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VIENTOS DE CUARESMA. Por Olimpio Galicia

«…aprovechaba aquella brisa torbellina de Paraguaná, para elevar mi volantín»

VIENTOS DE CUARESMA

Con el ventarrón que se desplaza por el paisaje en estos días de cuaresma, lo primero que se me viene es el recuerdo de aquellos tiempos cuando aprovechaba aquella brisa torbellina de Paraguaná, para elevar mi volantín. Eran momentos donde se aguantaba más sol que una teja, donde se tenía que armar uno de paciencia, dedicación y capacidad artesanal para diseñar, elaborar y hacer volar este pequeño instrumento, que para nosotros significaba algo más que un juguete que atado a nuestras manos con un cordel hacía piruetas o se mantenía sereno en el aire.


El volantín y el trompo, para nosotros, los niños campesinos, no eran ninguna mercancía, pues éramos nosotros, orientados por nuestros padres o por un señor de gran habilidad artesanal, llamado Ciro, que elaborábamos, mal que bien, éstos nuestros aparatos de diversión. Es así que, si el trompo, por ejemplo, salía tatareto, es decir, no bailaba con la perfección deseada, inmediatamente fabricábamos otro, teniendo en cuenta los errores cometidos en el anterior. Lo mismo ocurría con el volantín, que si a la hora de alzar vuelo se negaba a hacerlo, se enredaba, quedaba atrapado en los cujíes o, simplemente, se deterioraba en el aire, no quedaba otra alternativa que la de hacerse uno nuevo.


Nuestro volantín no es único, en todas partes del mundo se vuela, y en cada lugar tiene su propia denominación, así tenemos al papagallo, la petaca, la zumba, el papalote y otros tantos nombres que este hermoso juguete volador recibe como identificación, siendo múltiples las formas geométricas de su estructura, tamaños, colores, materiales para su creación y algunas otras características que lo definen y lo hacen muy fácil de manipular, por eso a la gran mayoría de muchachitos y otros no tanto, lo hemos tenido para sentir que en su danza armoniosa anda parte de nuestra sed de aventura y de esa cualidad de pájaros que vive en nosotros cuando vivenciamos esa edad.


Y la brisa continúa rauda y violenta incitándome a buscar madera de cardón, papel, pega, cordel y tela para ponerme a aplicar la simetría del diseño, las medidas precisas, la forma y la dimensión de los frenillos de un volantín que se adueñe de los cielos, por ello intento motivar a mis nietos, les comento de la gran aventura que es construir y hacerlo volar, de lo hermoso que se va a ver si lo pintamos de diferentes colores, que podemos tener el mejor volantín del mundo, pero éstos me miraron de arriba a abajo, luego se miraron entre sí, y sin pronunciar palabra siguieron pegados a la pantalla del celular, absortos y mudos.

Olimpio Galicia Gómez.

EL VOLANTÍN. Grupo Cabure