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«El burrito Alex y el Nacimiento del Niño Jesús» (versión completa). Luis Homes

El burrito Alex y el Nacimiento del Niño Jesús

Hay solo dos versiones en los Evangelios sobre el nacimiento del niño Jesús en un portal de Belén: Mateo Capítulo 1, versículos 18 al 25. Este relato se concentra en el profundo dilema y conflicto espiritual vivido por José al saber que su amada María estaba embarazada y la posterior aparición del Ángel en sueños a José, invitándole a que aceptara la misión de su prometida. La segunda versión son la trae Lucas, Capítulo 2, versículos 1 al 8, donde se narra el camino a Belén de los futuros padres de Jesús y el parto de María en un destartalado establo o pesebre, por la ausencia de una posada digna para tan grande acontecimiento.

Los evangelios, a mi gusto de amante de las sagradas escrituras, son muy cortos para narrar el suceso más importante de la historia del cristianismo: El nacimiento del hijo de Dios. Pero mi abuela decía: “Decía: de lo bueno, poco”

Por años tuve la curiosidad de entrevistar a protagonistas no citados en los evangelios. Esos personajes ocultos, tras bastidores, anónimos pero que también forman parte de la historia. Ya sabíamos también de la aparición de ángeles a los pastores que estaban cerca de Belén y les anunciaron la buena nueva. También conocemos sobre la luminosa estrella que alertó a los tres magos de Oriente sobre el nacimiento del niño. Estos fueron y serán personajes famosos y citados miles de veces. En mi búsqueda por algún protagonista desconocido fue que me encontré con el Burrito “Aleximiadres”, al que yo cariñosamente le llamaré “Alex”, para no confundirme con tan complejo nombre.

El burrito Alex comenzó su relato confesando su tristeza por la muerte de su primer amo. Era un solitario y anciano leñador que había muerto repentinamente de regreso a casa. Al verlo tirado en el piso llegado a la puerta, unos vecinos de Judea habían hecho la caridad de auxiliarle, pero no pudieron hacer nada por él y decidieron darle cristiana sepultura. Ninguno de los vecinos mostró un mínimo interés en adoptar al pequeño y triste burrito, así que Alex decidió partir de la aldea con rumbo desconocido, bordeando una ladera de la montaña lamentando su soledad y en busca de alimentos.

Alex caminó varias horas cubierto su rostro con lágrimas y sin nada que comer. Al caer la tarde se encontró en un paraje solitario con un hombre joven, alto, de contextura fuerte y barbudo que estaba cortando madera seca para usarlos como leña. Alex se detuvo a su lado y quedó observando la faena del leñador: Empapado en sudor, el hombre organizaba y escondía la leña bajo un frondoso árbol. El hombre caminó un poco hacia él, se dio cuenta de la cara de hambre y de tristeza del huérfano burrito. Interrumpió su faena y fue en busca de pasto y agua. Alex pudo comer esa tarde y saciar su sed. Alex se quedó allí, al lado del buen José, en el más profundo silencio, orando para que el buen hombre se lo llevara con él, y así calmar su tristeza y dolor. Al menos había mostrado buen corazón al proporcionarle comida y agua.

La tarde comenzó a vestirse de noche y la oscuridad a poblar el cielo infinito. José decidió partir y Alex volvió a sumergirse en su tristeza. Unas lágrimas redondas y cristalinas, con luminosidad de estrellas, salieron de sus ojos enormes. Cuando Alex había decidido seguir con rumbo desconocido, sintió que una cuerda rodeaba su cuello. Volteó su cabeza y vio que era el buen José, que quería adoptarlo y llevarlo con él. Alex caminó hacia él con una profunda y luminosa mirada de estrella decembrina. Miró el rostro barbudo de José, le acercó el hocico a su poblada barba y lo besó. José lo abrazó por el cuello y partieron a un rancho humilde y solitario. Así comenzó la fascinante travesía para Alex de llevar en su lomo a la virgen embarazada, hasta el portal de Belén.

Era ya de noche cuando José y el burrito Alex llegaron a una humilde casa. José amarró a Alex bajo un árbol frondoso en la parte posterior del rancho y volvió a colocar un tobo de agua fresca antes de entrar. La cuerda quedó floja y se soltó muy pronto del árbol. Alex comenzó a dar vueltas por el patio. Fue así como escuchó la conversación entre José y María.

“Vengo feliz porque encontré un pequeño burrito y no será peligroso si tú te montas en él y viajemos mañana temprano. Tenemos que cumplir con el censo que ordenó el emperador Augusto y nuestro sitio de registro es Belén. Sabes que yo soy descendiente del Rey David. Es preferible que vayamos cuanto antes, para evitar que vayas a tener el niño y no podamos cumplir con el censo. Es mejor siempre cumplir con la ley”

María tenía sus dudas porque era muy tarde para preparar un viaje apresurado. Pero José la convenció hablándole con una ternura especial y delicada

“Tomate el tiempo que quieras para arreglar las cosas. El burrito se ve muy domesticado y noble. Es de paso firme, es bajito y vas a estar segura. Tiene un color precioso entre gris y blanco. M
Me parece bellísimo. A pesar de lo pequeño, se ve fuerte y con seguridad tendremos un buen viaje”

Mientras Alex oía a José, sonreía satisfecho al saber que había encontrado un nuevo hogar. Volvió al árbol donde estaba la cuerda desatada y decidió descansar y dormir en preparación para el viaje del día siguiente.

El burrito Alex, mucho tiempo después, me comentó en un establo de Belén:

“Es la primera y única vez que alguien se monta sobre mi lomo y yo no siento su peso. María era una mujer pequeña que, al lado de grandulón de José, parecía diminuta. Yo inmediatamente me di cuenta de que ella estaba embarazada porque su vientre abultado destacaba sobre el vestido largo y blanco. José colocó una preciosa alforja marrón y blanca sobre mi lomo, levantó a María en peso y la sentó con delicadeza sobre mí. Tomó la cuerda, la desató suavemente y salimos los tres de madrugada. Por el camino ellos iban rezando unos salmos bellísimos que se sabían de memoria. José recitaba una parte y María respondía con otra parte. Daban alabanzas a Dios y gracias por toda la vida y el niño que iba a nacer.

Era la primera vez que yo veía una familia tan pobre, tan humilde y tan contenta. Y así estuvieron una buena parte del camino. José no se cansaba de caminar y pues yo menos. A veces nos deteníamos en el camino por un momento para que ellos descansaran y tomaran agua y comieran algunas frutas. En el trayecto, yo no sentía ningún peso sobre mi lomo y la verdad, lo que verdaderamente sentía era que estábamos como volando sobre el estrecho camino, porque ni el movimiento de mis patas cortas yo lo percibía en ese viaje maravilloso. Fue toda una delicia ¡

Mientras contaba su historia, la mirada del burrito Alex era un encanto. Su rostro reflejaba luz, alegría, plenitud. En algún momento se acercó a mí en un tono más íntimo, bajó la voz y me dijo:

“Yo sentí que María comenzó a moverse con cierta incomodidad y le preguntó a José cuánto faltaba. Él le dijo que ya estaban llegando y efectivamente al poco tiempo entramos a una Aldea que tenía escrito en letras grandes y sobre un aviso de madera muy antigua el nombre “Belén”. José busco una sombra frondosa. Estaba empezando la tarde y era un día fresco. Ellos comieron pan, unas frutas secas, y tomaron mucha agua. El buen hombre busco un tobo de agua para mí, unas ramas de pasto que estaban cerca y le dijo a María: Quédate acá con el burrito, siéntate en esta alfombra y descansa cuanto puedas que yo voy a buscar posada acá en el pueblo. Le dio un beso en la frente y salió en busca de un lugar más apropiado para el descanso. Quedamos por un buen rato nosotros solos. María comenzó a sentir dolores fuertes de parto y yo comencé a preocuparme en cómo un humilde burro como yo, podría ayudar en un nacimiento en solitario.”

El burrito Alex continuó su historia sobre el nacimiento del niño Jesús, pero esta vez su cara reflejaba angustia, otras veces sorpresa y a veces, especialmente al final, una felicidad plena. Yo no imaginaba que el rostro de un humilde y simpático burrito pudiera expresar tantas emociones, como nosotros los humanos. También descubrí que Alex era un excelente narrador de bellas historias, casi un escritor.

“José se demoró mucho tiempo en Belen y la tarde empezó a caer poco a poco. Las sombras ocupaban el espacio de la luz y nadie aparecía en nuestro improvisado sitio de espera. La joven María empezó a incomodarse cada vez más. Se sentaba bajo el árbol, se paraba, caminaba pocos pasos con las manos en la cintura y estiraba las piernas y los brazos para disipar su angustia. A veces lanzaba pequeños gemidos, agarrándose con fuerza la parte inferior del vientre. Cuando José llegó de regreso al sitio, la joven mujer ya estaba desesperada y unas lágrimas de dolor comenzaban a salir de su rostro. La temperatura había bajado y comenzó a golpear el viento de invierno. Ella empezó a temblar de frío”.

“José no vino con buenas noticias. Solo alcanzó a decir alarmado y casi tartamudo, que no había conseguido posada en ninguna parte, que no sabía porque nadie le cerraba la puerta en sus narices y con desagrado. Sin perder tiempo corrió hacia María, la beso nuevamente en la frente, la cargó sobre sus brazos y salió corriendo en medio de un bosque. Yo seguí detrás de ellos y me di cuenta de que en medio de una finca, salía una mula y un buey caminando a paso rápido detrás de nosotros”.

“Nos metimos en un establo abandonado y oscuro. Había mucho pasto acumulado por todas partes y José improvisó un sitio para que María se acostara. Ella seguía llorando y a veces gritaba de dolor. La joven María como pudo, se acostó en medio de la cama de pasto y por instinto y dolor, abrió sus piernas. La mula y el buey se acercaron a María, la mula del lado izquierdo y el buey del lado derecho y comenzaron a respirar fuerte, más cerca de ella para darle calor y en cierta forma, consuelo. María se calmó un poco al sentir que, del aliento de mis paisanos, salía aire más caliente. José cómo podía, improvisaba una fogata para recibir más luz y calor, pero desistió porque podía provocar un incendio en medio de tanto pasto seco. Hubo un momento de mucho silencio y tensión. No se escuchaba nada. Era la sensación de que algo nuevo y maravilloso iba a pasar y de que el mundo, en medio de ese paraje abandonado y con una pareja humilde y rodeados de una mula, un buey y de un nervioso burro como yo, estaba listo para el parto más improvisado y hermoso de la historia.

De pronto el establo se iluminó con una luz color azul marino, cada vez más intensa. La luna llena se asomó discretamente por una ventana ocupando todo el espacio y de proto se escuchó un llanto hermoso de un niño recién nacido, que reposaba en medio de las piernas de María y con su cuerpo lleno de pasto seco. José se acercó, entre nervioso y alegre, limpió al niño con su manto y unas toallas que traía en el equipaje. María dijo en voz muy alta, mirando al cielo: “Señor, nuevamente, hágase en mí según tu palabra”. José, sonriendo y con lágrimas en los ojos, levantó al niño en sus brazos, exponiéndolo a la luna en primer lugar y mostrándonos a nosotros: la mula, el buey y a mí, nos dijo:

“Este es Jesús, el hijo de Dios y vosotros habéis sido testigo de su nacimiento. Podéis adorarlo” colocando al niño Jesús en una improvisada cama de pasto seco

José se acercó a María para secar sus rostros y acomodarla, ayudarla a cambiar de atuendo y nosotros tres nos acercamos al niño a darle calor. Yo debo confesarte, buen amigo, que no resistí mi jubilo y alegría por haber presenciado este maravilloso acontecimiento y besé con mi lengua caliente los piececitos, la barriguita y la frente del niño Jesús. La mula se peleaba conmigo para hacer lo mismo, pero ella fue más audaz y volteo al niño completamente y lo lamió con fuerza por toda su espalda, mientras el pequeño Jesús reía y se llenaba su cuerpecito de pasto seco.

El buey hacía gemidos y ruidos fuertes de alegría, cada vez más duros que retumbaban en el establo. La puerta del establo se abrió y llegó un grupo de pastores a ver qué estaba pasando allí. Porque entre los ruidos del buey y la luna llena completamente posada sobre el establo en su máximo esplendor, imaginaban que algo excepcional estaba pasando.

El burrito Alex narraba esta historia del nacimiento de Jesús conmovido, contento, con una emoción que nadie puede imaginar que saldría de un burrito, siempre caracterizado por su rostro sereno y hasta triste. Pero el nacimiento de Jesús, le cambió la vida y destino. El, con curiosidad, me preguntó qué decían los evangelios sobre el nacimiento del niño. Y yo le recordé brevemente las versiones de los evangelios de Mateo y Lucas. Alex me quiso aclarar que la mula y el buey llegaron en el momento preciso en que ellos, o mejor dicho José, estaba buscando un lugar seguro para el parto y que ayudaron mucho para darle calor y compañía a María. Y me dijo, sin pena y con mucha sinceridad:

  • “Porque yo la verdad estaba muy asustado y no sabía que hacer, ni cómo hacer. Solo quería estar al lado de la joven María”.

Alex, en su humildad y sencillez no se atrevió a corregir expresamente una distorsión de algunas historias sobre el nacimiento de Jesús, en las que se indica que María y José hicieron el recorrido con una mula. Pero la verdad es que Alex fue el encargado de la larga, peligrosa pero maravillosa travesía de llevar a María en su lomo, desde Nazareth hasta el establo de Belén.

Alex terminó su historia diciéndome que los pastores llegaron allí, además del resplandor de la luna y los aullidos del buey, porque unos ángeles les habían anunciado que había nacido el hijo de Dios y entonces decidieron seguir el camino sugerido hasta encontrarlo y adorarlo. También me comentó que, al cabo de unas dos semanas, había llegado unos reyes magos de oriente a adorar al niño, advirtiéndome: “Pero esa historia, te la contaré después”

FIN

Luis Homes