Microrelatos

«Rolineo Perozo». Por Enmanuel

Antiguo duende americano

Sucedían los días del año 1644 y en el caquetío Cantón de Casicure, un extraño personaje sin raza ni linaje, sin descendientes ni antepasados, aparecía y desaparecía por Caparárida, Zazárida y Piripí. De largos cabellos cobrizos, opacados por una mugre cenicienta, Rolineo Perozo se había convertido en una leyenda, un fantasma… una aparición.

Cuentan que caminaba saltando, una mezcla de conejo y saltamontes. Siempre descalzo y en harapos, calzones de fique y vainas de algarrobo, sombrero de nubes y sonrisa de utopía, Rolineo Perozo era una fábula andante que se mezclaba con españoles y caquetíos, haciéndose brisa y a veces huracán.

Piaches y Caciques lo tenían por deidad como hijo de la noche y el mediodía, nieto de las estrellas y los cometas. Aparecía y desaparecía a tenor de sus ganas, a voluntad del misterio.

Oidores y monjes lo sabían loco, polizón extraviado de alguna Nao ibérica. Mas cerca del animal que del hombre, derivación de demonios y sucubos.

Lo cierto fué que Rolineo Perozo desapareció un día entre Cayerúa y Jurijurebo, envuelto en una nube de sal y pájaros marinos. Su historia quedó perdida en cantos rituales que devoró el tiempo y en la última Ave María que Rodriguez de Romera elevó al cielo junto con la letanía: «¡Santo padre Benito, ruega por nosotros!».

Enmanuel

Las Turas

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