Opinión

Por los ANCIANOS (parte 1). Por Miguel Alberto Zurita Sánchez


¡En mi época era distinto! ¡Cuándo en mis tiempos! ……..¡Frases que producen cierto prejuicio, en las generaciones más jóvenes, respecto a los ANCIANOS o Adultos Mayores!


Muchos ancianos o “adultos mayores” utilizan estas frases, con respecto a “sus tiempos”, en honor a la verdad, no son incorrectas, porque el tiempo deja el legado de la historia y cada época tiene su contexto socio-cultural determinado.
Acusados de no entender nada, relegados….marginados y hasta desechados, los ancianos o “adultos mayores” son ultrajados, en las sociedades occidentales, donde la juventud es un valor eternamente preciado. ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo se les pondera en otras culturas? ¿Por qué nos cuesta darles el lugar que se merecen?
“Catalina, cuenta que cuando era joven muchos le decían que, con habilidad para la síntesis, la redacción y oratoria, tenía que ser periodista, sin embargo ella eligió casarse a los 20 años. Cata, como le gusta que le llamen, critica los tiempos actuales: dice que hoy hay orgullo, egoísmo y falta de amor y solidaridad. Dice que en su época la relación y amistad entre vecinos era algo muy importante. Hace tiempo atrás, Cata tenía una tienda de quincallas y, una tarde de lluvias y tormenta eléctrica, un rayo cayó sobre su tienda, destruyéndola completamente, quedando sin nada. Sus vecinos se organizaron, como una familia unida, la ayudaron a salir adelante e incluso le llevaban comida a su casa”.
Cata cuenta con 77 años, para el momento de contar su historia, desde el tiempo de su tragedia a esta parte, han pasado más de 50 años y, ante la crítica de Cata, pregunto ¿Qué ocurrió en todo ese tiempo, para que los fundamentos y principios de las relaciones se deterioraran a tal extremo? ¿Por qué la solidaridad, el amor por el otro y el desprendimiento se fueron esfumando?
La forma de relacionarse sufrió grandes modificaciones, no solamente en los principales centros urbanos, sino también en los pueblos más apartados y, además del factor económico, muchos otros aspectos influyeron en la participación de las personas, en esas modificaciones, en los distintos campos sociales.
Hoy en día, hay un alto porcentaje de ciudadanos que realiza tareas solidarias, de forma individual y comunitaria, mientras que otros no lo hacen porque todavía no han encontrado el espacio donde concretarlas, no obstante, no vivimos la solidaridad como parte de un todo y eso, como consecuencia, nos afecta directamente nuestra manera de vivir y de relacionarnos con los demás. Las empresas más grandes tienen un sector específico destinado a la Responsabilidad Social Empresarial, la cual por cierto, no se trata de la creación o promoción de una cultura filantrópica; ni se pretende que las compañías se conviertan en organismos de beneficencia. Más bien, el papel que tendrían que asumir las organizaciones debería ser en favor del desarrollo sostenible, lo que significa un equilibrio entre crecimiento económico y el desarrollo social. Desgraciadamente nosotros nos manejamos igual, cada rol social tiene su tiempo y lugar, lo que hace que, de esa forma, se determinen tanto el espacio social y el tipo de relación que tenemos con los ancianos. Un ejemplo de esto lo podemos apreciar de la siguiente manera: la sensación de haber cumplido y la satisfacción, inclusive para muchos suficientes, que nos produce el hecho de ceder un asiento en un autobús, en el metro, en el transporte en general.
Sin embargo, en este caso vemos una acción social tradicional, pero no podemos hablar de una relación social, en cuanto a interacción, que nos permita vincularnos con el otro.
Las grandes modificaciones, acontecidas en las relaciones, en especial con los adultos mayores, no es meramente casual, pues se trata desde el significado del envejecimiento, el cual cambia y se complica de acuerdo con las variables de tipo cultural, social, económico, político, tecnológico, biológico, psicológico e institucional, que influyen en el concepto y en la consideración de lo que supone ser anciano, y que puede otorgar una valoración más o menos positiva. De manera que, al mirar la historia, los viejos han vivido una dualidad entre lo bueno y lo malo.

Envejecer no ha recibido la misma consideración a lo largo de nuestra historia, cada época ha marcado un antes y un después en la forma de asumir el envejecimiento. En nuestra sociedad occidental se han producido grandes cambios y la percepción sobre el envejecimiento, ha variado según cada época.
Sígueme y te darás cuenta de cómo la vejez puede vivirse de distintas maneras, según los valores que imperan en cada sociedad y cómo, ser anciano, ha ido variando con el paso de la historia, lo que hace necesario revisarlo y analizarlo desde la prehistoria, pasando por períodos como el egipcio, la sociedad helénica, incluso el Medioevo y el Renacimiento hasta llegar al Mundo Moderno y Contemporáneo. Durante todas estas etapas hay que tener en cuenta factores que son de gran relevancia para entender el valor que cada sociedad le otorga al anciano: disponibilidad de recursos en la sociedad; capacidad de transmisión de conocimiento; adaptación respecto al cambio social; proporción de individuos que conforman el grupo.
A lo largo de la historia, tampoco ha sido lo mismo envejecer para hombres que para mujeres, y hago alguna mención de ello, sin olvidar que apenas existen referencias, acerca de la mujer anciana, a lo largo de la historia en las distintas civilizaciones. Las mujeres, y en especial las ancianas, han sido excluidas y relegadas a un segundo plano, asumiendo básicamente, un papel destacado en el ámbito doméstico y familiar.

Deterioro


Etapas de la humanidad


Durante la prehistoria, el hombre tenía como principal objetivo la supervivencia, que se expresaba de manera más segura en una convivencia gregaria. En las sociedades primitivas la forma de convivencia era la tribu. Estas sociedades antiguas debían organizarse para sobrevivir, y su sistema productivo estaba basado en una economía de subsistencia básica, dirigida a la recolección y a la caza. La caza pertenecía a los hombres, mientras que la recolección era cosa de las mujeres, aunque recientes estudios antropológicos, han revelado que la mujer también cazaba, pescaba y hacía muchas otras cosas, obviadas hasta hace poco. Durante esta época las condiciones de vida eran precarias, había enfermedades, luchas tribales, etc. La adaptación al medio era complicada y, en pocas palabras, no existía vejez, puesto que la esperanza de vida era muy corta.
A quienes habían llegado a los 30 años se los relacionaba con algún evento divino y sobrenatural. Eran consideradas personas de gran sabiduría, transmisoras de conocimiento, esencial para la supervivencia del grupo. A los “afortunados”, que habían sobrevivido a la dureza de la prehistoria, se les asignaba funciones concretas, solían ser chamanes o brujos, y acostumbraban a ocupar los lugares más altos en la jerarquía social, además de ser referentes para los más jóvenes. De allí que en esta época, el ser viejo gozaba de una consideración de prestigio y gran poder e influencia. Se sabe, que el papel de la mujer fue fundamental para la supervivencia y la continuidad de la especie, así que mientras los hombres de mayor edad gozaban de prestigio y poder, lo mismo ocurría con las mujeres de mayor edad, que poseían una gran influencia en la sociedad primitiva, por ser transmisoras de su sabiduría y experiencia. El hombre prehistórico no hubiera sobrevivido sin la mujer, y viceversa.
Dejemos la prehistoria y remontémonos al tiempo de los egipcios, en esta etapa encontraremos más similitudes de lo que supone ser viejo hoy en día, ya que, en este tiempo, se encuentran los primeros textos que hacen referencia a la vejez, describiéndola como un período de debilidad, la disminución de la capacidad visual y auditiva, y el progresivo deterioro de las capacidades cognitivas y físicas en general. Pese a esto, el papel de la persona de avanzada edad, seguía gozando de un gran prestigio social, y representaba la sabiduría y el ejemplo de los más jóvenes. Por lo tanto, la consideración para con el anciano sigue siendo positiva, como en el anterior período. En cuanto a la mujer, se sabe que esta cumplía un rol diferenciado dentro de la sociedad egipcia y que no gozaba del mismo estatus que el hombre, pero sí que se consideraba un complemento. Existen referencias a la mujer en la literatura egipcia que la describen como frívola, caprichosa y poco fiable, a pesar de esto, si el concepto de ser viejo asociaba una connotación positiva y la mujer era vista como parte de todo ello, se puede pensar que ocupaban una buena posición en la sociedad.
En la Grecia antigua se sentaron las bases de nuestra sociedad Occidental, siendo allí donde se empieza a deteriorar el concepto de vejez, aunque se pueden encontrar distintas valoraciones. Los griegos fueron los grandes impulsores de la perfección, del culto al cuerpo y la belleza, el giro del mito al logo y la visión naturalista; la vejez y la muerte, por lo tanto, empiezan a ser temidas y son consideradas un castigo que impone la vida. Con esta percepción del mundo, y la importancia de la juventud y la perfección, no es difícil imaginar lo que suponía ser anciano, cuando el poder de decisión era cosa de la juventud. Pese a esto, las leyes de Atenas dejaban bien claro la importancia del respeto a los padres.
Durante el período del Rey Solón, se creó una institución aristocrática de ancianos, con poder de decisión, pero al llegar los demócratas, estos perdieron todas sus facultades políticas y judiciales. Pese a esto, seguía existiendo un concepto positivo del anciano como transmisor de sabiduría.
Esparta tuvo Senado, compuesto por 28 miembros de más de 60 años, a quienes se respetaba y admiraba por su sabiduría. Durante el período Helenístico, los ancianos tuvieron más oportunidades al tratarse de una sociedad más abierta y, además, que daba menor importancia a la edad. El papel de la mujer en esta época fue claramente más marcado como cuidadora doméstica de niños, ancianos y enfermos, y quedaban excluidas de cualquier participación en la vida pública. No gozaba de demasiado prestigio y poder, tomando sólo parte importante en la vida doméstica, al cuidado de los demás.
Los hebreos también nos legaron, a través del Antiguo Testamento, donde los relatos bíblicos hablan en Levítico sobre el respeto por los mayores e incluso el libro de Números, registra la creación de un consejo de 70 ancianos con funciones destacadas con gran poder de decisión en cuestiones religiosas y jurídicas. Luego, tras la institucionalización política, el Consejo de ancianos quedó en un segundo plano, al convertirse meramente en consejeros y portadores de sabiduría y experiencia, pero sin poder de decisión. Durante esta etapa, el ser viejo sufre distintos posicionamientos en función de los acontecimientos sociopolíticos; existe un período de connotación positiva y luego negativa con la pérdida de poder y autoridad. Seguiría cayendo sobre las mujeres el peso del cuidado de los ancianos y de la familia.
En Roma, encontramos por un lado una visión positiva del anciano; la sociedad romana le otorgó una gran autoridad, especialmente en el papel que cumplía dentro de la familia y como responsable de los esclavos, pero por otro lado también se produjeron sucesos por los cuales el anciano sufrió un desprestigio. Dado su poder en la toma de decisiones, fue visto como una autoridad amenazante, incluso en ocasiones odiada y temida.
Durante la República, se delegó el poder político a los hombres de avanzada edad, pero en el siglo I a.C o “siglo Imperial”, los valores predominantes en la sociedad romana sufrieron un cambio y los ancianos, que habían gozado de tanto poder de decisión, dentro y fuera de la familia, sufrieron un declive y fueron menospreciados. Aunque no fue un sentimiento extendido en su conjunto, puesto que la sociedad romana se caracterizaba por la tolerancia, el poder de adaptación social y porque juzgaban a la persona individual y no al colectivo.
Durante los primeros años del cristianismo, los ancianos continuaron gozando de cierto poder y respeto, pero en el s. V otro cambio afectaría a la visión que se tenía sobre la vejez, y los ancianos entran en declive y la vejez empieza a verse de nuevo de manera negativa y pasa a formar parte de una etapa de la vida que la sociedad rechaza. El cristianismo no otorga un buen papel al anciano, pero en cambio logra transmitir una gran preocupación por su cuidado. Sin embargo, la mujer vieja y además sola, era rechazada socialmente.
En la Edad Media el papel del anciano no mejoró ya que se trataba de una sociedad que le otorgaba gran importancia a la fuerza física, y de ello se desprende que el anciano no ocupara nunca una buena posición ni prestigio. El anciano es básicamente considerado un débil, y por lo tanto la Iglesia lo posicionó entre los enfermos y desvalidos. Por otro lado, las personas de avanzada edad tenían la posibilidad de formar parte del colectivo eclesiástico, y retirarse en un monasterio, ajenos a la brutalidad de la época. Este período se caracteriza también por la protección de la familia a sus ancianos, que aseguraba su supervivencia. Existía una marcada diferencia social entre la persona mayor de la clase campesina y el anciano noble protegido en el castillo o bien en el monasterio, si se lo podía costear.
Los años posteriores la aparición de la peste bubónica, aunque parezca inverosímil, favorecieron al anciano, dado que aunque la peste afectó a todo el mundo, fue especialmente terrible para los niños y adultos jóvenes. Hubo una disminución considerable de la población, pero en cambio esto contribuyó al aumento del envejecimiento de la población, y los ancianos se convirtieron de nuevo en cabezas de familia, tras faltar sus hijos y, por consiguiente, volvieron a ganar estatus social, político y económico.
Se encuentra en este período, una gran diferencia entre hombre anciano y mujer anciana, en la obra, “Montaillou, una aldea occitana” del historiador francés Le Roy Ladurie, podemos hallar un ejemplo: “Por un lado, los ancianos de esta comunidad no tienen una buena situación. El jefe de la casa familiar es el hijo y el trato que de él reciben sus ancianos padres es bastante tiránico y éstos no osan realizar cosa alguna sin consultarle. Por otro lado, la vejez de las mujeres no es igual a la de los hombres. La mujer montailonesa, oprimida como joven esposa, luego amada por sus hijos al llegar a la vejez y respetada como matriarca” (Le Roy Ladurie, 1975).

El Renacimiento, lo peor que pudo pasar

El Renacimiento puede considerarse la peor etapa para la vejez, debido a que Europa Occidental, se sintió atraída por el legado que nos dejó la Grecia Antigua, y esa influencia quedaba patentada en el arte y en las letras, en los que los valores que imperaban eran la juventud, la belleza y la perfección, y por el contrario, el rechazo a la fealdad, la imperfección y naturalmente a la vejez. A todo esto hay que añadir una recuperación de la población tras la peste, y las personas viejas o ancianas, vuelven a ser relegadas por la juventud. Para colmo, por primera vez, aparece la imprenta y la memoria oral, perteneciente a los mayores, deja de ser imprescindible. La mujer vieja será representada en el arte de la época con exageradas expresiones de fealdad y arrugas.

Historia Añeja

Voy a hacer un corte, para no hacer demasiado este artículo, en la próxima entrega, dedicaré el enfoque exclusivamente al mundo moderno y la actualidad.
Como hemos podido ver, hasta aquí, los prejuicios de las generaciones jóvenes de Occidente, con respecto a las personas mayores, tiene su inicio y asidero en la Antigua Grecia, lo curioso es que la cultura de ese tiempo, fue forjada por gente adulta de avanzada edad, nada más y nada menos, que por los conocidos siete sabios de Grecia, Cleóbulo de Lindos 70 años, Solón de Atenas 80 años, Quilón de Esparta 80 años, Bías de Priene 70 o 75 años, Tales de Mileto 76 años, Pítaco de Mitilene más de 70 años y Periandro más de 60 años. Además de que todo parece indicar que son una especie “ciclos” que se cumplen, con el paso de los años, aun cuando esos “ciclos”, no se cumplen de una forma periódica y específica cada cierta cantidad de siglos.

Mi opinión


Si la historia no miente, podemos decir que, a groso modo y sin muchos detalles, conocemos el porqué del antagonismo, rechazo o relegamiento, de la juventud, en muchos casos, para con los adultos mayores, lo cual no se justifica de ninguna manera, aunque la historia así lo evidencie.
Afortunadamente, en muchos países de Latinoamérica, el respeto por el adulto mayor, aún se conserva, no sé si porque somos así genéticamente o porque somos simplemente unas tribus, a las que ciertos conocimientos y acceso a ciencias, tecnologías e información, no les ha cambiado del todo.
A pesar del predominio de raíces culturales ligadas al Viejo Continente, en Latinoamérica, aún existen pueblos precolombinos que continúan asignándole un valor y una función especial al anciano, tal es el caso de la comunidad Maya, que aún respeta a los viejos y poseen una institución llamada “la cofradía”, una especie de consejo de ancianos y ancianas que actúan de mediadores con el gobierno oficial; organizan las principales festividades y aconsejan al pueblo.
Se escuchan buenos comentarios, referentes al trato, que los ciudadanos Latinoamericanos, damos a nuestros adultos mayores, pero eso no les garantiza, en nada, su bienestar y subsistencia, de una forma digna y merecida, sobre todo cuando son seres humanos, que entregaron buena parte de su vida, en el forjado y construcción de sociedades más civilizadas.
Es menester del estado, crear condiciones confiables, desde todo punto de vista, que generen las estructuras necesarias y adecuadas, por lo menos en las áreas de seguridad salarial, salud, capacidades personales y ambiente social favorable, para que los adultos mayores dejen de ser vistos como un ser del pasado, que ya no está de moda, dejen de ser considerados como una carga, permanezcan independientes y sigan siendo productivos y puedan reinsertarse en el entorno y sistema donde habitan, logrando con esto un importante incremento en sus expectativas de vida.


Frases para reflexionar

“Yo nunca seré viejo, porque para mí ser viejo es siempre tener diez años más de los que tengo”. Bernard Baruch
“En la vejez no nos deben preocupar las arrugas del rostro, sino las del cerebro”. Ramón y Cajal
“Saber envejecer es la mayor de las sabidurías y uno de los más difíciles capítulos del gran arte de vivir”. Enrique Federico Amiel
“Y si fuego es lo que arde en los ojos de los jóvenes, luz es lo que vemos en los ojos del anciano”. Víctor Hugo
“Si, por falta de uso, una mente se vuelve torpe en la vejez, la culpa es tan solo de su dueño”
Samuel Johnson

Me despido con una frase de Charles-Augustin Sainte-Beuve, quien fue un influyente y controvertido crítico literario y escritor. Convencido de que la obra de todo autor era un reflejo de su vida, concebía la labor del crítico como la búsqueda de la intención poética del mismo.


Miguel Alberto Zurita Sánchez. ¡No Más MGF´S! Coro 15 / 04 / 2.020.

«Años» Pablo Milanés y Luis Peña

4 Comentarios

  • Torcuato da Luca Tena

    «La vejez está a la vuelta de cualquier esquina, allí donde uno menos se imagina…» Alberto Cortez
    Buen artículo ingeniero.
    Saludos

    • TuMónica L Márquez C

      Hablar de la ancianidad y del envejecimiento es tan acertado en estos tiempos!
      No puedo esperar para la siguiente entrega de este análisis
      Gracias además de acompañamiento de Pablo Milanés con «Años»
      El tiempo pasa….
      La terrible armonía que pone viejos a los corazones…triste pero es cierto

    • Miguel Alberto Zurita Sánchez

      ¡Con todo respeto querida Mónica, te adelanto dos citas de uno de mis maestros y una mía!.

      “La gente es todo lo vieja que quiera ser. He visto algunas muchachas con 20 años y estar totalmente envejecidas, por el contrario, conozco a una muchachita con 83 años, Teresa de Calcuta, que nos enseña a vivir todos los días”. Facundo Cabral

      “Un marinero le dijo a mi abuelo: “Si me das cuatro hierros te construyo un barco.” Y mi abuelo le respondió: “Si tú me das a tu hermana, te hago la tripulación.” Facundo Cabral

      “El corazón nunca se arruga, el corazón no envejece”. Yo
      ¡Gracias, por estar ahí!