Letras

Cuando ya no esté. Reconocerás mi sombra (Sexta parte) por Luis Homes

«Tomó dos vasos de agua, se cambió la ropa…»

VI

Fernandez llegó a su apartamento con sed. Tomó dos vasos de agua, se cambió la ropa y se acostó en su cama, mirando al techo. No quiso pensar en nada. Cerró los ojos y puso su mente en blanco. El espacio vacío y en tonalidades claras, inundó su cerebro entrenado para el descanso. De pronto, comenzó a escuchar el piano que servía de fondo en el restaurant. La imagen de una Virginia segura, seria y profunda en la conversación, se sentía flotando en el ambiente. Que pasara ahora? Fue un relámpago que interrumpio el descanso de colores tenues. Pero no importa. Pase lo que pase, yo seguire con mi plan. Y pensó que en la mañana temprano llamaría al teléfono que le había facilitado Otilio. Fernandez no era creyente, pero en medio su primer sueño, se escuchó decirse a sí mismo: “Que sea lo que Dios quiera con esta mujer” y se rindió en sueños sin contenido.

Al llegar a su apartamento, Virginia escuchó música, encendió un cigarrillo y se sirvió una copa grande con Sambuca, para acelerar la digestión de la deliciosa pasta con champinones que había cenado. Puso dos granos de café en la copa de sambuca y la flameó con un fósforo recién encendido. Pensó en ese momento en su exmarido y en Fernandez, los dos hombres que ocupaban su pensamiento. Tomo en sorbos lentos la copa de sambuca y fue mordiendo uno a uno, cada grano de café tostado con sabor dulce, hasta triturarlos en pedazos diminutos. A pesar de que los granos venian de la misma copa, el sabor era completamente diferente.

Virginia fijó su mirada en el fuego azul claro que salía del licor cristalino y en los granos de café que se movían como en un nado sincronizado, tostando poco a poco. No le gustó la imagen de dos hombres quemándose en sus manos. Así que soplo lentamente la copa, pero el fuego seguía allí, lento pero firme. Se embelesaba en ese azul con patas amarillas que despegaba la copa de sambuca. Y pensó, todo cambia, todo cambia.

Virginia volteo la mirada a la ventana de su apartamento y vio sobre la calle la sombra de un hombre que hablaba por teléfono. Era una sombra color café, fugaz, danzando sobre la media noche, y acompañando la luna llena. Contraste de luces, colores y sabores la llevaron a recostarse lentamente en el sillón de cuero. Al poco tiempo se quedó profundamente dormida. Un sueño lleno de sombras y con aroma de café.

Fernandez se despertó ansioso. Observo el reloj y eran las cinco y media de la media de la madrugada. Respiro tres, cuatro, cinco veces de manera profunda, buscando relajarse, hasta que lo consiguió. Más tranquilo se dispuso a buscar el teléfono que le había dado Otilio. Llamó al número indicado, acostado aún sobre su cama. En sus primeros tres intentos, con intervalos de diez o quince minutos, la llamada caía sobre un mensaje de voz vibrante y potente del Vallenatero Jorge Villalon, con su canción “Cuanto me amas tu”: Si no me quieres nada, decime y me pierdo…Si me quieres un poquito, el doble te quiero. Y cuando arrancaba el acordeón, la llamada se cortaba. Fernandez no conocía la canción, pero le impactó el contenido de la letra y la firmeza de la voz. Decidió llamar por última vez para tomar nota de la letra. Así que buscó apresuradamente su libreta y un bolígrafo y volvió a llamar, listo para tomar notas de las letras iniciales de “Cuanto me amas tu”.

Pero esta vez, respondió una voz masculina, gruesa y determinante a hablar:

• Buenos días a la orden

Fernández sorprendido quiso colgar la llamada, pero en un instante se decidió a continuar la decisiva llamada.

Luis Homes

3 Comentarios

  • Maruja Bodingthon

    Venezuela fue un país de promesas, lamentablemente no se parece a la que visité en 1983. Ahora no sabría opinar. Me encanta su forma de escribir, espero cada semana un nuevo capítulo. Saludos