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Serie RECUERDOS: «La Casa de la Tía Edilia (III)». Por Luis Homes

«Caía la tarde y un olor a árboles humedecidos con abrazos de luna…» (Nick Dridan,Last Night, 2021)

La Casa de la Tía Edilia (III)

Caía la tarde y un olor a árboles humedecidos con abrazos de luna, inundaba el patio central. La noche se acercaba despacio, intermitente. Y era en ese momento de transición entre el día y la noche, entre la claridad y la penumbra, que a mis abuelas les encantaba rezar en la casa de la Tía Edilia. Ellas decían que era “a golpe de las siete” era el momento de dedicarse a la mecedoras y a las letanías.

Mis abuelas que eran hermanas entre sí, agarraba cada una cuerdita de colores y se ponían a murmurar en voz baja como para que nadie las oyera. “Empieza tu y después sigo yo”, decía una. “No, hoy te toca a vos empezar, porque yo empecé ayer”, le replicaba la otra y así entre discusiones sobre el calendario del rezo, comenzaban a moverse en las mecedoras repitiendo siempre las mismas oraciones, ya en voz alta: “Dios te salve maría llena de eres de gracia, el señor está contigo…”   y la otra: “Santa María Madre de Dios….” en un acoplamiento y sincronía acompañado por el compás perfecto de  las mecedoras.  

Yo me asomaba al patio a ver si alguna de mis abuelas se equivocaba en una parte de la ceremonia, o si las mecedoras cambiaban el ritmo de su baile, pero no. Todo estaba siempre perfecto. Tonalidad de voz, movimiento de las mecedoras, y mis dos abuelas hermanas al unísono despidiendo la tarde, con lo que después supe que era “un rosario”, una bellísima devoción y  espectáculo de fe en la casa de la tía Edilia que yo nunca quería perderme, así fuera a escondidas.  

El rezo del rosario fue encantando a muchas mujeres, incluyendo a la tía Edilia que en principio, no quería participar.   A veces se unía mi mamá. Otras veces las tías abuelas. Los martes y jueves se unían algunas vecinas y los fines de semana llegaban unas monjitas. Diez, doce, a veces quince mujeres en torno al rosario y a chocolate caliente.  Pero mis abuelas eran siempre las directoras del rosario, luego de la inicial discusión sobre quién había empezado ayer y a quien le tocaba hoy. Pero después de ese ritual de desajuste, todo era perfecto. Como ya la audiencia aumentaba, la tía Edilia ordenó comprar más mecedoras, porque: “El rosario, en esta casa, se reza en mecedoras”. Agregando con autoridad: “Y con chocolate caliente. Si no, no hay rosario”

Un día de tormenta el rosario tuvo un inesperado desarrollo, al menos para mí.  No llegaron todas las mujeres que acostumbraban a asistir y solo estaban mis dos abuelas, como al principio. Y pues ellas decidieron rezar a solas y así fue. Yo me acerque al patio para presenciar como siempre ese maravilloso espectáculo, pero si sorpresa fue que todas las mecedoras se estaban moviendo al ritmo del rezo, y no solo las dos mecedoras ocupadas por las abuelas. Yo retrocedí asustado y al poco tiempo, me volví a asomar arrimado a la pared y ratifiqué que todas las mecedoras se movían al ritmo del rezo. Le fui a avisar a mi mama lo que estaba pasando, y ella solo me dijo restando importancia, que era a mi imaginación, que seguro era el viento de la tormenta que hacía mover las mecedoras. Pero no, yo estoy seguro de que no era ningún viento, porque ya había pasado.  

El misterio fue creciendo para mí, en torno al rosario en la casa de la Tía Edilia. Si asistían cinco o seis mujeres y quedaban seis o siete mecedoras vacías, todas las mecedoras acompañaban y danzaban al ritmo del rosario.  Después se empezaron a escuchar voces de hombres en el rosario, y allí no asistían hombres, porque pareciera que el rosario no fuera cosas de machos. Entonces para mí ya era algo cerca de lo espantoso: Cinco o seis mujeres rezando en sus mecedoras, pero otras cuatro, cinco o seis mecedoras vacías danzando vacías  y dos o tres voces masculinas acompañando el rezo,  pero que no estaban allí. Pero todo pasaba de manera muy natural. A nadie parecía extrañar lo que estaba sucediendo, salvo a mí.

Yo fui un día corriendo a comentárselo a Marta, la eterna señora de la cocina encargada además del chocolate caliente.  Yo sabía que ella si me escucharía, pero Marta me dijo con tanta franqueza y naturalidad. “Claro Luisito, es que “esas” que vienen al rosario son las ánimas del purgatorio” y a mí se me erizó todo el cuerpo ante tan despampanante expresión que jamás había escuchado: “Ánimas del purgatorio” Y para confirmar que todo era así de natural, agregó Marta: “Fíjate que cuando yo preparo el chocolate caliente, tengo que preparar para las tus abuelas, para las señoras y para las ánimas” Yo retrocedía asustado pero  ella cerró la conversación espontáneamente:  

“Si Luisito, a las ánimas del purgatorio les gusta el chocolate caliente”

Luis Homes

2 Comentarios

  • Alejandro

    Ese es el cotidiano Realismo Mágico que acompaña muchas tradiciones de fe en nuestros pueblos. Casualmente, ayer escuché decir «por cada Rosario que se reza se libera un alma del purgatorio», y hoy me consigo con esta historia.

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