AZUL. Por Julyrma Jiménez
AZUL
(A ningún Rubén Darío en particular)
El chofer fue apresuradamente a abrir la puerta, Rubén Dario salió del vehículo posando sus grandes ojos negros en los ojos del chofer y dándole una palmada en el hombro, le dijo:
-«Ya sabes que no me gustan los jalabolas».
Guido le sostuvo la mirada y respondió:
- «Es gentileza, Vicepresidente y eso lo hago con cualquiera.»
Rubén Darío hizo un esbozo de sonrisa, subió las escaleras e iba respondiendo los saludos y delegando la recepción de peticiones a su paso en Azul, su asistente.
Azul era una mujer diligente, amable y muy franca, última cualidad que resultaba ser molesta para algunos. Se había ganado a pulso el respeto del Vicepresidente, por lo que él no la trataba como a otros.
Rubén Darío se preciaba de ser un hombre que decía lo que pensaba, agradara o no, doliera o no, conviniera o no… Decía que al final, lo que el otro sintiera era problema del otro, no suyo. Esta actitud apartó a muchas personas de su lado y le hizo ganar ciertas aversiones. Se autodefinía como feminista y manifestaba que las mujeres debían tener las mismas oportunidades que los hombres, quizá debido a ello, en una acalorada discusión que tuvo con otra Vicepresidenta, ésta le propinó una sonora bofetada y él se la devolvió con igual intensidad, sin ninguna clase de remordimientos.
Se ufanaba de que su padre, amante de la literatura, le pusiera como nombre el pseudónimo del distinguido poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, de quien había leído sus obras completas y alguna que otra vez, durante sus discursos o entrevistas, sorprendía a la audiencia declamando algún poema o parafraseando algún extracto de sus cuentos. Le gustaba bromear con el libro Azul de Rubén Darío y el nombre de su asistente, lo cual resultaba ocurrente y atractivo a sus interlocutores; asimismo, solía repetir citas acuñadas a Don Quijote de la Mancha y decir que las había leído la noche anterior, según, por un hábito inculcado por su padre.
Un día, comparaba a uno de sus detractores con «los perros que ladran porque vamos cabalgando, según el libro de Cervantes». Se le ocurrió pedir su opinión del caso a Azul, ella mirándolo con sus pupilas azules, contestó:
-¿Pero quiere saber mi opinión o lo que le gustaría oír?.
- Por supuesto que tu opinión, Azul, ¿qué tanto rodeo?.
- Porque lo conozco, pero vamos al grano: para empezar, ¿para qué usted dice que se leyó el Quijote, si nunca se lo ha leído?. Y para continuar, ¿para qué se aprendió esa frase que ni siquiera está en ese libro?.
- ¿¡Ah!?, ¿cómo que no está?.
- No, no está. Vaya a leerse el Quijote para que vea.
- ¿Me crees pendejo para hacer eso?.
- Para eso no, pero para repetir la frase como un loro, si.
El rostro de Rubén Darío se endureció y sus ojos emitían destellos de rabia; muy cerca de Azul, como para cortar el aire que respiraba, le dijo en tono desafiante:
- Debería responderte como estoy pensando.
Azul se recostó de su escritorio, cruzó los brazos y mirándolo fijamente respondió con firmeza:
- «No lo hará».
- ¿Ah, no?, ¿por qué tan segura de eso?.
- ¡Porque usted no le echaría esa vaina al poeta!.
JULYRMA JIMÉNEZ