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Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie: IV «Las primeras Mariposas»). Por Luis Enrique Homes

Mariposas

IV. Las primeras Mariposas

Un lunes caluroso Doña Petra llegó del mercado con cinco bolsas llenas de verduras, frutas, pollo y carne. Exhausta, colocó las bolsas sobre una mesa de la sastrería y se recostó sobre una mecedora buscando aliento. Se mecía primero rápidamente buscando aire. Después lentamente, hasta que se quedó dormida, para siempre. Nadie se dio cuenta de lo que había pasado en la soledad de las sastreria hasta el otro dia.

El martes a media mañana el licenciado llegó con unas chaquetas para arreglar. Vio la puerta de la sastrería media abierta, entró y se dio cuenta que Doña Petra estaba muerta, porque tenía la boca entreabierta y estaba inmóvil. Quiso llamar a la casa del lado buscando a Rosa, la hija mayor o a Andrea, su hija, pero nadie respondía. Así que él asumió la responsabilidad de llamar la policia, buscar la funeraria, avisar a los vecinos y organizar todos los preparativos porque ya el cadáver estaba oliendo mal.

Cuando Andrea llegó de la escuela a las 3 de la tarde, la casa – sastrería de Dona Petra estaba full de gente y ella sintió que algo malo había pasado. Entro y vio mucha gente llorando, entre estos a su mamá Rosa. El licenciado se acercó a Andrea sin dejarla avanzar y le dijo se nos fue doña Pedra y le dio un abrazo tan fuerte y tan largo, que casi la asfixia. A ella le costó zafarse de esa masa de músculos forrados de negro en luto y apenas pudo, soltó en llanto por horas. Estuvo llorando toda la tarde y parte de la noche. La casa se inundó tanto de sus lágrimas, que los visitantes del pueblo se resbalaban, por donde había pasado Andrea. “Las muertes repentinas, no la entienden los muchachos de quince años, dejenla llorar. Además, era su abuela” dijo el sacerdote Nicanor.

Rosa estaba igual desconsolada y en medio del desconcierto solo se dio cuenta que el Licenciado ya había dispuesto de todo: Le dio la libertad de que escogiera el baúl, pero él mismo compró el espacio en el cementerio, ordenó la misa y dispuso de los funerales. En un momento de lucidez a los tres días de la muerte de su madre, a Rosa le salto la duda si su mamá había tenido alguna relación sentimental con el licenciado como lo rumoraba la gente en Río Claro o sencillamente el funeral era parte de la campaña electoral de Omar Lorenzo, porque la verdad nunca se imaginó que asistiera tanta gente al funeral de su madre, una humilde costurera.

La casa – sastrería quedó sola sin que nadie supiera de la gestión del pequeño negocio. Poco a poco, sin que nadie se lo pidiera, Andrea asumió la responsabilidad de ir organizando la ropa pendiente, por tallas. Alguien pasaría por allí a reclamarlas y había que devolverlas, como estuvieran.

Luego de un mes del fallecimiento de la abuela, Andrea se fue un Sábado en la tarde la sastrería. Mientras ella estaba de pie acomodando unas faldas, sintió un abrazo fuerte desde la espalda que se extendía por todos sus brazos hasta quedar apretada en un ambiente de calor. Sintió cosquillas en las orejas y luego un aliento que se aceleraba poco a poco. “El espanto de la abuela”, pensó por un instante. Pero no ! La abuela no era tan grande ni tenía tanta fuerza. Como pudo levantó la mirada sobre el espejo y volvió a ver el licenciado, excitado y sudoroso, acariciando su cabeza.

Esta vez no le dio miedo porque no era el espanto de la abuela. Ella intentó quitarse esa mole pesada que descansada sobre su espalda, pero el hombre experto de 52 años y con varias aventuras encima, empezó a moverse lentamente como en un ritmo de danza, simulando un baile de boleros, hasta que fue dominando su cuerpo diminuto. El licenciado le hacía en las orejas un juego de alientos y cosquillas con los bigotes, que a Andrea no le desagradaba. Lentamente, su cerebro se llenó de imágenes de mariposas y bajaron a su vientre como unas ondas de hormigas invisibles que le producía cosquillas esporádicas, pero cada vez más intensas. Ella sintió que aumentaba su respiración. El corazón le daba saltos como de canguros. Los senos se le endurecieron como limones a punto de reventar Se dio cuenta que, sin querer ni proponérselo, estaba como bailando adherida al licenciado, ya no de espadas, si no frente a frente. De pronto él la soltó, dio un respiro profundo y le dijo me gustas mucho chiquilla. Te buscare pronto. Y salió.

Andrea quedó en medio de una danza, sola. Se dio cuenta que seguía bailando y se detuvo. Respiro profundo, se vio en el espejo y vio una niña de pantaletas rosadas que se disipaba y volaba en el ambiente. Ya era una mujer de quince años.

.Luis Enrique Homes

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