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Cuando ya no esté. Reconocerás mi sombra (Séptima parte) por Luis Homes

Cuando ya no esté. Reconocerás mi sombra

VII

Un largo silencio fue el inicio del primer encuentro telefónico. Pero la voz firme del interlocutor no dio opciones para ningún espacio de dudas. 

  • Ya esta es la tercera llamada que Ud., realiza, si va a hablar,  hable porque el tiempo suyo y el mío valen mucho.
  • Si señor, disculpe. Yo estoy llamando de parte del Camarón – dijo Fernández con tono firme y seguro.
  • Será que U. llama referido por él, pero está llamando de parte suya, es decir por Usted mismo. 
  • Si señor, así mismo es 
  • Y como puedo llamarlo amigo?
  • Ehhh, Ehhhh, – titubeo Fernández, sorprendido por la pregunta 
  • Pues si no tiene nombre seleccionado, llámese Tiburón y con ese nombre vuelva a llamar el Miércoles a las 7 de la noche. Usted pregunta por el Camello.  ¿Entendió?  
  • Ok muchas gracias. Es este próximo miércoles?  
    Si Tiburón, así mismo. Que tenga buenos días.  Y el hombre al otro lado cortó la llamada. 

Fernández quedó pensando en su apodo para estos menesteres. “ Tiburón”, pensó. Así mismo en el apodo de su interlocutor:  “Camello”. Pensó que desde el punto de vista de la psicología animal, ninguno de los animales tenían nada en común. Un pez y un cuadrúpedo. Mar y desierto. Nadar y Caminar. Pareciera que en ninguno de los mundos podría haber nada en común entre un Tiburón y un Camello. Es posible que la semejanza fuera entre el remitente inicial “El Camarón” y el “Tiburón”, pero decidió dejar el asunto hasta allí, porque ya su chofer Herminio estaría próximo a buscarlo en su apartamento. 

 
Con Herminio en el vehículo y rumbo a su oficina a media mañana, Fernández le dio instrucciones a su chofer: 

  • Herminio hágame el favor de desviarse hacia Plaza Venezuela, como subiendo a San Ignacio. Allí cerca he visto unas jugueterías  grandes
  • Sí Doctor, con mucho gusto

Herminio le extrañó el desvío solicitado por su Jefe, especialmente el destino de una juguetería, pero fiel a su silencio y a su santa discreción, no dijo una palabra, ni siquiera se le ocurrió imaginar una pregunta. Al llegar al destino, se paro frente a la juguetería mas grande.  Fernández se bajó del vehículo y entró: 

  • Señorita necesito comprar un Tiburón y un Camello, dijo Fernández a la joven que le dio los buenos días. 
  • Si señor, acá hay varias opciones, ¿pero quiere peluches? 
  • Ahhhh, Bueno la verdad es que no, quiero algo que sea como un adorno, una escultura, solo que sea uno de cada uno y que no sea tan juguete. 

La mujer le mostró varias opciones y Fernández selecciono un tiburón mediano de plástico gris, mandíbula abierta y de dientes afilados listo para agarrar su presa y un Camello de Madera marrón con fardos de terciopelo rojo, negro y gris. Pago con un billete de cien dólares y salió apresurado con sus dos bolsas de la tienda. La joven solo alcanzó a decirle: 

  • ¿Quiere que se los envuelva en regalo?  

Fernández se hizo el que no había escuchado. Ni él mismo sabía porque había comprado los animales de los seudónimos. Y en el fondo se sentía avergonzado de entrar a una juguetería a comprarlos. O por entrar en un sitios que jamás había entrado. Le pidió a Herminio que abriera la maleta del carro y allí tiró las dos bolsas. El tiburón se salió de la bolsa y no encontró agua para nadar. El Camello quedó descansando en el misterio de la oscuridad.

  • Ahora si vámonos, se nos hace tarde

Fernández quedó pensando cómo cambiaba de nombres y de realidades. Primera vez que entraba a una juguetería para buscarse a sí mismo, que ahora era El Tiburón en el mundo que lo había introducido El Camarón, para hablarse por teléfono con el Camello. Mientras tanto, en el camino pensaba  en la Profesora Zambrano y su ex marido vinculado al tráfico de drogas. Así funcionaba su mente movediza de psiquiatra enamorado.

Luis Homes

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