Letras

«PAISAJE MÍO A LA ITALIANA». Manuel Rojas

Fotografía de Enmanuel Fernando

PAISAJE MÍO A LA ITALIANA

Solo diré (por respeto a la identidad personal y la privacidad que merecen tener todas las personas del planeta) que lleva por nombre Lisa, como la canción de Nicola Di Bari. Era una chica blanca, de ojos azules, de mediana estatura y tenía las axilas sin rasurar, eso es normal en las italianas. Nos conocimos en la represa Uribante Caparo, Empresa Impregillo, que era, decían, una filial del Vaticano. Nos conocimos por la misma causa que me he acercado a mucha gente: los libros. Las muchachas romanas pasaban por el club, sólo por curiosidad, pues eran muy jóvenes todavía, estudiantes del liceo o la universidad, exclusivos del consorcio, además no estaba permitido atenderlas. Ella pasaba siempre de través a la barra, por el lado de la piscina, con un fardo de libros entre las manos, y yo estaba del otro lado con los míos. Hasta que un día ella se acercó, tímidamente, para ver las portadas de lo que leía. No hablaba castellano, o entendía muy poco, pero sonrió. Y desde ese día empezó una amistad que se convirtió en algo más serio. Empezamos a comunicarnos con el esfuerzo que ameritaba intentar parafrasear en idiomas distintos. En fin, terminamos reuniéndonos fuera del club, en pequeños restaurantes del pueblo de Pregonero o en los bosques que rodeaban la pequeña zona de aterrizaje de los helicópteros. Era una chica de buen humor, aunque muy joven, tendría como 19 años y yo casi 30. En unos meses empezamos a salir un poco más lejos, pero sin pasar de un día, hasta que los padres se enteraron que ella estaba saliendo con un Venezolano. El padre habló conmigo y simplemente me dijo: no te hagas muchas ilusiones porque como debes saber este trabajo en cualquier momento se termina y nosotros, obviamente, debemos regresar a Italia, y no la embaraces…esto último lo dijo aflorando una risa pequeña, con picardía. Y así fue. Con Lisa los días se iban como el viento frío que cruzaba los caminos y carreteras del municipio Uribante. A través de Lisa conocí autores como Alberto Moravia, de quien leíamos sus cuentos con mucha pasión y a grandes poetas romanos, de fama mundial.

Fue lindo compartir con esta chica tantas cosas y en tan poco tiempo. Y después de nueve o diez meses, me dijo un día que había llegado la hora de partir, que los habían trasladado para África. Inmediatamente los ojos se le llenaron de lágrimas, y mi corazón trotó como un caballo de carreras, en un instante en que las palabras sobraban. Me pidió que fuésemos a un páramo que estaba repleto de árboles de pino. Y así lo hicimos. Caminamos ese día a lo largo del sendero, bajo las ramas de los árboles, tomados de la mano. Luego nos sentamos, nos quitamos los zapatos, y nos echamos sobre la hierba. Ella decía cosas como una loquita y yo completaba sus frases, sobre libros, música, recuerdos de nuestras familias. Sabíamos que no nos volveríamos a ver nunca más, eso era cierto como la neblina que se nos venía encima y nos abrazaba con su viento frío y cordial. Pasó algo gracioso. Ellos saldrían de la represa como a las siete de la noche y el tiempo corría con mucha prisa, allá en su casa, y para nosotros se había detenido. De pronto un toro negro y con cara de pocos amigos, mugió detrás de nuestras cabezas y eso hizo que nos levantáramos y corriéramos al carro, pues ya era muy tarde. Tendríamos como una hora para llegar a Pregonero. Por el camino ella cantó con mucha nostalgia y yo la escuchaba en silencio. Finalmente nos despedimos y naturalmente nunca la volví a ver, a menos que la empresa Impregillo hiciera otra represa en mi país. Jamás olvidé a Lisa, y de vez en cuando escucho a Nicola Di Bari, como para recordarla…de vez en cuando la busco en Facebook, en Instagram, en Twitter, y nada. (Del libro memorias titulado “Paisajes al final del olvido” S.C. 2015, de mi autoría).

Manuel Rojas

Lisa la de los ojos azules. Nicola Di Bari

Un comentario