Serie “Cuaresma” . Entrega II. «Jesús y Rosaura en el Huerto de los Olivos». Por Luis Homes
«Jesús y Rosaura en el Huerto de los Olivos»
Estaba cayendo la tarde. Yo dudaba salir de casa, en medio del calor sofocante del día, pero había prometido a mi madre que hoy sí le traería los olivos. A ella le encantaba preparar aceite de oliva y eso era parte de nuestro sustento en la Aldea de Getsemaní. “Tú solo tienes que recoger los olivos. Ni siquiera te pido que me ayudes con la preparación del aceite. No seas flojo. Anda ya.” fue su última súplica. Así que agarré los dos canastos y me fui al huerto. Rosaura, mi perrita me acompañó.
Al llegar al huerto no sabía por dónde empezar. El huerto es muy grande, demasiados árboles, unos muy antiguos, cerca de cien años. Mi madre tenía la teoría de que debía seleccionar los olivos con color entre verdes y morados. Estaban en proceso de maduración y era difícil encontrar esos frutos en medio de tantos árboles. Yo caminaba, observaba y seleccionaba los frutos y sentía que ninguno satisfacía el gusto de mi madre. De pronto sentí murmullos, un ruido de personas caminando y me asusté. Pensaba que eran forajidos o borrachos que merodeaban el lugar. Rosaura comenzó a latir y los hombres cambiaron de destino, sin vernos. Yo, curioso los seguí y abandoné la cesta de olivos, medio vacía.
Un hombre joven, flaco, barbudo y con vestimenta larga de campo, lideraba la caminata. Le seguían tres hombres que iban con gesto de fastidio y tedio tras de él. El líder habría caminos y buscaba un espacio para descansar, pero como vio que los demás se quedaban intencionalmente atrás, le hizo señas y le dijo espérenme acá, ya regreso. Los hombres, alegres de que el líder los dejara solos, se tiraron inmediatamente al piso, sacaron algo de comer entre sus bolsas, tomaron algo de vasijas y se quedaron profundamente dormidos bajo la sombra de los olivos. El hombre flaco y barbudo se retiró y se perdió en el monte. Yo intenté seguir con mi jornada de recoger olivos, pero Rosaura la perrita fue a donde estaban los hombres durmiendo y empezó a comer de los desperdicios.
Yo estaba en un dilema. Si llamaba a Rosaura en voz alta despertaría a los hombres, que posiblemente fueran forajidos. Si me acercaba a ellos, podría pasar lo mismo. Decidí recoger los olivos y esperar a que Rosaura regresara por sí sola. Los animales siempre vuelven a sus amos!. Pero algo inesperado pasó. El hombre, quien mucho tiempo después supe que era Jesús de Nazaret, regresó al grupo y los encontró dormidos. Visiblemente molesto les dijo;
– Les pedí que estuvieran despiertos, que oraran conmigo. Que me acompañaran en esta mi tristeza y desesperación tan grande. Por favor, les pido que sigan orando y no me abandonen. Voy a seguir orando. Hagan ustedes lo mismo
Los tres hombres, aun en el piso entre despiertos y dormidos, escucharon sin decir nada. La única que estaba atenta a lo que decía Jesús era mi perrita Rosaura. Jesús se volvió y se fue, se perdió entre los matorrales y Rosaura lo siguió alegre y contenta como si fuera su nuevo dueño. Los discípulos de Jesús – más tarde supe que su nombres eran Pedro, Juan y Santiago, – volvieron a acostarse en el césped y quedaron dormidos. Yo salí detrás de mi perrita Rosaura a ver si la podía rescatar.
La noche avanzaba remada por un viento extraño, con olor a tormento. La luna mostraba sus extremos puntiagudos que no podían abrazarse, en medio del cielo azul marino que se tornaba en gris. Jesús arrodillado con las manos en alto y mirando al horizonte rogaba:
“Padre de todos mis días y todas mis noches. Tu bien sabes lo que siento. Esto es una tristeza de muerte que no quiero sufrir ni vivir”
Jesús, en gesto agonizante, se ponía las manos en su cara bañada de sudor. De sus ojos color desierto, comenzaron a salirle pequeñas lágrimas rojas vino tinto, poco a poco, derramándose sobre su pecho.
Rosaura contemplaba la escena sentada junto al hombre agonizante. Su cabeza levantada hacia el cielo vestido de tristeza gris y sus ojos empapados de lágrimas solidarias, me hicieron llorar a mi también. Yo me arrodillé bajo un árbol de olivos y pedí al Dios de los cielos, también de mis días y mi noche, que escuchara esa plegaria desconocida que hacía Jesús en el huerto de los olivos. No sabia de que se trataba, pero me estaba partiendo el corazón y solo me inspiraba recogimiento y oración.
Jesús se levantó y con él, Rosaura. Volvieron a donde estaban los discípulos y los encontraron dormidos por segunda vez. Jesús, no molesto pero sí decepcionado le dijo que si todavía estaban dormidos y que porque no estaban orando como le había pedido. Los discípulos se levantaron asustados, pero Jesús no les dio tiempo para una respuesta, dio la espalda y se fue al mismo lugar de oración. Rosaura salió corriendo tras de él, no sin antes hacerle un gruñido a los tres discípulos dormilones.
Esta vez, acostado, colocando la frente sobre la tierra llena de hojas, sus manos en la cabeza y con la misma angustia, le oí decir en voz alta que retumbaba en eco:
“Padre amado, ya sé lo que me espera y estoy seguro que tú puedes evitarlo. Si tu quieres, aparta de mí este cáliz. Pero lo más importante no es lo que yo quiera, si no lo que quieras tú. Hágase por siempre tu voluntad”.
Rosaura dio un pequeño salto, se encaramó sobre la espalda de Jesús y comenzó a gemir primero y luego a llorar, mientras Jesús permaneció un largo rato en silencio, postrado en oración en el piso.
Jesús se levantó y fue donde sus discípulos y los encontró por tercera vez dormidos. Venía sereno, tranquilo, con la paz propia de la aceptación. Su rostro irradiaba luz. Su vestimenta estaba limpia, su cara fresca. Era ya cerca de la medianoche. Les dijo:
Ya Basta. Levántense que se acerca la hora
De pronto se sintió un ruido extraño entre los árboles y matorrales. Muchos hombres aparecieron armados de lanzas, palos. Mi perra Rosaura empezó a latir fuertemente e intentó morder a uno de ellos, pero este le dio una patada y la lanzó varios metros. Otros hombres le tiraron piedras y palos y Rosaura salió corriendo a mi búsqueda, desesperada.
El grupo de asaltantes cercó a Jesus para que no escapara, El no opuso ninguna resistencia. Uno de los hombres, que no venía armado y con cara de pícaro, se acercó a Jesus y lo beso en la mejilla. Allí lo detuvieron y se lo llevaron del monte de los olivos.
Ya era casi la media noche. Yo regresé a mi casa con las cestas vacías y sin olivos. Mi madre preocupada por la hora, me pregunto que paso. Le comente este relato, pero no me lo creyó. Me regañó, me llamó mentiroso y me mandó a dormir. Sólo muchos siglos después, cuando ella leyó el evangelio de Mateo ( Cap 26, 36 – 55) supo que Rosaura y yo habíamos estado allí.
¡Y que yo no era un muchacho desobediente que se negaba a recoger sus olivos!
Luis Homes
4 Comentarios
luis homes
Muchas Gracias por tus comentarios Yulisma, Eso se llama sensibilidad mi estimada Amiga. Espero puedas seguir disfrutando de las proximas entregas. Por cierto, me encanto tu relato sobre la abuela y las experiencias vividas en el campo. Pensaba que los jovenes de hoy es posible que no hayan visto una gallina, un cabrito, una vaca, un caballo y mucho menos un huerto de plantas como la que nosotros vimos. Esa experiencia vale oro y marca !
Rito Vázquez
Muy bueno
Samuel Weir
Una historia rica en referentes religiosos
Julyrma
Alucinante historia, poeta! También oré y lloré con ustedes a través de sus líneas! ????✨