MARÍA LÓPEZ: LA PESCADITA. Por Julyrma Jiménez
MARÍA LÓPEZ: LA PESCADITA
En algún lugar de Colombia nació María López, así, sin segundo nombre ni más apellido: María López a secas o al menos eso era lo que le permitía recordar el Síndrome Orgánico Cerebral que padecía, lo que NO es propio de un proceso de envejecimiento normal.
En lo que se refiere a las habitaciones de los ancianos, el Centro Residencial para Adultos Mayores donde vivía María, consta básicamente de dos partes: las cabañas de arriba, en las que son ubicados los gerontes autovalentes y las de abajo, donde se encuentran los mayores con algún tipo de discapacidad. Se habla de arriba y abajo por el declive del terreno.
En el ejercicio de mis funciones como Gerontóloga, diariamente bajaba un mínimo de dos veces a realizar mis acostumbrados recorridos institucionales. Generalmente, en estas bajadas, era parada obligatoria la intersección entre la caminería de ida a la Gerogranja (la granja de los ancianos, que se encontraba al fondo del Hogar de Adultos Mayores) y a la Unidad de Cuidados Especiales UCE del Centro Residencial, porque allí estaba ella «agarrando fresco».
Era muy agradable conversar con María López, quien desde su silla de ruedas y con su marcado acento y modismos colombianos nos llamaba a casi todos «berracos» o «pescados». A mí desde la primera vez, me llamó «Pescadita» y me pidió que la llamara igual, ahhhh, pero no le cayera mal alguien, porque ese era un «policarpo» o algo peor.
Recuerdo que su cabello era liso y le llegaba a los hombros. En una oportunidad, tuvo una afección en el cuero cabelludo y debieron cortarle el pelo. Cuando la ví le dije que lucía muy bien con su nuevo look y ella respondió: «No me digás, ve que me dió una berraquera porque me agarraron entre dos policarpos y me lo cortaron para ir a venderlo más adelante: allá en la finca donde trabaja mi papá».
«¿Y cuántos años tiene tu papá?», pregunté.
«Debe andar como en 225 años, porque yo ya ando en 200», respondió con toda seriedad.
En eso, a la vez que llegaban otras personas, me llamó otro adulto mayor para saludarme. Mientras fui y regresé, ya María contaba como por cuarta vez el episodio de su corte de cabellera, sólo que ya no eran dos, sino cincuenta policarpos que le «esmocharon» su melena y claro, «¡¿cómo iba a poder sola contra tanta gente?! ¡Y eso que luché y luché!», expresaba María, maldiciéndolos a su vez.
Durante un tiempo, ejecuté un programa que denominé «Lecturas sabrosas», lo realizaba una vez a la semana y consistía en compartir y comentar lecturas sobre temas previamente seleccionados por los ancianos y por mi. Un día llevé un anecdotario, la Pescadita me pidió que la ubicara cerca porque quería ver el libro, así lo hice y ella prestaba atención a la lectura intercalando su atención entre el libro y mi cara gratamente emocionada, de pronto ví brotar lágrimas de sus ojos, sacudió su nariz y me dijo:
«Gracias, Pescadita, mañana vienes con más historias bonitas.»
Y compartimos otros días, más historias, más alegrías, más miradas y más razones para levantarnos cada día… Hoy la Pescadita es otra estrella de mi cielo y a veces, parece escurrirse entre ellas en forma de pecesito y titilar como guiñándome un ojo… mi linda Pescada…
JULYRMA JIMÉNEZ
2 Comentarios
Pedro Duarte
Simplemente la hermosa escuela de la vida que tanto nos enseña. Felicidades
Julyrma
Así es! Maravillosa escuela con todo y sus golpes!