Costumbres y Decires

¡COSTUMBRES Y DECIRES… Rescatando la venezolaneidad. En el capítulo de hoy: ¡Al rescate de las leyendas, que hay con los entierros y las morocotas de oro, de la Venezuela antigua!. Por Miguel Alberto Zurita Sánchez

Los llamados entierros, para el populacho venezolano antiguo, eran tesoros ocultos, consistentes en monedas de oro, plata y joyas, depositadas por lo general en una botija, pimpina o tinaja, que eran enterrados en los patios de las casas, en algún lugar de la casa, muchas veces, al pie de algún árbol, pero por lo general los sepultureros de tesoros preferían los traspatios abandonados de las viejas casonas.

Morocoteo

Las historias sobre entierros de morocotas y tesoros, tienen su origen en la costumbre generalizada, de las personas que vivieron durante la época colonial y el período republicano, de enterrar o tapiar en las paredes de sus casas, todos aquellos objetos de valor y muy especialmente sus riquezas en morocotas de oro, perlas y piedras preciosas, por la sencilla razón de estar a expensas de los saqueadores de las épocas; en el caso del Edo Falcón, hay que recordar además, que por un lado, Puerto Cumarebo, La Vela de Coro, Coro, Punto Fijo y diferentes caseríos de la península de Paragüaná y el lado occidental de Falcón, eran presas fáciles de los piratas, que azotaban las costas, pueblos y pobladores, y por otro, en este estado se registraron brotes, como parte de la Guerra de los Cinco Años, situaciones que aprovechaban muchos, para saquear casas de familias y cargar con su dinero, joyas o bien cuidadas doncellas. De allí que quedaran muchos “tesoros escondidos”, que todavía hay quienes los buscan. Por cierto uno de los más, infructuosamente, buscados el del Gral Juan C Falcón.

El tesoro de J.C.F

Con el paso de los años, se crearon relatos de espantos y apariciones de animales que custodiaban el lugar donde se hallaba el escondite.
Donde había o hay algún entierro, todavía los hay, supuestamente se ven luces que indican el lugar, estas suben y bajan, suben y bajan, según la altura que suban, será la profundidad del entierro, se sienten ruidos terribles, misteriosos, eso cuentan la leyendas de tantos entierros perdidos de la Venezuela antigua.

Luz guía

Acá, en Coro, muchos se dedicaron a fungir de caza entierros y muchas fueron las casonas viejas, que sufrieron los ataques de estos cazadores, algunos de los cuales se daban a la tarea de alquilar las casas viejas y, una vez viviendo en ellas, procedían a buscar “los entierros”, otros por su parte, se dedicaban a hurgar, entre las casas viejas abandonadas o desocupadas, para ver si lograban hacerse de algún botín; esto lo hacían sin detenerse a investigar la data de las casas, sólo bastaba que fuesen casas viejas, por lo que se puede deducir, que casa vieja era sinónimo de “entierro”, bajo esa premisa actuaban y normalmente se “pisaban una bola”, porque las casas eran al estilo colonial, más no de la colonia.
De estas acciones hay cualquier cantidad de anécdotas, cito por ejemplo:
A comienzo de los 70´s, cuando estaba por dar inicio a la construcción de la Segunda etapa de la avda Manaure, en la calle Monzón con calle Manaure, existía un negocio, muy conocido y de vieja data, llamado El Cariuagüa, cuyo dueño, en ese tiempo era el Sr Sulpicio Leal (†), cerrada ya la negociación entre el ente gubernamental a cargo y el Sr Leal, procedieron a desocupar el local y en espera para su demolición; cuando se hizo presente un payloader en el sitio, lo que tuvo que tumbar fue poco, porque ya había habido un grupo de caza entierros, los cuales cual marabuntas, adelantaron los trabajos de demolición, en busca de algún entierro. Probablemente existía una leyenda, que relacionaba a algún propietario del negocio, con un tesoro escondido.
Otra anécdota, cerca del mediado de los 80´s, se estaba realizando la demolición de la casa vieja, ubicada entre la calle Falcón y Hernández, para dar paso a la construcción de la Segunda parte del Centro Comercial Ferial, “cuentan que, una tarde próxima a Semana Santa, cuando la pala de la retroexcavadora era introducida a una de las paredes de la antigua casa, hubo un sonido diferente, alguien ordenó al operador, detener la operación y, al acceder al lugar, se encontraron con una tinaja llena de morocotas de oro; según en aquellos tiempos, decían, que cuando era encontrado un tesoro, de esta forma, tenía que notificarse a las autoridades, porque así estaba contemplado en el código civil venezolano, posiblemente si lo hicieron”.
Entre las calles Democracia e Iturbe, existía una “casa vieja”, donde hoy día es el estacionamiento, de una empresa funeraria, el Sr Lorenzo “Ruleco” Steckmann (†), en aquellos tiempo el taxista de la “plaza” San Antonio, me comentó en varias oportunidades, que allí vivió el Sr Casimiro Bello (†), quien hacía un show, al estilo circense, el sr Bello, era un hombre sólo y “supuestamente” llegó a enterrar dinero en esa casa, con el pasar de los años, las casa pasó de mano en mano y la noticia de boca en boca, hasta que finalmente fue alquilada, esta fue otra casa vieja víctima de caza entierros, cuando la fueron a demoler hubo menos trabajo que el pensado, porque la casa no tenía una pared, que no tuviera huecos.
Al saber y escuchar de tantas historias o leyendas, mi compadre Enrique Osteicohechea, ni corto ni perezoso, hace varios años, compró un detector de metales, para usarlo en la búsqueda de este tipo de tesoros. ¡Y ya lleva una fortuna,…… gastada en baterías y no ha conseguido ni un cobre!

Miguel Alberto Zurita Sánchez ¡Al rescate! – Coro 16 / 04 / 2.020.

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