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Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XXIII. La Plaza”. Por Luis Enrique Homes

La Plaza

XXIII. La Plaza

La virgen de Santa Lucía era la patrona del pueblo. Era finales de Septiembre y se acercaban los preparativos para las fiestas patronales. Las tardes eran frescas y soleadas. Al comenzar la noche la gente del pueblo salía de sus casas a conversar en el porche y los vendedores ambulantes se acercaban a la plaza a ofrecer sus productos. Helados, golosinas, artesanías, artículos de cuero, manualidades, estampas religiosas, llenaban las esquinas del pueblo.
Jacinta salió del trabajo y llamó a Andrea desde la plaza.

La tarde esta bonita, baja de ese encierro en que estas y traete a Jesus a caminar. Y vamos conversado.
Andrea llegó con el niño caminando de las manos. Compraron barquillas de vainilla y comenzaron a dar vueltas a la plaza, mientras veían las curiosidades de temporada. En el momento oportuno y cuando había menos gente alrededor, Jacinta le contó a Andrea la visita al Dr. Ignacio.
Andrea no podía creer lo que escuchaba del ataque ordenado a Ignacio por parte del licenciado. Qué otra cosa podría inspirarle ese ataque si no eran los celos de un joven buenmozo y apuesto como Ignacio. Pero por qué tanta maldad y crueldad en ese momento si Ignacio solo la había llevado al hospital en un momento de emergencia?

  • Está muy claro que Omar no quiere que nadie esté alrededor tuyo, Andrea. Te quiere y te trata como si fueras su propiedad. Es posible en lo adelante, el tenga actitudes agresivas conmigo y con tu mama.
  • Ay no digas eso que me das miedo. Ustedes son las únicas personas que tengo a mi alrededor. .

El niño Jesús corría por la plaza sin cansancio y las dos mujeres lo perseguían hasta alcanzarlo. Andrea comenzó a notar que mucha gente en la plaza la saludaban de lejos con gestos de cariño o simpatía, pero nadie se le acercaba.
De la nada, Andrea dijo:

  • Estoy harta de mi trabajo. Lo que más me incomoda es que ese trabajo de cargar y llevar dinero. no me va a llevar nada bueno. Yo he querido renunciar pero no me han dejado. Cada vez que digo que quiero renunciar porque quiero buscar otro trabajo, me aumentan el sueldo. Ya tengo tres semanas que me duplican el sueldo. Y para mi mejor, pero yo que esto no es normal.
  • ¿Y que has seguido haciendo?
  • Pues lo mismo. Estar con dinero en efectivo en carros que lleva el chofer en la maleta, montarme con el, depositarlo en los bancos y estar dando vueltas por el pueblo simulando que hacemos algo. En estos días el chofer llegó al negocio de Don Julio, a ese que se le pasa Omar, y montó en la maleta del carro dos bolsas negras de basuras, pero estoy seguro que iban llenas de billetes. Al día siguiente dije que estaba enferma, que no podía salir, pero me llamaron tanto por teléfono tantas veces que me vi obligada a salir.
  • Y vistes a Omar alli en el negocio de Don Julio?
  • No lo vi, pero de allí están sacando dinero también. Y estoy segura que te lo están trayendo acá a tu casa para que tú lo cuentes.
  • Pero que yo sepa, allí en el negocio de Don Julio no está funcionando nada.
  • Si está funcionando algo. Allí hay como un centro de apuestas, un club, una casa de putas o no sé que hay. A las 6 o 7 de la noche entran allí muchas muchachas jóvenes y después de las 9 siempre hay mucho carro.


La brisa estaba más fresca y las jóvenes paseaban con desgano. Jesus se había cansado de caminar y correr. Y ahora estaba sentado junto a su mama y Andrea en un banco, deleitándose con el paisaje del pueblo. Unos músicos improvisados cantaban en la esquina en busca de propina. Un silencio inundó el mundo de Andrea y Jacinta. Los pensamientos se dirigían de un sitio a otro, sin rumbo fijo y en un precipitado desorden. ¿Dónde estaban? ¿Qué fuerzas del mal desataron el dinero del pueblo y en qué actividades oscuras estaban ellas involucradas sin querer?

  • Yo creo que me voy a renunciar al trabajo. Esto no me gusta. Trabajar sin conocer qué hace esa gente. Voy a pedir un permiso o algo así.


El niño comenzó a quejarse de cansancio y subieron a la casa. Al llegar estaba el licenciado sentado en su mecedora colonial de madera con un vaso de whisky en la mano. Como un león enfurecido y sin saludar, comenzó a preguntar que dónde estaban, qué hacían en la calle dos mujeres solas y con el niño, que no eran horas de estar dos mujeres solas en la calle, que siempre debían llamarle cuando salieran de la casa. El niño se asustó como siempre por el tono de voz elevado y comenzó a llorar. Andrea atino a decir, temerosa, que solo bajaron a comprar helados y caminar el niño que estaba aburrido en la casa. El licenciado se levantó de la mecedora repentinamente, se acercó a Andrea, la tomó del brazo con fuerzas y le dijo mirándola a la cara:

  • Pues yo te llame varias veces y no contestaste la mierda esa de teléfono que tienes…. Como te vas a aburrir en este palacio que tienes de casa. Que no vuelva a pasar Andrea. – dijo el licenciado con voz firme.
  • Pero qué pasa Omar, si yo no hice nada malo. Déjame tranquila. – dijo Andrea intentando quitar la mano de su brazo.
  • Bueno la verdad es que yo no tengo velas en este entierro, ni tengo porque aguantar sus malos tratos licenciado. Yo me voy – dijo Jacinta –
  • Ay por favor Jacinta no te vayas, no me dejes sola aca, suplico Andrea.


Andrea forcejeo con el licenciado y este le soltó el brazo, empujándola contra una pared. Andrea se asustó y empezó a llorar de miedo. Instintivamente tomó a Jesus, en sus brazos y salió corriendo a la habitación del niño. Jacinta la siguió, no sin antes decirle al licenciado:

  • Perro inmundo! Como se le ocurre tratar así a Andrea.


Cerraron la puerta, colocaron unos muebles detrás de ella para evitar que alguien forzara la entrada. Jesús se durmió en su cuna, exhausto de llorar y de las correrías en la plaza. Andrea se desahogo en llantos. Cada una se sentó en unas anchas poltronas pálidas de miedo. En la sala se escuchaba a todo volumen, las canciones de Vicente Fernandez. Al licenciado se le escuchaba hablar por teléfono y luego se sentía que varios hombres entraban y salían de la casa. Desde la habitación, las mujeres escuchaban que habían hombres tomando, hablaban en voz alta, contaban chistes subidos de tono y soltaban carcajadas. Entrada la media noche, y las voces comenzaron a silenciarse poco a poco. Cuando todo era silencio, Andrea tomó al niño en brazos, despertó a Jacinta y le dijo:


• Vámonos a casa de mi mamá. Ya no quiero estar más acá en esta casa.

Luis Enrique Homes

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