Letras

Cuando ya no esté. Reconocerás mi sombra (Novena parte) por Luis Homes

«La vida de Fernández era básicamente la de un solitario triste»

IX

Virginia esperó en el Lobby del Hotel mientras su ex marido Ricardo subía a la habitación a cambiarse. Cuando se aseguró que Ricardo ya estaba en el ascensor, salió nuevamente a la Terraza del Tamanaco a ver si alcanzaba a llamar la atención del Dr. Fernández. Pero era tarde. El caminaba apresuradamente a la cita con sus amigos, o sencillamente trataba de huir del encuentro inesperado que recién había tenido. Aun así, se atrevió a llamar.

  • Fernández, Fernández, escúcheme

Pero nada, el Dr. siguió como si no hubiese escuchado. Un mesonero que lo conocía le advirtió.

  • Dr., lo están llamando
  • Déjela que se canse de llamar. Gracias.

Y siguió acelerando su paso. Cuando llegó a la mesa de los amigo, venia goteando gotas de sudor.

  • Adelante Fernández que te pasa. Vienes colorado y sudado – dijo uno de los amigo
  • Pues nada de importancia. Este sol como el de tu Maracaibo, al que no me acostumbro. – Respondió malhumorado.

La conversación dominical quedó a un lado para el recién llegado y Fernández se sumergió en las profundidades de reciente sorpresa y de pronto, lo abrigó una inmensa nostalgia por su madre. Ese mismo día Martha Fuenmayor estuviera cumpliendo sus setenta y cinco años y sin que para él estuviera del todo claro las causas de su repentina muerte, ocurridas veinte años atrás, cuando él empezaba su carrera astronómica como psiquiatra.

La madre había amanecido muerta en su cama, producto, según la autopsia, de una isquemia cerebral. El esposo de Martha en segundas nupcias, un banquero muy conocido en Caracas, había reportado a las autoridades que ese domingo muy temprano había salido a comprar desayuno y cuando regresó, extrañado porque su esposa aun dormía, fue a despertarla y la encontró sin pulso. Llamó a la policía de Chacao e inmediatamente enviaron una ambulancia. El esposo de Martha no avisó a Fernández de la muerte de su madre hasta pasadas las cuatro de la tarde, cuando ya la autopsia estaba realizada y ya el cuerpo a punto de colocarse en la Funeraria del Este. Fernández llegó a la Funeraria, cuando aún el cuerpo no estaba en la sala prevista, furioso por no haber podido ver a su madre. Le reclamó a su esposo el porque no había llamado antes y solo él le dijo que estaba consternado y sin saber que hacer. Pero en el pensamiento de Fernández, todo estaba demasiado bien. El funeral lucía impecable, lleno de gente de dinero de la capital y básicamente personas relacionadas a su padrastro.
El banquero estuvo en el funeral todo el tiempo acompañado por una joven muy elegante y bella y Fernández pensó que posiblemente era una de sus hijas. Pero en menos de un año, ya estaba casado con esa joven, quien era su asistente. Fernández siempre se quedó con la idea que ese banquero, de pasado medio turbio y temido por todos, tenía algo que ocultar – o que ver – con la muerte inesperada de su madre Martha. Varias veces lo llamó para visitar la última casa de su madre y poder tomar algunas fotos y pertenencias personales de su madre pero el banquero siempre sacaba una excusa. “Un asesino”, terminó sentenciando y prometiendo no volverlo a ver personalmente, porque lo mataría. Si bien Fernández no buscaba ni trataba a su ex padrastro, sabía y conocía al dedillo de todos sus pasos y especialmente, en el tenebroso mundo de las finanzas caraqueñas.

La familia de Fernández era muy pequeña. Su padre Carmelo Fernández, un médico farmaceuta de Maracay, se separó de su madre cuando él tenía 10 años, por unas causas que nunca se le explicaron. Nunca presenció una discusión, una pelea o algo raro entre sus padres. Sencillamente un día el padre se fue de viaje y su madre le explicó que aprovecharían ese viaje para separarse porque tenían problemas desde hacía mucho tiempo. Su padre solo lo llamaba por teléfono para felicitarlo los días de su cumpleaños, pero solo por los primeros tres o cuatro años. Luego se enteró por otras personas que su padre se había marchado a Ecuador y que allá tenía otra familia. Su madre se dedicó a dar clases de Inglés, que dominaba muy bien en el Centro Venezolano Americano y llegó a tener posiciones gerenciales de importancia. Fue en el Centro de Idiomas que su madre conoció al banquero, en la oportunidad que se organizaba un curso de Inglés solamente para ejecutivos del banco, porque los hombres de dinero no querían asistir a las clases regulares.

La hija mayor del primer matrimonio de Marta con Carmelo Fernández, fue Martica Beatriz, que murió a los tres meses de nacer, producto de una insuficiencia respiratoria crónica. El segundo fue Fernández; y el tercero, Marcelo, lo atropelló un vehículo cuando salía del colegio, con apenas ocho años de edad. Una verdadera tragedia familiar y un dolor que quedo clavado en la madre y en su único hermano, por siempre. Fernández guardó toda la vida remordimiento por el accidente de su hermano. Porque estudiando en el mismo colegio buscaba a su hermano menor en su salón, y ese día se quedó conversando con unos amigos y llegó tarde a buscarlo. Solo lo vio cuando yacía en el pavimento.

La vida de Fernández era básicamente la de un solitario triste. Y como le decía un amigo que lo apreciaba, la vida de “un psiquiatra emproblemado” . Se había casado una sola vez con Maritza Fuenmayor, una compañera de estudios, no muy brillante pero muy bella y servicial. Maritza quiso tener hijos desde el primer día del matrimonio, “Las mujeres vinimos para poblar el mundo y quiero al menos seis muchachos” le decía a su marido y deseaba que Fernández se quedara en la casa la mayor parte del tiempo, trabajando lo mínimo. Ese matrimonio sólo duró tres años, amenazado por los constantes celos y persecuciones sin sentido de Maritza. Fue entonces cuando Fernández se dedicó de lleno a su carrera, solo teniendo aventuras y amores esporádicos.

En ese recorrido vital y nostálgico estaba ensimismado, cuando escuchó la voz de uno de sus amigos, sentado frente a él.

  • Fernández, que te pasa hermano. Estas calladísimo. Y ya nos vamos.
  • Pues nada, estoy muy cansado. He tenido una semana muy fuerte. Ahora voy a mi casa a dormir todo el día.

Pues vámonos, a todos nos esperan. – dijo uno de ellos.

Salieron todos los amigos al lobby y Fernández recorrió el sitio con sus lentes oscuros de arriba abajo a ver si ubicaba a Virginia y su ex esposo. Al verlos, pensó “ Subieron a la habitación”, mientras la ex pareja estaba disfrutando de la prometida botella de vino argentino en el lujoso restaurant.

Luis Homes

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