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“En la calle 83, número 28 raya 50, quinta ‘San Francisco’ ”. Episodio 5: GABRIEL Y LOS HUEVOS. Por Enmanuel Camejo Zavala

Cine Alcázar de Maracaibo/ Silla de extensión

GABRIEL Y LOS HUEVOS

El cine Alcázar de Maracaibo, uno de los primeros grandes cines populares de la ciudad, quedaba en la avenida la Limpia, casi haciendo esquina con la calle 83. Su graderío y pantalla eran al aire libre, es decir era un cine sin techo.

Cada noche, apenas oscurecía, la gente de la zona, casi siempre muchachones, iban a presenciar las funciones de películas Vaqueras, de artes marciales chinas, de monstruos y algún porno de medianoche. Títulos como: «Django contra Santana», «El Maestro Borrachón», «Godzilla Contraataca», entre innombrables filmes suecos, daban coloridas imágenes a la pantalla del cine.

Una noche de tantas, Gabriel (con su particular caracter jodón e irreverente) decidió lanzar, uno a uno, los huevos de medio cartón, sobre el graderío sin techo del Alcázar, oyéndose casi de inmediato, las «mentás de madre» y los «hijos de la gran puta», de la desprevenida humanidad de los espectadores del cine. Por supuesto, las luces internas de la sala del cine se encendieron, suspendiendo inmediatamente la función.

Otro episodio, con huevos involucrados, fue el ocurrido una noche mientras el Chino, recién esposado con la Nené, estudiaba sentado cómodamente sobre una silla de extensión, de esas que eran de lona colorida sostenida por dos palos de escoba sobre una estructura de madera plegabable. Una noche, Gabriel nos ofreció, a Chevy y a mi, plata para comprar helados si le quitábamos los palos a la silla donde estaba estudiando el Chino. Dicho y hecho, mientras yo le decía al Chino que la Nené lo estaba llamando, Chevy sigiloso le quitaba el palo inferior que sostenía la lona de la silla de extensión y Gabriel, raudo y malevolo, le ponía un par de huevos debajo de la silla. El Chino volvió molesto al percatarse que era falsa la llamada de la Nené, y se dispuso a sentarse otra vez en la silla de extensión para seguir con su interrumpido estudio… segundos después su corto pantalón de kaki se estrellaba sobre los dos huevos que Gabriel le había puesto de regalo. Con los ojos rojos y lleno de furia y sus nalgas hechas tortilla, el Chino corrió tras nosotros, correa en mano, mientras subíamos desesperados la escalera buscando a mi papá, éste al oir el tropel y el griterío, salió a nuestro encuentro y con voz grave y amenazante dijo:

  • ¡Que vaina es!, ¡a mis catiritos no les pega nadie!

Anécdotas de la casa de la calle 83

Enmanuel Gerardo Camejo Zavala

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