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Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “VIII. La Construcción». Por Luis Enrique Homes

Diez de la mañana

El Domingo en la tarde de esa semana llegaron dos camiones a la casa – sastrería de Dona Petra. Dieron la vuelta a la cuadra y se estacionaron frente al portón del patio de la casa. Venían cargados de bloques, cemento, cabillas, material de construcción y bolsas de arena. Tocaron la corneta de manera tan estrepitosa y escandalosa, que Rosa salió de la casa del lado a ver qué pasaba. Uno de los choferes le dijo desde el camión: “Venimos de parte del licenciado que nos mandó a dejar los camiones aca en el patio.” “Sera que están equivocados de solar? Yo no mandé a pedir nada para esa casa.” dijo Rosa desde la ventana “No señora, él nos dijo que esto era para la Sastrería de Doña Petra, que dejáramos los camiones aca en el solar”

Rosa hizo varios intentos de llamar al Licenciado por teléfono, pero no respondió. También hicieron lo mismo los choferes y tras dos horas de intentos, los choferes se acercaron a la ventana principal de la casa de Rosa y le dijeron: “ Mire señora o nos abre el portón del solar o dejamos los camiones varados allí en la avenida y usted se responsabiliza por ellos. El trabajo de nosotros es traer el material hasta acá y no queremos tener problemas con el licenciado. El no responde el teléfono los domingos porque es el día que él dedica a sus familias”.

Sin ninguna otra opción, Rosa envio a Andrea a que abriera el portón del patio, entraron los camiones. Andrea se regresó a su casa sin entender lo que estaba pasando, con la llave de los dos camiones bailando en sus manos. Antes de entrar, volvió la mirada a la sastrería de la abuela y la inundó una sensación de que esa casa, ya no estaría allí. Con la caída de la tarde los dos camiones repletos de material, se fueron de inundando de sombras, reflejando sobre el patio un edificio de dos pisos que ya el licenciado había diseñado.

El lunes bien temprano en la mañana frente al portón del patio de la casa sastrería de Dona Petra, amanecieron cerca de diez trabajadores. Alguien tocó con firmeza la puerta de la casa de Rosa y apenas ella se asomó por la ventana, vio al licenciado con unas carpetas y unos planos y le dijo buenos días querida suegra, avíseme si la desperté o si no, pasó más tarde. Rosa le dijo espérese un momento que al menos pueda peinarme y lavarme la cara. Y a los cinco minutos ya estaban tomando los dos, café con canela y analizando unos planos sobre la mesa, en una una reunión que duró cerca de dos horas.

“Mire estoy es lo que yo quiero hacer. Acá donde está la sastrería yo pienso poner mi oficina. Pero como necesito más espacio, pues voy a tumbar los dos cuartos esos viejos que están atrás del salón principal y solo voy a dejar el baño y la cocina. Y entonces aquí va a haber un salón de reuniones y una oficina pequeña para que Andrea siga su trabajo conmigo. Acá en la entrada cabe una área de recepción” Señalaba el licenciado con un lápiz Mongol, en diferentes puntos del plano. Y pues, como ya la primera planta está completa, tengo que hacer una segunda planta para la casa de Andrea”. Y sacó otro plano.

Como un experimentado maestro de obras, el licenciado continuaba entre sorbos de cafe: “Y pues, esto sería así. Se entra por las escaleras, que son dos: Una por la parte posterior que llega a la cocina y otro por la parte delantera que llega a la sala. Acá estaría el cuarto principal de Andrea y mío, con su buen baño. Acá el cuarto de mi hijo también con su baño. Acá un cuarto de huéspedes con su baño. Acá un área para televisión o juegos. Acá el comedor y acá la cocina con área de lavandería. Imagínese acá hay 200 metros cuadrados y abajo también. Y además, queda patio para estacionamiento de visitantes y clientes. Pues mire, de una sastrería que se está cayendo, sacamos un edificio de dos pisos. ¿Como le parece?”

A Rosa no le gusto eso de la sastrería que se estaba cayendo, así fuera verdad. Mucho menos que demolieran la casa sastrería donde vivía su mamá, con todos sus recuerdos. Como adivinando su pensamiento, el licenciado le dijo: “Como hay tantas cosas viejas y que no sirven en la sastrería, yo le voy a hacer acá en su patio un depósito para que guarde todas esas cosas viejas y vea a ver qué hace con ellas. Claro, poco a poco. Yo en eso no me voy a meter.”

Rosa sintió que le dio un escalofrío en la cabeza y que el cuerpo se le comenzaba a paralizar. Al recordarse del ataque de las estatuas que le daba a su hija, se levantó violentamente antes que se le entumecieran las piernas. Se preparó un café doble sin azúcar y le dijo al licenciado bueno déjeme pensar. El reloj marcaba las 10 de la mañana.

“Claro con mucho gusto. Yo paso a las en la tarde. Tómese su tiempo” le dijo a Rosa y salió de la casa casi corriendo, como apurado para hacer algo en lo que estaba atrasado.

Luis Enrique Homes

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