Doctor Jekyll y el Señor Hyde. Por Enmanuel
Doctor Jekyll y el señor Hyde
Robert Louis Stevenson, a finales del siglo antepasado (1876), nos contaba la dualidad del ser humano durante el ejercicio individual de su existencia.
Doctor Jekyll y el Señor Hyde, era la fusión del hombre probo y el que desataba las amarras del deseo irrefrenable, dualidad perfectamente humana que nos caracteriza como especie.
Somos uno delante de quien nos interesa y otro cuando la pulsión arrebata. Y no la pulsión genética del animal, sino la pulsión del ego, del yo inmisericorde, del mal entronizado que nos invita a «ser como dioses».
Doctor Jekyll y el Señor Hyde somos cada vez que vemos a alguien en la calle y después de saludarlo con aparente cariño y cercanía, no bien ha dado la vuelta, desdecimos y denigramos de él.
Doctor Jekyll y el Señor Hyde, somos cuando cada noche en soledad, maquinamos como obtener «manzanas» de los «cardos», argumentando falacias y mentiras disfrazadas.
Doctor Jekyll y el Señor Hyde, somos cuando anteponemos nuestros deseos individuales al interés colectivo, enarbolando hipócritamente, banderas de igualdad y misericordia.
Para Stevenson, el señor Hyde era controlado con fármacos inhibitorios para el mal psiquiátrico que padecía el propio doctor Jekyll y que se automedicaba para desvanecer «el malvado espíritu» que lo acosaba. Finalmente nunca encontró una cura definitiva y decidió suicidarse (acaso particularmente asesinado por el señor Hyde).
Lo cierto es que más allá de esta fascinante y emblemática novela, el ser humano en pleno siglo XXI, sigue viviendo su mortal dualidad (en individual o en colectivo) reflejada en sus conferencias de paz a la vez que en sus llamados a la guerra; en sus utópicos discursos socialistas y en la opulencia grosera de los líderes discursantes; en el llamado de amor en los pulpitos y en las bendiciones a las tropas antes de ir a la guerra; en el abrazo aparentemente «fraterno» entre hermanos y en la discriminación real por razas, cultos, ideologías y diferencias económicas.
Quiera el Altísimo que no terminemos, como especie, en el particular suicidio-homicidio, de Doctor Jekyll y el Señor Hyde.
Enmanuel Camejo