CHOPO. Por Enmanuel
Chopo
Dedicado a Cuco, Papi y Chevy
Nunca supe si fué su perenne rostro de niño anochecido, o su apurado paso levantando tierra de las calles de Miramar, o su voz apelmasada atropellando incoherentes frases, pero Chopo se me metió en la memoria y 50 años después no lo he podido bajar del chinchorro del tiempo.
Chopo era un hombre que alguna vez la dignidad lo dejó sólo en alguna de esas esquinas oscuras de la existencia, donde la enfermedad y la locura (a veces) se tropiezan con la cotidianidad. Chopo era blanco, flaco, desgarbado, con una sucia gorra azul desteñida que tapaba sus escasos pelos blancos. De caminar apuradito, Chopo era uno de los tantos locos de pueblo, pero con ese ángel y mirada, que solo tienen los «locos dulces».
Un día, mientras Chopo faenaba «la pista de Crucita» moviendo sillas y trastos de allá para acá, un cigarrón negro se le metió por el hueco mas grande de su vieja gorra y el desesperado Chopo salió corriendo para ningún lado, dando vueltas en circulos pequeños y gritando:
- ¡Señora Cruz! ¡Señora Cruz!, dígale a Gutierrez que me vacíe el Kerosen en la cabeza y me tire un fósforo prendío, pa ver si este animal se quema y me deja de roncar en la mente.
Un día, sin anuncios y anticipos, dejé de ver a Chopo y su apurado caminar por las calles asoleadas y llenas de viento de Miramar. Supe por Chaneco y Barete, que Marcelino se lo había llevado al dispensario de capatárida en su camioneta chevrolet verde, con la boca llena de espuma y los ojos viraos, iba tieso como el loro de Juan Capó cuando se había muerto de «paralis» adentro de la jaula y que mas nunca regresó.
Fuí yo hoy que lo saqué ďe un rincón de la memoria, donde guardo bicicletas viejas, novias imposibles, juguetes rotos de la infancia y uno que otro paisaje borroso, que lo traje a pasear un rato por estas pulcras calles de la palabra.
Enmanuel