Cuentos de carretera: «Mi tío Arecio». Por Enmanuel

Mi tío Arecio

Decía que «no había peor cuña que la del mismo palo». Que «desde el silencio mejor se observaba». Que «uno no tenía que pedir para que le dieran, porque el que quería dar ya sabía lo que tenía que hacer».

Lo conocí como a sus ochenta. Extremadamente delgado, con la piel pegada al hueso. De mediana estatura, siempre con pantalon de cashemir, camisa de lino, paltó y sombrero pelo e’ guama.
Sobreviviente de una inoportuna y voraz tuberculosis, desandaba los caminos polvorientos de Seque a Dabajuro, de Las Cabreras a las Bariciguas.
Siempre en silencio, con un «Dios te bendiga» (muy de vez en cuando) justo cuando el colectivo Bucaral se detenía en la Falcon-Zulia, a pleno mediodía, para darle «la cola» y socorrerlo del infernal calor de agosto.

Arecio Reyes se llamaba, pero siempre le decían «Mi tío Arecio», porque así acostumbró a decirle Guillermo Reyes.

El cuento es que «Mi Tío Arecio» no volvió a aparecer por la casa de La Encrusijada y mucho menos por La Casa de la Humildad.
Sus vecinos de Seque, dicen que un día se acostó en su chinchorro amarillo y no se paró mas. Se dieron cuenta que había muerto, porque una gallina negra llevaba en su pico, restos de su bigote gris y retazos del cashemir de su pantalón.

Enmanuel