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El burrito Alex y el Nacimiento del Niño Jesús (III). Por Luis Homes

«…Solo quería estar al lado de María”

El burrito Alex y el Nacimiento del Niño Jesús (III)

El burrito Alex continuó su historia sobre el nacimiento del niño Jesús, pero esta vez su cara reflejaba angustia, otras veces sorpresa y a veces, especialmente al final, una felicidad plena. Yo no imaginaba que el rostro de un humilde y simpático burrito pudiera expresar tantas emociones, como nosotros los humanos. También descubrí que Alex era un excelente narrador de bellas historias, casi como un escritor.

“José se demoró mucho tiempo en la aldea y la tarde empezó a caer poco a poco. Las sombras ocupaban el espacio de la luz y nadie aparecía en nuestro improvisado sitio de espera. La joven María empezó a incomodarse cada vez más. Se sentaba bajo el árbol, se paraba, caminaba pocos pasos con las manos en la cintura y estiraba las piernas y los brazos para disipar su angustia. A veces lanzaba pequeños gemidos, agarrándose con fuerza la parte inferior del vientre. Cuando José llegó de regreso al sitio, la joven mujer ya estaba desesperada y unas lágrimas comenzaban a salir de su rostro. La temperatura había bajado y comenzó a golpear el viento de invierno. Ella empezó a tiritar de frío”.

“José no vino con buenas noticias. Solo alcanzó a decir alarmado y casi tartamudo, que no había conseguido posada en ninguna parte, que no sabía porque nadie le cerraba la puerta en sus narices y con desagrado. Sin perder tiempo corrió hacia María, la beso nuevamente en la frente, la cargó sobre sus brazos y salió corriendo en medio de un bosque. Yo seguí detrás de ellos y me di cuenta que en medio de una finca, salía una mula y un buey caminando a paso rápido detrás de nosotros”.

“Nos metimos en un establo abandonado y oscuro. Había mucho pasto acumulado por todas partes y José improvisó un sitio para que María se acostara. Ella seguía llorando de dolor, pero como pudo se acostó en medio de la cama de pasto y abrió sus piernas. La mula y el buey se acercaron a María, la mula del lado izquierdo y el buey del lado derecho y comenzaron a respirar fuerte, más cerca de ella para darle calor y en cierta forma, consuelo. María se calmó un poco al sentir que del aliento de mis paisanos, salía aire más caliente. José cómo podía, improvisaba una fogata para recibir más luz y calor, pero desistió porque podía provocar un incendio en medio de tanto pasto seco. Hubo un momento de mucho silencio y tensión. No se escuchaba nada. Era la sensación de que algo nuevo y maravilloso iba a pasar y de que el mundo, en medio de ese paraje abandonado y con una pareja humilde y rodeados de una mula, un buey y de un nervioso burro como yo, estaba listo para el parto más improvisado y hermoso de la historia.

De pronto el establo se iluminó con una luz color azul marino, cada vez más intensa. La luna llena se asomó discretamente por una ventana ocupando todo el espacio y de proto se escuchó un grito hermoso de un bebe recién nacido, que reposaba en medio de las piernas de María y con su cuerpo lleno de pasto seco. José se acercó, limpió al niño con su manto y unas toallas que traía en el equipaje. María con su frente y rostro cargado de sudor, dijo algo que yo no entendí, pero que sí recuerdo. Ella dijo en voz muy alta: “Señor, hágase en mí según tu palabra”. José, sonriendo y con lágrimas en los ojos, levantó al niño en sus brazos, exponiéndolo a la luna en primer lugar y mostrándonos a nosotros la mula, el buey y a mi, nos dijo: “Este es Jesús, el hijo de Dios y vosotros habéis sido testigo de su nacimiento. Podéis adorarlo” colocando al niño Jesús en una improvisada cama de pasto.

Jose se acercó a María para secar sus rostros y acomodarla, ayudarla a cambiar de atuendo y nosotros tres nos acercamos al niño a darle calor. Yo debo confesarte, buen amigo, que no resistí mi instinto y alegría por haber presenciado este maravilloso acontecimiento y besé con mi lengua caliente los piececitos, la barriguita y la frente del niño Jesús. La mula se peleaba conmigo para hacer lo mismo, pero ella fue más audaz y volteo al niño completamente y lo lamió con fuerza por toda su espalda, mientras el pequeño Jesús reía y se llenaba de pasto seco.

El buey hacía gemidos y ruidos fuertes de alegría, cada vez más duros que retumbaban en el establo. La puerta del establo se abrió y llegó un grupo de pastores a ver que estaba pasando allí. Porque entre los ruidos del buey y la luna llena completamente posada sobre el establo en su máximo esplendor, algo excepcional estaba pasando.

El burrito Alex narraba esta historia del nacimiento de Jesús conmovido, contento, con una emoción que nadie puede imaginar que saldría de un burrito, siempre caracterizado por su rostro sereno y hasta triste. Pero el nacimiento de Jesús, le cambió la vida y destino. El, con curiosidad, me preguntó qué decían los evangelios sobre el nacimiento del niño. Y yo le recordé brevemente las versiones de los evangelios de Mateo y Lucas. Alex me quiso aclarar que la mula y el buey llegaron en el momento preciso en que ellos, o mejor dicho José, estaba buscando un lugar seguro para el parto y que ayudaron mucho para darle calor y compañía a María. Y me dijo, sin pena y con mucha sinceridad: “Porque yo la verdad estaba muy asustado y no sabía que hacer, ni cómo hacer. Solo quería estar al lado de María”.

Alex, en su humildad y sencillez no se atrevió a corregir expresamente una distorsión de algunas historias sobre el nacimiento de Jesús, en las que se indica que María y José hicieron el recorrido con una mula. Pero la verdad es que Alex fue el encargado de la larga, peligrosa pero maravillosa travesía de llevar a María en su lomo, desde Nazareth hasta el establo de Belén.

Alex terminó su historia diciéndome que los pastores llegaron allí, además del resplandor de la luna y los aullidos del buey, porque unos ángeles les habían anunciado que había nacido el hijo de Dios y entonces decidieron seguir el camino sugerido hasta encontrarlo y adorarlo. También me comentó que, al cabo de unas dos semanas, había llegado unos reyes magos de oriente a adorar al niño, advirtiéndome: “Pero esa historia, te la contaré después”

FIN

Luis Homes

MI BURRITO SABANERO. Juanes

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