Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XXVII- El Regreso”. Por Luis Enrique Homes
XXVII- El Regreso
En la mañana, Andrea y Jacinta desayunaron lo poco que quedaba en la nevera. Bañaron al niño y se sentaron nuevamente en la mesa de desayuno a tomar café con aroma de canela. Cada una pensaba en silencio y ninguna se atrevía a revelar a la otra lo que estaba sintiendo o pensando. Que no tenían ningún plan. Las horas y los días pasaban y no podían estar encerradas con los teléfonos apagados soportando en silencio las próximas amenazas del licenciado. Afuera estaba lloviznando desde la madrugada. Un olor a humedad inundaba la casa y el encierro continuado no parecía una buena opción. El Dr. Ignacio no respondía las llamadas, pero se entendía: Él las había salvado de una feroz persecución y también él debía protegerse y protegerlas a ambas. No tener comunicación con ellas, era una opción.
Andrea rompió el hielo:
- Mira Jacinta yo creo que apenas escampe nosotros nos tenemos que ir. Pero a donde? No podemos regresar a Rio Blanco. Nos pueden encontrar.
- Yo creo que no podemos correr el riesgo de que a ti te encuentre o nos encuentren a las dos. Si tu te atreves a quedarte sola aca, yo puedo irme de regreso, fijarme el camino como se llega aca. Organizarme con Rosa, recoger algún dinero que Ustedes tienen que les apareció en la mudanza de la abuela y planificar mejor que ustedes se vayan a algún pueblo cercano. Cerca de aca esta Las Mariposas, más adelante El Elefante y bien lejos de aca esta El Cangrejo. A cualquiera se puede llegar y pasar unos días o hasta meses, bien escondido mientas las cosas se calman.
- Y tu crees que el desgraciado ese no nos vaya a buscar ? Dijo Jacinta, sorprendiéndome a sí misma de la forma en que se expresaba del licenciado.
- Bueno, pero es que acá no nos podemos quedar por siempre. Eso es una casa prestada y no nos podemos mover. ustedes pueden moverse a otro pueblo o ciudad y tu no estas obligada a volver con el licenciado. O es que tu quieres regresar con él ?
- Ni loca, prefiero muerta que regresarme a esa casa. Pero tampoco puedo regresar a casa de mi mamá porque me encuentran ni a tu casa tampoco.
- Bueno vamos a hacer así. Ya está escampando. Yo voy a salir de acá y tu esperas que regrese con tu mama o te llamemos por teléfono acá al de la casa. Yo creo que si ella trae dinero, conseguimos a alguien de confianza que nos lleve a las lleve ti y a Rosa a otro pueblo, el problema se alivia.
- Está bien, en nombre de Dios.
A la una de la tarde Jacinta y Andrea se despidieron con un fuerte y apresurado abrazo en la puerta trasera de la casa. Andrea se asomo por la ventana medio abierta y espero que su amiga desapareciera por el camino de tierra que le conduciría a la carretera de regreso a Rio Blanco.
Al cerrar la ventana una sensación de vacío la inundó. Abrazó al niño fuertemente, le besó su cabezota, le agarró las dos manitas entre sus manos, las beso y lo volvió a abrazar con una profunda ternura maternal. Al intentar separarse de el cuando le comenzaron a salir las lagrimas, se dio cuenta que el niño la estaba abrazando con fuerzas y se quedó tranquila, hasta que las lágrimas rodaran una a una por su mejilla y se secaran en su blusa, para que el niño no se diera cuenta de su sufrimiento y pesar.
Pasó la tarde completa y no sonó el teléfono de la casa. De vez en cuando Andrea abría la ventana de la casa y solo se percibía el campo húmedo y el cantar de los pájaros al caer la tarde. En la noche encendió el televisor a bajo volumen y colocó una serie infantil para que el niño se entretuviera. Estuvo caminando de un lado a otro de la casa sin saber qué hacer, hasta que decidió hacer limpieza para que se le pasara el tiempo. Preparo arroz con frijoles y comió con desgano.
Cuando el niño se durmió, decidió prender su teléfono y nuevamente encontró una cantidad de mensajes de textos del licenciado, entre amenazas y muestras de arrepentimiento. De los que más se repetían era recordando a Andrea que ella era menor de edad, que tenía su hijo secuestrado, que se iba a meter en problemas con la policía y que con el gobierno, que regresara a su casa, que él la amaba profundamente y que la estaba esperando.
Andrea, la niña, sonreía. Andrea, la mujer y madre, lloraba.
Luis Enrique Homes