Letras

FESTIVAL DE NARRADORES. Por JULYRMA JIMÉNEZ

«La ciudad se pobló de narradores de todas partes…»

FESTIVAL DE NARRADORES

Mención Honorífica en el Concurso de Cuentos de la UNEFM 2008.

(Dedicado a los Cuentacuentos de la Casa, donde sea que se encuentren.)

La ciudad se pobló de narradores de todas partes, cada uno de ellos con sus propias
características y estilos, con extraordinarios
deseos de participar y compartir su arte: el arte
de la palabra y el gesto.

Ermágora llegó con su tinaja del barro de las
orillas del Río Portuguesa, ella decía que en esa tinaja podían mirarse los atardeceres del llano guariqueño y un hombre galopando en la
sabana, al cinto la totuma y el mandador.

Eleuterio venía de más allá, de donde la brisa se devuelve y donde el río baja hacia arriba y sube hacia abajo en vaivenes de pirañas, babos y toninas.

Pascuale no parecía narrador por su silencio, pero una vez que levantaba la mirada
enmudecía a la gente y en un ir y venir de su
fisonomía italiana se veía capturado en la pupila
de los espectadores, prestos a oír sus historias de las góndolas, de amor y desamor.

Valdiviez era un cuentacuentos cubano
enamoradizo y de gran flexibilidad física. Cuentan que muchas veces dejó espectáculos a la mitad por ir detrás de una muchacha y que en esos momentos era cuando hacía gala de sus
habilidades gimnásticas.

Otto no era propiamente un narrador oral, sino un muñequero, el Muñequero de
Maracaibo, y personalmente vi cómo cobraban vida en sus manos y su relato, una pila alcalina, una piedra y cualquier objeto de apariencia inánime.

Un cuentero colombiano se apoyaba en un
extraño bastón tallado en madera con puño de
cabeza de águila, cuyos ojos se decía centelleaban en los momentos clímax de cada cuento narrado.

Graciela parecía salida de un libro de cuentos. A cada gesto que hacía dibujaba un crepúsculo larense y cuando contaba cuentos podían verse los personajes de las historias junto a ella.

El Caimán de Sanare, que no era precisamente un caimán, contaba los cuentos más bellos del mundo; con su gracia y estilo de Cuentero Popular hacía vivir al público de tal forma sus relatos que todos se quedaban en sus asientos esperando más. Alguien decía a
modo de broma:

_ Un día de estos, un día de estos, ¡nos va a comer el Caimán!.

Alrededor de sesenta cuentacuentos se presentaron en el Festival de Narradores, aún nadie se explica cómo hicieron los Cuentacuentos de la Casa para llevar los médanos a Lara, más aún, cuando hicieron una
casa con sus cuerpos en pleno escenario y
elevaron volantines en un espacio cerrado y sin brisa. El Caimán de Sanare les llamó ese día «los muchachos que vuelan soles de colores».

El último en presentarse fue el «Pequeño
Narrador», un niño de siete años a lo sumo con
los ojos llenos de destellos y el cabello de
Atahualpa. Había ensayado alrededor de
cincuenta veces, contaría un solo cuento cuya estructura dominaba a la perfección, así que todo saldría bien. Sorprendentemente al ser anunciado y presentarse frente a las mil quinientas personas asistentes, el niño
enmudeció y se inmovilizó. El público no dejaba de mirarlo, el moderador trataba de animarlo, los otros narradores hacían gestos de apoyo. El silencio se adueñó del espacio durante cinco minutos exactos. De pronto, un aplauso, dos, tres… mil quinientos… El pequeño narrador seguía inmóvil.

Ante el asombro de todos, un cardenal coriano atravesó el espacio, se posó en el pecho del niño y empezó a latir. A ese latido se unieron los de todos los presentes: mil quinientas un personas latiendo, viviendo, queriendo…

JULYRMA JIMÉNEZ

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