«LA LUCIÉRNAGA». Julyrma Jiménez
LA LUCIÉRNAGA
Uno de los oficios que más he disfrutado ha sido el de pintora en el Taller Artesanal La Luciérnaga en la década de los 90, un emprendimiento maravilloso de Beatriz Rivera, Profesora de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda y Catalina Croizat, fundadora junto a su esposo León Croizat, del Jardín Xerófito de Coro en el estado Falcón. Todos ellos allende las nubes, como diría nostálgicamente mi amiga Belkys Rivera.
Siempre agradeceré a mi compañera de Los Cuentacuentos de La Casa Iris Quero, el haberme invitado y a Beatriz el recibirme en su casa, que era lo mismo que decir Taller Artesanal La Luciérnaga: taller de creación, reinvención y amor.
Al entrar al hogar de Beatriz, Ana Eva y Gabo (sus hijos), mis ojos se llenaron de los colores de unos banquitos de madera que estaban en la sala. La mayor parte de ellos era color madera, había también algunos negros, uno blanco y uno lila. En la cara superior de cada banquito, que era el asiento, había diferentes diseños: de flores sencillas, otras más complejas y el predominante era de dos burritos… hermosos todos! Cada banco llevaba la firma de su pintora y cada pintora podía crear y sugerir nuevos diseños aparte de los que originalmente aportaban Catalina Croizat y Beatriz Rivera.
Pasé la prueba y esa misma semana comencé a pintar. Empecé con diseños sencillos mientras «soltaba la muñeca», luego me atreví a más y Beatriz siempre me animaba. Yo observaba y hacía preguntas a mis colegas pintoras, de quienes aprendí bastante.
Un día, ví un banquito con unas jirafas: bellas jirafas, era un diseño de una de las compañeras que tenía dos niños: una hembra de unos dos años y un varón de tres años aproximadamente. Los niños vivieron buena parte de ese tiempo entre colores, pinceles, flores, burritos, jirafas… a veces se acercaban del otro lado de los banquitos viendo como pintábamos.
Este oficio abrió más mis sentidos, ahora observaba con más detenimiento las combinaciones de colores, sobre todo de la propia naturaleza.
En una ocasión, una cliente fue a ver los banquitos y le gustó uno que yo hice por algunos detalles que agregué, entonces dijo que quería uno de jirafas pintado por mi. Comencé a pintarlo y pensé que las jirafas podían llevar otros colores distintos a su color original, después de todo, era una reinvención, así que decidí pintar una color lila y otra rosada. A medida que yo pintaba, la autora del diseño que dibujaba en ese momento unos burritos, comentaba que me estaba saliendo del diseño original, que a nadie le iba a gustar ese banquito y que ¿dónde se había visto una jirafa rosada?!. «Espera a ver la de color lila», decía para mis adentros. Iba a contestarle que en mi imaginación cuando su hijo que jugaba con la hermanita correteando por el lugar pasó frente a nosotras, detuvo su carrera, se acercó al banco que yo pintaba y expresó con su cara llena de luz: ¡Dios mío, pero ¿qué animales tan hermosos son esos?!.
A veces, la mejor respuesta es nuestro silencio, lo aprendí ese día…
Julyrma Jiménez