Letras

Serie RECUERDOS: «La casa de la Tía Edilia». Por Luis Homes

«…soñar y disfrutar la casa colonial de ventanas azules»

La casa de la Tia Edilia

Era realmente hermoso llegar a la casa de la tía Edilia.  

Cuando llegábamos a visitarla, ella nos recibía bajo la inmensa puerta de madera con un cálido abrazo. Para todos tenía una bienvenida especial, una palabra de cariño maternal, un estímulo para soñar y disfrutar la casa colonial de ventanas azules. A mi me abrazaba y me decía “mi muchachito lindo, como has crecido. Cada vez te pareces mas a tu padre”, para que escuchara todo el mundo. Y luego me decía al oído, bien bajito: “Tengo algo especial para ti, en mi closet. Pero te lo doy cuando estemos solos” .  

Después del saludo La tía Edilia nos hacía pasar a todos al patio central y nos decía. “hagan lo que quieran, esta es su casa. Yo les voy a preparar un jugo de tamarindo” Y cada uno se dirigía al sitio de su preferencia. Mis abuelas iban a la cocina, a saludar a las señoras de servicio y a probar por adelantado el almuerzo. Mi madre iba al cuarto reservado para ellos. Mi padre prendía el televisor más grande del pueblo y revisaba la colección de  discos de pasta “Long Play”.  Y nosotros los muchachos, a correr por esos pasillos largos e iluminados, como buscando sorpresas, hasta llegar al patio lleno de árboles frutales en medio de perros, gatos, pericos, gallinas y hasta borregos recién traídos.  

Nosotros íbamos al pueblo con ocasión de bautizos, comuniones, fiestas patronales, cumpleaños o bodas. Pero yo disfrutaba más la estancia de la casa de la tía Edilia que la celebración familiar especial de turno. Yo exploraba cada habitación, cada rincón de la casa y descubría sus encantos y misterios. La tía me decía con un inusual cariño: Tu haz lo que te dé la gana en esta casa y eso contrastaba con la orden de mis padres: No vayas para allá. No te metas en ese cuarto. No estés corriendo y una larga lista de prohibiciones.  

Me gustaba entrar al cuarto matrimonial de mi tía y de mi tío Lucio, siempre desocupado y arreglado para cada día. Yo a mi tío Lucio no lo conocí, porque según la familia, había muerto mucho tiempo atrás. Mi tía había decidido dejar la alcoba como una pieza de museo en homenaje a su breve matrimonio y ella había dispuesto de otro cuarto para su eterna viudez.  

El cuarto de ellos, que para mi era de mi tío Lucio,  siempre olía a perfume fresco. Pareciera que alguien hubiera salido de allí recién bañado y afeitado, dejando ese aroma viril que yo anhelaba.  Yo quería ser, a mis once o doce años, ese hombre fuerte, elegante, bien parecido, con olor a Jean Marie Farine como parecía que olía mi Tío Lucio. Yo me miraba en el espejo grande del baño y veía a un hombre con sombrero, cada vez de un color y estilo diferente, trajeado, con corbatas hermosas. De allí me nació el gusto por las corbatas que aún conservo. Al lado del espejo había una mesita con artículos de afeitar. Brochas con base de maderas finas,  cerdas blancas, marrones y varias pastas de afeitar. A mi me gustaba acariciarme con las brochas, me daban cosquillas en la barba.  

Yo me preguntaba cómo mi tío Lucio, hombre de clase, parecía extranjero,  había escogido como mujer a mi tía Edilia, una mujer de pueblo pobre, de escaso metro y medio, flaquita y huesuda y sin mucho atractivo. El espejo entero del baño se reía con mis preguntas y dudas y el tío solo me hacía un gesto simpático de que no preguntes. ¡Calladito te ves mas bonito!  

Yo dedicaba buena parte del día a revisar las cosas de ese cuarto matrimonial. El closet estaba lleno de trajes sin uso que la tía enviaba de cuanto en cuanto a la tintorería de la ciudad más cercana. Allí había una colección de revistas de Mecánica Popular que me permiten revisar y del lado de mi tía, una pequeña colección de revistas pequeñas que mi mamá leía a escondidas. Mi tía decía que esa colección era para mi mamá, pero ella nunca se la entregaba.  

El tío Lucio tenía una colección de zapatos de muy variados colores y modelos. Pero lo que más me impresionaba era que eran de diferentes tamaños. La tía evitaba darme una explicación. Pero Marta, la cocinera, me dijo una vez:   “Es que al  señor Lucio se le agrandaban o se le achicaban los pies, cada vez que peleaba con Dona Edilia” Y luego de una pausa: “Eso sí Luisito, no le digas a nadie que yo te dije, porque me botan de acá y no tengo a donde ir”  Mi ilusión era que algún día me quedaran los zapatos impecables del Tío Lucio para yo usarlos,  porque mi tía me decía, que hiciera en su casa lo que me diera la gana.   Y los zapatos no podían ser una excepción.  

Yo quedaba agotado de revisar cada detalle del cuarto de Tío Lucio. Extenuado, me acostaba un rato en la cama King de sábanas azules hasta quedarme profundamente dormido. Solo me despertaban, al cabo de las horas, los ronquidos suaves e intermitentes del tío Lucio.  

(Continuará)  

Luis Homes

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