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«Lluvia de miércoles». Por Enmanuel

Lluvia de Miércoles

Lluvia de miércoles

Solía llover en miércoles. Justo cuando el sol estaba en el cenit. Una lluvia extraña, llena de calor y sin viento. Una lluvia de minúsculas gotas amarillas, como si la lluvia proviniera de arriba del sol y este se destiñera con ella.
Lo cierto era que esa particular lluvia siempre sucedía en miércoles y al mediodía.

Una vez, cuando Casimiro llegaba del trabajo a su casa, a eso de las 12:30 del mediodía, la lluvia se tornó rojianaranjada, como de candela de fogón y quemó su camisa blanca.

  • ¡¿Pero es que acaso la lluvia de agua quema?!.

Se preguntó Felipa en voz alta, mientras observaba la miríada de huequitos anaranjados y negros que habían dejado las casi imperceptibles goticas de esa extraña y puntual lluvia.

El compadre Cucho, que solía almorzar religiosamente en casa de Felipa, como acto de contricción a la vez de agradecimiento con aquella familia que mitigaba su hambre a sus casi 93 años, dijo después de haber deglutido la última cucharada de sopa de rabo de res:

  • Coño Felipa, yo te voy a decir algo que me lo dijo Cornelio una vez que andabamos bebiendo en el taparal. Él me dijo que esa lluvia caliente, a veces roja y otras amarilla, pero siempre en miércoles y al mediodía, no era otra cosa que los ángeles buenos le estaban lavando el culo al diablo.

Felipa y Casimiro no supieron si reirse o mandar al carajo a Cucho por aquella soberana locura que decía en tono serio y austero, pero justo en ese momento el anciano se paró de la silla y volvió a repetir:

  • Pues sí Felipa, ¡los ángeles buenos le lavan el culo al diablo!.

Y agarró calle abajo mascullando jaculatorias que nadie entendió.

Enmanuel

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