Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XLIII – Bienvenida ”. Por Luis Enrique Homes
Jacinta accedió sin pensarlo a la propuesta del desconocido. Se pondría en sus manos a ciegas, a pesar de las historias que ya había escuchado sobre varios migrantes que habían sido secuestrados, mujeres violadas y desaparecidas en Matamoros y a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos. Tenía la sensación de que si se quedaba allí en las orillas del río, vería historias más tristes y escalofriantes. En particular, le había causado mucho impacto los dos jóvenes que intentaban cruzar el río en busca del sueño americano y casi se ahogan. No quería ver escenas similares de padres familias ahogándose efectivamente por salvar a sus hijos. O, como había escuchado en el bus que las condujo hasta allí, historias de hombres que habían sido tirados sin clemencia a la corriente del río, solo por el hecho de no querer o poder pagar la travesía del cruce.
Efectivamente, el río era propiedad de la maña, que se dividían la orilla entre ellos y reservaban espacios de trabajo para explotar a los migrantes. Ella había llegado ( o la habian traído) a esta orilla y el propietario de ese segmento de la orilla, era este hombre alto, en el que no quedaba más que poner su suerte y su destino.
El hombre le dijo que la acompañara a un sitio seguro. Al llegar a la casa oculta en medio de grandes árboles, había otras personas allí, Todas estaban sentadas en una sala como si estuvieran a la espera de una consulta médica. Les daban un plato de sopa caliente, arroz con frijoles o tacos. Al menos el menú era variado, pensó Jacinta. Les dijeron que cuando terminaran de comer, podrían bañarse y acostarse en el otro espacio contiguo que tenía muchos colchones en el piso.
Jacinta que había desarrollado una mentalidad corporativa distorsionada producto de las actividades sospechosa en que la había estado envuelta, pensó por un momento en lo lucrativo de este negocio que es una mezcla de secuestro, trata de personas, contrabando y trafico de drogas. Ella decidió guardar el más profundo silencio, aunque tenía curiosidad por saber cuánto estaban pagando las demás personas por cruzar el río.
En un momento sintió mucho temor, porque se dio cuenta que había algunas personas conversaban entre ellos y enviaban mensajes de texto a familiares en Estados Unidos o en sus países de orígenes, para que les enviaran más dinero y poder pagar su liberación. Jacinta pensó que a ella podría pasarle lo mismo. Que le pidiean más dinero del pactado, pero sintió tranquilidad porque le había contado toda la travesía al desconocido y pues, a los dos le había parecido un precio “razonable” aunque no justo, el paso por el río.
En la mañana les dieron a todos huevos sancochados y un vaso de leche o café. “Al menor tengo la opcion de escoger entre la leche o el café” pensó en silencio. Una mujer lloraba, porque había mandado a su hijos de 12 años solo a los Estados Unidos, teniendo ella que quedarse secuestrada. No le alcanzaba el dinero y no sabía qué había pasado con él, mientras ella estaba allí secuestrada esperando que le enviaran dinero del rescate, para poder pasar con su hija de 7 años.
Una mujer joven encargada del tráfico de niños que se notaba tenía tiempo en el negocio, les decía con mucha paciencia que se calmara que ya su hijo había pasado a los Estados Unidos y que con seguridad estaban detenidos en las oficinas de inmigracion en Brownsville.
- Seguro que ya lo tienen en “La Hielera” y de allí lo pasan a un refugio. Ya lo demás es esperar que usted llegue y se lo entreguen a otro familiar allá – dijo con seguridad y firmeza la mujer, afirmando su especialista en la materia.
Jacinta, a pesar de no ser madre, no podía entender en qué consistia ese grado de consuelo que ofrecían : Que sus hijos estuvieran separados de sus madres y detenidos en Estados Unidos, mientras lograban unirse a otros familiares. Era la primera vez que ella escuchaba estas situaciones.
En la tarde el hombre se acercó a Jacinta y a dos mujeres. Una con dos niños de 10 y 12 años y otra que estaba sola. Les dijo, vámonos nosotros que el río está bajo. Se montaron en una camioneta doble cabina y salieron rumbo al río.
Luis Enrique Homes