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Serie Cuaresma. Capítulo V: «Jesús es Condenado a Muerte». Por Luis Homes

Jesús es Condenado a Muerte

Jesús es Condenado a Muerte

Lo que pasó ese día del juicio contra Jesús quedó en mi memoria como un episodio donde se mostraba la naturaleza del poder.  Y se mezclaba la injusticia, la impotencia, y la desnudez del populismo. La complacencia por encima de la justicia. El gobernador Pilatos vestía su toga larga imponente, celeste y marrón y mostraba su rostro arrogante, altivo,  mirando al pueblo de izquierda a derecha con desprecio.  

La multitud había llegado al Palacio gritando, desesperada por presenciar el próximo episodio.   Pilatos era el encargado de confirmar la sentencia del sanedrín, porque era una decisión que pondría fin a la vida del condenado. Mientras que ese hombre que se llamaba Jesús, estaba allí como si todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, no significara nada y no tuviera ninguna relación con él ni con su destino.

¡Qué elegancia la de Jesús frente a Pilatos! Él estaba allí parado,  erguido, con una profunda mirada humilde y compasiva para con el pueblo que le gritaban traidor, mentiroso, canalla. Pero él recibía esas palabras como si lo estuvieran alabando y ofreciendo bendiciones. A cambio de las ofensas, él ofrecía una mirada cristalina, simpática, como esa de los grandes hijos de Dios.  Y en el fondo de su corazón, les bendecía.  

Pilato escuchaba los gritos de la multitud cada vez más fuertes, ensordecedores. Levantó la mano para que el pueblo se callara por un momento y se acercó a Jesús diciéndole salomónicamente:  

– Ya escuchas lo que dicen de ti. No quiero repetírtelo. Yo solo quiera que me digas, si eres tu el rey de los judíos.  

Jesús sonrió y con una sencillez pasmosa, dijo:

  • ¡Tu lo has dicho!

– Y además, ¿qué tienes que decir de todo esto que estás escuchando?

Jesús levantó y bajo los hombros suavemente y permaneció en silencio, como queriendo expresar no tengo nada que decir. Nuevamente la sobriedad y profecía del silencio se impuso.  

La esposa de Pilatos se acercó a él y le murmuró:  

– Tu sabes que ese hombre es inocente. ¿No ves la paz y tranquilidad que refleja en su rostro?  ¡No le vayas a condenar por favor!  Estarías condenando a un inocente.

Pilatos quería mas ruido, mas bombas, mas platillos y no sabía cómo deshacerse de su mujer que con fuerza, le sostenía el brazo. Pero Pilatos se volteo al pueblo y dijo, dudando:  

– Este hombre parece inocente, no puedo condenarlo    

– Es culpable, es un blasfemo – gritaban unos.  

– Es un impostor, mentiroso, es un desgraciado, condenarlo es tu deber. –   gritaban otros

– Hay una oportunidad para perdonarlo. – Dijo Pilatos – Estamos a tiempo de perdonar culpables. Hay otro condenado que es el ladrón Barrabas a quien ustedes mismo también han condenado ya. Uno de ellos puede ser liberado y perdonado. ¿A quién queréis que perdone y libere hoy?    

– A Barrabas, A Barrabas, A Barrabas gritaron todos.  

– Bueno, hagan lo que ustedes quieran y les dé la gana con ese tal Jesús.  

Pilatos volteo a una bandeja de agua que tenía a su lado. Se lavó las manos con fuerza, como si tratara de desprenderse de un mugre.  Tomó una toalla, se secó las manos y se marchó a toda prisa.  La esposa de Pilatos, bajo la mirada avergonzada.

Allí seguía Jesús, sobrio, elegante, inmutable. Sin una pizca de temor y una paz que asombraba. Nada la perturbaba. Nada era con él. Todo su mundo era el mundo interior de la obediencia y el sacrificio. ¡El mundo exterior era un circo!    

Mi perrita Rosaura se escapó de mi control. Empezó a ladrar, primero con poca intensidad y luego cada vez más fuerte, queriendo opacar la voz del pueblo enfurecido que condenaba a un inocente. Rosaura salió corriendo a donde estaba Jesús y en dos patas se levantó delante de él para que Jesús la tomara en sus brazos.  Él se inclinó con ternura y levantó a Rosaura. Mi perrita alborotada, desesperada, le pasó su lengua por la cara y Jesús complacido, dejó que su besos y caricias refrescara su rostro.  

Fue la última sensación de frescura antes del camino doloroso de la Cruz. Las caricias y besos de mi perrita Rosaura.

Luis Homes  

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