El libre albedrío. Por Enmanuel Camejo Zavala
El libre albedrío no es cosa fácil. Poseer la potestad o voluntad de tomar decisiones es un don o una condena, pero sin lugar a dudas propone una responsabilidad trascendental, es decir, crecemos o nos hundimos en cada acto personalísimo.
Desde haber influido en la expulsión del Paraíso Terrenal, cuando por decisión propia, Adán y Eva comieron de la fruta del árbol prohibido por el Dios creador (historia del Génesis judeo cristiano), hasta ser el primer bien (la libertad) que reprimen hegemones y dictadores para enquistarse en el poder y cometer sus fechorías, o hasta significar el acto que corona hechos heróicos y que ha forjado el carácter de próceres o mártires, el libre albedrío ha sido la piedra angular (o de derribo) en la historia del hombre desde su aparición en el planeta.
“Donde está el espíritu del Altísimo, hay libertad”, escribía Saulo de Tarso en su segunda carta al pueblo de Corinto, y es que pareciese que el paráclito divino impulsa y vela por la libertad del pensamiento, por el libre desempeño de cada hombre, por la capacidad humana de errar y corregir, de equivocarse y enmendar, pero nunca avala la represión, la manipulación de la consciencia, el dogma en contra de la libertad responsable.
La palabra Albedrío se deriva del latín Arbitrium y significa capacidad de juicio, discernimiento u opinión de cada uno. También significa libertad de actuar u opinar según el juicio y gusto de cada cual.
Allí está la clave, no somos piezas de un ajedrez de otro, no somos esclavos de amo alguno, ni siquiera fichas de estado o conscriptos de un régimen cualquiera, muchos menos el dudoso eufemismo de «seres predestinados». Somos libres para el triunfo o la derrota, aunque se empeñen en decir que solo somos máquinas biológicas programables con capacidad de pensamiento, o unos seres cualquiera con “una particular mitología de ideas” (a decir de Nietzsche).
El libre albedrío no conlleva la asunción de un pecado original o a una marca de nacimiento, nó. El hombre siempre tuvo opción: o fluía con la creación en un eterno paraíso o asumía las consecuencias del no fluir.
Termino esta breve reflexión citando al místico taoísta y emperador chino Huang Di:
«El libre albedrío es una cosa muy interesante. Éste puede llevar al alma a la caída en un abismo, o puede llevarla a las alturas increíbles. Todo depende de cómo uno lo usa.
El uso correcto del libre albedrío lleva a la vida impecable.
Existen tres etapas para dominar la impecabilidad:
La primera etapa, que debe ser dominada por el alma, implica aprender a vivir en el mundo celeste sin perturbar su belleza, armonía y equilibrio. Es la ética de las relaciones recíprocas con todos los seres encarnados y con todos otros elementos de la Creación.
Yo, como cualquier otro Avatar, narraba a las personas sobre las leyes por las cuales ellas deben guiarse, interactuando con el mundo circundante. Yo enseñaba, en primer lugar, la ética a las personas. Es necesario enseñar precisamente a las personas, porque las formas de vida inferiores casi nunca perturban la armonía del mundo. La inclinación a violar las leyes de Tao es peculiar para el hombre.
Un alma que fue capaz de comprender estas leyes intelectualmente, de absorberlas y edificar su vida de acuerdo con éstas, ha saltado la primera valla de la impecabilidad. Y Tao permite a tales almas, impecables en lo terrenal, adelantarse más.
En la segunda etapa, las personas que observan las leyes de la belleza deben convertirse a ellas mismas en la belleza. Ellas deben unirse con la belleza, volverse ésta. Por supuesto, no se trata de adornar el cuerpo, sino de transformar a uno mismo, como un alma, en la belleza. Esta etapa se domina a través del desarrollo psicoenergético, los métodos de la limpieza de los chakras y otras estructuras del organismo, y después a través del desarrollo de uno mismo como un corazón espiritual.
Puede haber muchas variaciones metodológicas aquí, pero la esencia es una: existe “lo Celestial”, que es Tao, y existe “la tierra”, el mundo material, y también existe un alma que debe abrir el Camino que lleva desde “la tierra” hacia “lo Celestial”, desde “yin” hacia “Yang”. Al final de este Camino, el alma se une con la Belleza de Tao y se vuelve Ésta.
La tercera etapa de la dominación de la impecabilidad implica que el alma, unida con Tao, aprenda a crear activamente la Belleza Suprema en la Tierra, derramando en el mundo con cada palabra, pensamiento o acto las Chispas de la Belleza desde el Océano Ilimitado de Tao«.
Que el Altísimo guíe nuestros pasos.
Enmanuel Camejo Zavala
2 Comentarios
admin
Así es María, fluyendo con el espíritu del Padre Altísimo, navegando los ríos interiores que nos conectan con la Pacha Mama… o simplemente respetando al resto de quienes cohabitan en el planeta, sin dejar de hacer y existir en libertad.
El libre Albedrío… hacer al otro lo que quieras que te haga, clave del equilibrio en la tierra.
Saludos
Maria
Dios nos dio esa capacidad, debemos pedir el discernimiento para saber actuar de acuerdo a su voluntad.. voluntad divina