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Serie RECUERDOS: «La Casa de la Tía Edilia (II)». Por Luis Homes

«De las columnas del patio colonial colgaban varios chinchorros y hamacas de Falcón, de Lara, del Zulia y de los Andes«

La Casa de la Tía Edilia (II)

Cosas mágicas y maravillosas pasaban en la casa de la Tía Edilia.  

Como comenté anteriormente, el patio era maravilloso y lleno de animales:  era realmente un zoológico doméstico porque incluía una pareja de pavo reales, una pereza y un par de monos bailarines. Además de que los pericos, siempre te saludaban con un cariño muy especial: “Buenos días pendejo” o “buenos días pendeja” con el pico altivo y las plumas verdes erizadas.    

Al caer la tarde y la noche, el patio era un observatorio espacial al aire libre. De las columnas del patio colonial colgaban varios chinchorros y hamacas de Falcón, de Lara, del Zulia y de los Andes.  De manera que allí había para escoger modelos, colores y tamaños de esas joyas venezolanas para echarse a descansar y quedarse dormido. A mí me gustaba siempre un chinchorro de la guajira occidental, grandísimo, decían que ese chinchorro guajiro era para parejas.    Y que los hijos que se engendraran allí salían siempre guajiros, porque el chinchorro tenía la cualidad de transmitir el ADN de la península. Yo no alcance a engendrar mis hijos allí. Al menos, que yo sepa. Pero ganas no me faltaron porque hacer el amor allí, ha debido ser una delicia.  

El chinchorro guajiro de mi preferencia estaba estratégicamente colgado de las columnas coloniales, para contemplar las maravillas del cielo, abrazado y fundido por la noche. Fue allí, desde ese chinchorro, que descubrí la maravillosa creación de las estrellas.  

Desde el patio de la Tía Edilia, las estrellas se apreciaban muy de cerca. Tanto, que casi se podían alcanzar con una escalera. Solamente que cuando yo me subía en la escalera a recogerlas, las estrellas se alejaban lentamente y nunca pude agarrar una en mis manos.  Fue allí cuando alguien me comentó que podría bajarlas con una china o una honda. Solo bastaba que yo tuviera la suficiente fuerza y puntería para pegar con una piedra a las estrellas.  Y que ellas caerían como pájaros heridos o frutas maduras al patio de la casa. Pues mira que lo intenté, y al cabo de muchos intentos logré tumbar algunas estrellas, pero el experimento no resultó agradable. Las estrellas caían como estallidos de vidrios y se esparcían por el patio como llorando. Así que tuve remordimiento durante un buen tiempo de mi juventud, porque por algún brevísimo tiempo, yo fui un aniquilador de dos o tres estrellas.  

Una noche yo estaba en el patio – observatorio contemplando la luna. Ella estaba inquieta. Su cuerpo en forma de chinchorro plateado quería abrazar sus dos extremos puntiagudos. Pero no podía.  De pronto cruzó el patio un muchacho joven, caminando con los ojos cerrados y murmurando palabras enredadas.  Era un joven alto, de pelo largo, caminaba con alpargatas y vestía pijamas.  Parecía estar dormido, pero su caminar era firme, como si conociera su destino. Cruzó todo el patio y salió por la puerta que da a un callejón y al poco tiempo regresó con su mismo ritual de procesión,  hasta que desapareció por la otra puerta. Quise seguirlo, pero Marta llegó corriendo de la cocina y me detuvo de un jalón por el brazo.    

  • – No se meta con ese muchacho Luisito – me dijo con voz firme
  • – Pero mire que va caminando dormido – dije mientras intentaba seguir al joven antes que desapareciera  
  • – Si, ese es Francisquito. Él es un sonámbulo y vive por acá  
  • – ¿Qué es eso? ¿Qué es un sonámbulo? – Pregunte curioso ante esa palabra tan rara.  
  • – Es la gente que camina sola, dormida. Así mismo como lo está viendo Luisito
  • – Ah, pero entonces hay que despertarlo, si no cómo va a llegar a su casa, Marta
  • – Ni se le ocurra despertarlo Luisito. Si alguien despierta a un sonámbulo, se vuelven locos los dos: ¡El sonámbulo y el que lo despierta! ¡Ni se le ocurra nunca hacer eso!

Eso lo aprendí en el patio de la Tía Edilia: Como contemplar una noche preñada de estrellas desde un chinchorro guajiro y cómo evitar que los amigos sonámbulos se vuelvan locos.  

Después les comentaré como y porque rezan el rosario las animas en penas. Eso también lo aprendí en la Casa de la Tía Edilia.

Así fue como descubrí lo que eran los “sonámbulos”. Ese muchacho Francisquito cruzaba en idas y venidas el patio de la Tía Edilia, en una procesión de sueños, murmuraciones y silencios. Mi esposa me ha dicho que a veces, yo hablo dormido. Yo le he pedido que cuando eso ocurra, por favor que me despierte. Pero que no haga absolutamente nada si además de hablar dormido, estoy caminando como un sonámbulo por la casa. Porque los dos nos volveríamos locos.  

Luis Homes

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