Letras

Por allí está el Licenciado (Relato de Migrantes en Serie): “XI. La Cita”. Por Luis Enrique Homes

Andrea

En camino al negocio de Don Julio, Andrea iba pensando que ya el el príncipe azul no la sorprendía en medio de la calle, ni le enviaba mensajes ni regalos sorpresas con sus guardaespaldas. Nada que decir de las flores, que eran ya un recuerdo. A pocas cuadras de la casa se consiguió a Ignacio, el estudiante más brillante, más buenmozo y más apetecido de toda la escuela y que en algún momento, estuvo muy interesado por ella. Pero el abandono de las clases por parte de Andrea, interrumpió el contacto diario..
Ignacio la abrazó con dulzura, le preguntó cómo estaba, le pidió su número de teléfono y le dijo que le caían muy bien los kilos de más “porque te ves muy hermosa y guapa”. Andrea se enrojeció y sin querer, metió su barriga para ocultar el fruto de sus amoríos. Decidieron acompañarse en el camino. Fue una buena ocasión para ponerse al día con las cosas de la escuela. El profesor que se enamoró de la secretaría y se fueron a vivir juntos. La profesora de química que siempre repetía la misma lección al revés y al derecho. El director que siempre estaba enfermo y la misteriosa administradora de la cafetería que se quedaba hasta altas horas de la noche dentro de la escuela, sin que nadie supiera que estaba haciendo.
Como la conversación estaba amena y entretenida, a propósito, hicieron el camino lento. Casi una hora después, Andrea llegaba a su destino. Cansada de caminar por el peso de su barriga llegó al negocio, toco la puerta y le abrió el licenciado. Alcanzó a ver de lejos a Ignacio, quien le pareció familiar. Arrugó la frente, se quitó el sombrero y entró. “Oiga mija y como viene de sudada. Pase y métase a pegarse un buen baño, allá al fondo. Y ahórrese el trabajo de vestirse. Me espera allí en la cama que tengo que hacer unas llamadas”, dijo mientras se volvía a asomar a la puerta para asegurarse que el joven Ignacio no estaba en los alrededores.
Todo pasó como estaba previsto. Ya en la cama y después de haberse consumado la rutina sexual, sin la seducción de las cosquillas en las orejas de Andrea, ni las mariposas en el vientre, el licenciado tomándose una cerveza bien fría, le dijo. “Oiga que estoy bien contento con ese chamaco que usted va a tener. Ya casi se me olvida como son los muchachos recién nacidos, porque mi hija menor tiene, creo que la edad de usted, 16 o 17” “Y como sabe que usted que va a ser niño y no niña?” , le dijo Andrea “Pues porque lo se y porque tiene que ser niño. Yo tengo todas las hijas hembras y me toca tener un hijo para que sea como yo. Así que usted no tiene que estar pensando otra cosa” “Pues la verdad que si pienso en eso de los nombres y si va a ser niño o niña” “Mire Andrea, ahórrese todo lo que piensa. Va a ser un macho y se va a llamar como yo. Y va a ser como yo”, sentenció el licenciado y Andrea guardó un silencio sepulcral ante la firmeza y tono del consorte.
“Ahora usted prepare su mudanza. Como le dije apenas lleguen los muebles de la capital. usted ya se puede mudar para la casa de su abuela. Mientras más rápido mejor, porque yo también quiero estrenar mi oficina y que trabajes conmigo allí. Quiero dejar todo listo antes de que nazca Omar”. El hombre se le acercó y le dio un abrazo paternal. Llamó a los guardaespaldas y les dijo que por favor llevarán a Andrea de vuelta a la casa, con la especial encomienda que no se le acercara nadie, especialmente “ninguno de esos muchachos del colegio que aún se mean en la cama”. Andrea se dio cuenta que se refería a Ignacio.

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