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LE LLAMARON PEDRO INFANTE. Por Julyrma Jiménez

«…le colocó el mote de Pedro Infante»

LE LLAMARON PEDRO INFANTE

Me contaron que el día que llegó a la residencia de ancianos no pronunciaba palabras, tampoco portaba identificación alguna; así que alguien le colocó el mote de Pedro Infante. Quizá sus bigotes, semejantes a los del cantante, dieron origen a esta nueva identidad.

Al poco tiempo, Pedro se recuperó satisfactoriamente y comenzó a hablar. Notaron ciertas alteraciones en su comportamiento, conversaciones… y al ser evaluado por especialistas fue diagnosticado con la Enfermedad de Alzheimer.

Cuando lo conocí, él tendría unos 70 años de edad, de tez blanca (el decía que era «más bien» amarillo), muy delgado, aproximadamente 1,70 cm de estatura, nariz recta de regular tamaño y sus ojos tenían el tono grisáceo de los arcos seniles, ya convertidos en anillos. Le gustaba usar camisa manga larga y si era franela, con una camisa encima tipo chaqueta que a veces se quitaba, la doblaba de manera peculiar y se paseaba por toda la residencia con la camisa colocada en el doblez de su brazo derecho. Siempre se veía muy pulcro y elegante.

Constantemente mantenía el brazo derecho medianamente flexionado, movía su mano derecha de derecha a izquierda con los dedos arqueados y también viceversa. Usaba además, un sombrero o gorra y solía escaparse a pedirle cigarros a un guajiro que ejercía la economía informal en las afueras del recinto institucional. Recuerdo que un día llegó el paisano a preguntar que quién le pagaba los cigarros que Pedro consumía porque se los pedía con tal autoridad que él no podía negárselos (aparte de las posibles amenazas a su «tienda» improvisada). Terminamos varios trabajadores turnándonos para asumir la deuda de Pedro.

Estos días decembrinos he rememorado mucho a éste Pedro Infante y no puedo hacerlo sin sacar una sonrisa de sólo evocar las cosas que hacía y decía.

Pasa por mi memoria el hecho de que culminando el año 2009, la dirección del Centro Residencial convocó un concurso de pesebres. Mi oficina, conocida como la Trinchera Gerontológica, era la última de la entrada del ancianato a mano derecha y por el frente tenía la puerta y una ventana, ésta última poseía una tabla que indicaba que una vez funcionó como taquilla de pago. Decidí montar allí mi nacimiento. Hice el relleno con periódicos arrugados y sobre ellos coloqué un papel de bolsa previamente pintado simulando los colores de la tierra y algo de vegetación. Pedro estuvo observando todo el tiempo. Captaron su atención unas luces que fabriqué con papel luminizado de colores, las que bauticé como «ecológicas»; a cada rato él las tomaba, las desarmaba y yo las volvía a armar. Mi belén constaba de varios personajes recortados de una caja de galletas y era linda la imagen del Niño Jesús metido en su cuna.

Culminada la obra, Pedro me dijo con su acento marabino y voz de mando:

_»¡Tenéis que quitar eso!».

_ «¿Por qué, Pedro?», pregunté.

Y él, sin despegar la vista del Niño Dios de cartón, respondió:

_ «Porque no es justo que sólo uno tenga cama, ¿y los demás?, ¿dónde van a dormir los pobres?».

JULYRMA JIMÉNEZ

NAPOLEON. Alí Primera

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