos ni basura. O muchísimo más clara: Azul cristalino, como una piscina. Y con unas esponjas de medialuna flotantes, blancas transparentes, que se dejaban arrullar por el agua, Parecían danzar como bailarinas a la melodía de un vals. Recuerdo que cuando por primera vez las quise acariciar, mi tía Alfonsina me gritó con la autoridad de un prefecto: “Cuidado muchacho! Son aguas malas. No las toques que te vas a quemar”. Y con un tirón fortísimo del brazo me sacó a la orilla, limpia como las costas de Aruba. Yo me quedé a punto de besar la media luna blanca que bailaba en el mar cristalino. Allí supe p[or primera vez a mis once o doce años, que lo bello y llamativo, también puede ser maligno y peligroso.

A la orilla estábamos convocados por un silencio misterioso, todos: Nativos y visitantes. Adultos, viejos, jóvenes y muchachos. Íbamos religiosamente sin que nadie nos avisara. En el último sueño de la madrugada, se oía un murmullo de las olas incipientes: Eran las 5 o 6 de la mañana, llamándonos el mar a su encuentro. Y cada quien atendía al silbido del susurro, como si se tratara de las campanas de una iglesia abierta llamando a sus fieles. Si, eso éramos los vacacionistas: Fieles al mar, al viento, a los amigos, al misterio y a la aventura que nos convocaba Iramar, todos los días, todos los veranos. Y allí veíamos la salida del sol. El anuncio de un nuevo día de aventuras y misterios, en la costa pesquera de Venezuela que, muy pobre, siempre fue feliz. Como en algún tiempo lo fue el país.

Pues de esa felicidad nos hacíamos participe nosotros. Iramar era un espacio abierto, custodiado por aguas salvajes, para hacer lo que no podíamos hacer en las ciudades: Maracaibo, Coro, Punto Fijo. Ciudades que nos limitaban a la escuela, a los quehaceres paternales. Pero allí en Iramar, llegábamos para hacer lo que nos daba la gana. ¡Y con ganas! Y la libertad era nuestra bandera. Aprendimos a manejar bicicletas. A volar papagayos. A jugar trompos. Bolas criollas. Domino. Barajas. Allí en Iramar tuvimos nuestras primeras novias. Allí dimos nuestros primeros besos en la boca. Tomamos nuestras primeras cervezas. Supimos lo que era música en vivo: Conocimos “los conjuntos musicales”. Apostamos al amor en la primera conquista. Supimos lo que era la amistad. Nos creíamos hombres y hacíamos mandado para la familia. Nos despedíamos y llorábamos cuando alguien se iba. Aprendimos a ser machos y hembras. Iramar, nos preparó para la vida.
Allí vivía Genaro, el señor de la esquina, de quien les voy a contar.
Luis Homes
3 Comentarios
Osiris
Falcón y su magia simple, sin bambalinas ni hoteles cinco estrellas, con esa gente afable y de hablar mal pronunciado.
Hay que vivir en esa tierra para entenderla y amarla.
Bellísima introducción Luis.
Voy a esperar lo que sigue.
Sotero Laguna
Ah mundo mi Capatárida y su balnearo Miramar.
Supongo que es una historia que contunuará, un especie de serie
admin
¡Excelente!